Venga Juan

 

Con tantas series y tantas plataformas, a veces es difícil seguir el ritmo de los estrenos. Me encantaron las dos primeras temporadas de la comida política de Juan Cavestany y Diego San José con Javier Cámara y María Pujalte como protagonistas (Vota Juan y Vamos Juan), tenía pendiente ver Venga Juan, su tercera y última entrega. Si en la primera temporada Juan Carrasco era un gris ministro de Agricultura y en la segunda, a lo loco, aspiraba a ser candidato a la presidencia contra el aparato de su partido, en la tercera y última se cruza en su camino un caso de corrupción del pasado, de cuando era alcalde de Logroño.

La serie se despide por todo lo alto, manteniendo su original y muy particular sentido del humor. El patetismo del personaje principal, las escenas hilarante, los diálogos surrealistas y las tramas más disparatadas que uno pueda imaginar redondean una crítica tan divertida como precisa del mundo de la política. Sí, todo es muy gracioso, pero a la vez es muy reconocible, como la forma en la que el protagonista destroza a golpes su ordenador para borrar pruebas o manda un mensaje a un empresario corrupto para decirle que son amigos del alma y que le quiere mucho de siempre. Sí, todo muy reconocible.

“La gente que está bien no dice que está mejor que nunca”, escuchamos en un momento de esta última temporada de la serie. Porque, efectivamente, tanto Juan Carrasco como Macarena, quien fue su jefa de prensa y ahora intenta vivir sin él y alejarse de sus líos, empiezan esta tanda de episodios intentando hacer ver que todo va bien, pero la realidad es bien distinta. El personaje de Juan, uno de los mejores de la carrera de Javier Cámara, en los que más se luce, sigue siendo un tipo patoso, sin inteligencia emocional alguna, muy patético, que hace un uso errático de las comillas y da vergüenza ajena casi a cada instante. Confunde a Carlos Baute, que aparece en la serie, con Chayanne, se niega a firmar los papeles del divorcio con su mujer, miente más que habla… Pero es un personaje entrañable a su manera. Muy humano. Tremendamente humano.

A su lado, claro, la siempre magnífica María Pujalte y un gran elenco en el que vuelven a destacar también Esty Quesada, que da vida a Eva, la hija de Juan; Yael Belicha, su mujer, y Adam Jezierski, su fiel e inseparable ayudante.

La temporada final de la serie tiene, igual que las anteriores, episodios que coquetean con distintos géneros e historias, sin miedo a experimentar e incluso desconcertar al espectador. Aquí sobresale un inenarrable capítulo en el que Juan habla con el embajador argentino en Madrid, corrupto como él, y con quien el empatiza porque, claro, también Cervantes fue detenido y forman parte de una misma estirpe. O el espléndido capítulo final, en el que constatamos que, además de la sátira política y el costumbrismo, esta serie siempre fue una historia de amor.

Eso y, claro, unos diálogos desternillantes como cuando Juan, perseguido por escándalos de corrupción del pasado, se declara preso político con estos argumentos:

-A un preso político lo persiguen por sus ideas.

-¿Y no fue idea mía adjudicarle el tanatorio de Logroño a Caminero?

-Políticas, Juan, por sus ideas políticas.

Una serie, en fin, altamente recomendable y que no pasará de moda por más años que pasen, porque retrata bien la política española y sus miserias.

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