Gozo

 

Crónica, ensayo, guía de lecturas, biografía, libro de viajes… Es imposible reducir a un sólo género Gozo, el extraordinario libro de Azahara Alonso editado por Siruela en el que la autora reflexiona sobre la exigencia constante de productividad de la vida moderna, sus prisas y sus prioridades confundidas, sobre la posibilidad de una alternativa, de una vida distinta, pausada, sobre una isla como metáfora de un modo diferente de habitar el mundo. Es un libro raro, en la acepción buena del término, una maravillosa rareza. 


El libro tiene una primera frase arrolladora “¿en qué momento mi vida empezó a ser accesible sólo en vacaciones?”. A partir de ahí, con una escritura fragmentada, la autora combina el relato de experiencias personales con una parte más ensayística. Habla, por ejemplo, de la historia de la jornada laboral de ocho horas, de la imposición de disponibilidad total, de lo mal que lo pasa al pedir días libres. Y habla también de su año sabático, que no se planteó necesariamente así cuando emprendió el viaje, en una isla que da título al libro y le aporta un fuerte componente metafórico. 

El libro, que está llenos de frases bomba, habla mucho del trabajo, porque el trabajo ocupa mucho espacio en la vida. Por ejemplo, este pasaje: “Algunos buscan el sentido de la vida en el trabajo y lo encuentran. Creo que es porque hay un acuerdo tácito: casi todo el mundo piensa que una de las cosas más importantes es sentirse útil, por eso la humanidad se reproduce, por eso las personas se obligan a ejercer profesiones que les llenen y aporten algo a la sociedad, por eso caen por estrés en una depresión nerviosa y encuentran la salida volcándose en la caída que allí les llevó. Es nuestra enfermedad, pero como la tenemos todos, apenas reparamos en ella”.

La narradora lo tiene claro: busca una alternativa, no quiere someterse a eso a lo que parece empujarla la vida moderna. Quiere perder el tiempo ("pocas cosas cuestan tanto como no hacer nada en este mundo obsesionado con ser productivo”), quiere descubrir lo que se hace en un año sabático ("se aprende a pasear o, mejor dicho, se desaprende a andar con prisa"), quiere disfrutar del tiempo y valorarlo de verdad ("¿qué significa un día en la maraña de los exactamente doce mil trescientos treinta que me constituyen? ¿Cuántos he empleado desde entonces en hacer lo que debía frente a lo que quería? ¿Cuáles de ellos son los días perdidos?"), quiere dejar de vivir apresurada todo el tiempo ("hay un placer atávico en todo lo que se demora y no sale como estaba previsto”) y quiere trabajar para vivir y no al revés ("mi vocación es comprar tiempo con dinero. Para eso casi cualquier trabajo es bueno, lo importante es no encariñarse con él”). 

En el libro se leen reflexiones sobre el trabajo que llaman a poner el foco en la vida que hay fuera. “Un trabajo es aquello que hacemos por dinero, que tiene horarios y límites, y que si a la larga disfrutamos es por pura casualidad”, leemos. “Mi identidad tiembla si depende de mi profesión, si intento apropiarme de lo que estudié”, cuenta la narradora un poco más allá. La obra incluye también citas sobre esta cuestión como la de Faulkner: “a mí me parece que se trabaja demasiado en el mundo, lo cual es una pena. Una de las cosas más tristes es que lo único que puede hacer un hombre durante ocho horas al día, un día tras otro, es trabajar. No se puede comer, beber o hacer el amor durante ocho horas al día”.

Como la obra hace alusión a un año sabático en la isla de Gozo, también se reflexiona sobre el turismo. De nuevo, con ideas sugerentes, contracorriente y casi provocadoras. Leemos, por ejemplo, que "el turista es un trabajador ejerciendo su labor de días libres”. La autora habla de la curiosidad adiestrada, de cómo visitamos lugares en las ciudades a las que viajamos que desconocemos en nuestra propia ciudad, y cómo acudimos allí donde se supone que hay que ir, más allá de los gustos o intereses de cada cual. La narradora comparte una genial reflexión de Buñuel: “nunca he viajado por placer. Esa afición por el turismo, tan difundida a mi alrededor, me es desconocida”.

Es como si viajar también se hubiera convertido en una obligación. Por eso, afirma, "las personas que viajan en su tiempo libre (libre para cumplir con el mandato del viaje) ya no acceden a su verdadera vida en vacaciones, sino que cumplen con el deber del ocio y su catálogo de requerimientos”. Esto da lugar a excentricidades y a destinos de cartón piedra como Xiapu, un pueblo al sur de China que se ha reinventado como decorado para que los visitantes hagan fotos para Instagram. Actores que se hacen pasar por agricultores y pescadores. Pues farsa para ofrecer algo pretendidamente auténtico. Me recuerda a las también geniales reflexiones sobre el turismo de Grand Hotel Europa

Y además de todo esto, Gozo es una guía de lecturas. Sin ser exhaustivo, apunto: Elogio de la ociosidad, de Bertrand Russell; Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular, de Yun Sun Limet; Sobre la fotografía, de Susan Sontang; Roland Barthes por Roland Barthes, en el que habla de la rutina, de la “virtud de la repetición”; Derecho a la pereza, de Paul Lafargue; Recetas contra la prisa, de Carmen Martín Gaite; Mira las luces, amor mío, de Annie Ernaux; Mundo en venta, de Rodolphe Christin; El turista. Una nueva teoría de la clase ociosa, de Dean MacCannell...

En definitiva, Gozo es un libro tan inclasificable como altamente recomendable. Un libro sobre el presente y el día a día, que nos interpela a todos. Un gran libro que, como todos los buenos libros, abre puertas, conduce a otras lecturas e invita a la reflexión

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