Barbie

 

Reconozco que cuando me enteré de que Greta Gerwig iba a dirigir Barbie se me encendieron todas las alarmas, porque no me cuadraba que la directora de Lady Bird y Mujercitas se pudiera al frente de una producción así. Cuando vi las primeras imágenes de Margot Robbie y de Ryan Gosling como Barbie y Ken las cautelas no hicieron más que dispararse. Y, sin embargo, he disfrutado mucho la película. Fui a verla con toda la precaución del mundo, con bajas expectativas, y salí del cine encantado y valorando mucho que una película así contenga semejante mensaje.

El filme es una fantasía feminista, una sátira sobre el patriarcado, una reflexión sobre el mundo actual y una deconstrucción de los estereotipos que la propia muñeca Barbie ha contribuido a alimentar durante décadas. Es una película que muy posiblemente no se podría haber grabado hace diez años, antes del surgimiento del Me Too. Y aunque uno no deje de tener la sensación de que Mattel, lógicamente, lo que quiere es vender muñecas, y de que Warner Bros acoge un discurso abiertamente feminista y crítico porque posiblemente es lo que entiende que toca ahora más que por convicción real, porque bien sabida es la capacidad camaleónica de las grandes empresas para abrazar mensajes y causas en las que no creen necesariamente pero que piensan que les pueden aportar beneficios, lo cierto es que una superproducción así está lanzando mensajes potentes. Porque es una noticia sensacional que se interprete en estas grandes multinacionales que esta Barbie feminista, moderna y empoderada es la única opción de que la muñeca sea valorada por la sociedad actual, que ha cambiado mucho y, en lo que respecta al feminismo, para muy bien. La película, consciente en todo momento de sí misma, tiene claro lo que quiere contar y lo consigue. Una película sobre el presente.

La idea de partida es brillante. Todas las Barbies y los Ken viven en Barbieland, donde todo es utópico y cada día es el mejor del mundo, el más feliz, de fiesta en fiesta. Todo cambia cuando una de las Barbies se pregunta por la muerte y debe entrar en contacto con el mundo real. Barbie piensa que, gracias a su ejemplo, todas las niñas del mundo real están empoderadas y que son lo que quieren ser, que por algo hay barbies científicas, médicas y de cualquier otra profesión. Al viajar al mundo real pronto se da cuenta de que no es exactamente así.

Uno de los grandes logros de la película es la forma en la que muestra ese contraste entre Barbieland y el mundo real, porque es lo que le da pie al filme a adoptar un tono más satírico. Barbie se horroriza al ver el machismo imperante y la baja presencia femenina en puestos de responsabilidad, mientras que Ken queda prendado de eso del patriarcado, porque lo ve como una opción de dejar de ser un segundón y ponerse al frente. Es brillante cómo la película relata este choque entre dos mundos y cómo, a través de unos muñecos, con tonos pastel y bromas continuas, se pone en pie este relato abiertamente feminista y atrevido. Tanto el tono como el fondo de lo que se cuenta, con escenas como un discurso feminista fantástico y muy reivindicativo, eran inimaginables en superproducciones así hace no tanto tiempo.

Barbie termina siendo una película con un claro compromiso político, que a buen seguro provocará sarpullidos a quienes piensen que eso del machismo es una patraña y que no existe. Con esta película, Gerwig demuestra que se puede dar personalidad propia a todo tipo de proyectos, incluso a uno promovido por Mattel con claros fines de marketing, con la intención de vender más Barbies y más Ken. Desde un punto de vista formal, la película es muy atrevida y por lo que se cuenta y cómo se cuenta da la sensación de que la directora ha contado con mucha más libertad creativa de lo que cabría imaginar en una producción así. Barbie, que se ha convertido en un fenómeno, que llena salas en todo el mundo, es una película inesperadamente atrevida, divertida y comprometida. Una gran película.

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