Lady Bird

Greta Gerwig es la quinta mujer nominada al Oscar a mejor dirección en los 90 años que se llevan celebrando estos premios. Sólo una lo ha ganado. Lady Bird, la opera prima de Gerwig, es una cinta magnífica y ese es su valor, por supuesto, independientemente de que esté dirigida por una mujer. Pero sí sirve para recordar que esa anomalía de que haya tan pocas películas dirigidas por mujeres no es sólo un síntoma de desigualdad, sino que es algo que nos priva de historias diferentes, contadas con otras voces, con otros tonos. Lady Bird es, sobre todo, la historia de la relación entre una madre y su hija adolescente, contada con un realismo y una sensibilidad poco comunes. No digo, por supuesto, que sólo pueda ser narrada una historia así desde la mirada de una mujer, pero sí que cuantas más voces tengan cabida en el séptimo arte, más plural y rico será el cine. 

 No va sólo de que la mitad de la población mundial deba tener los mismos derechos y oportunidades que la otra mitad, que eso se da por descontado. Va también de que ganamos todos cuando podemos acceder a historias distintas, con otro tono, con otra mirada, sobre todo si es una mirada tan fresca, ágil y tierna como la de Gerwig en esta cinta, con algún tinte autobiográfico, ya que la directora se crió en Sacramento, donde está rodada la cinta y de donde quiere escapar su protagonista, una adolescente confusa e inconformista (perdón por el oxímoron), en busca de otra vida a todo color y sin rigideces, en la que pueda guiarse por sus sueños y en la que sea dueña de su vida y hasta de sus errores. 


Saoirse Ronan da vida a la protagonista, Christine, que se hace llamar Lady Bird, un nombre puesto por ella misma. Quiere estudiar en universidades de la Costa Este, poner tierra de por medio. Se ahoga en el instituto católico en el que estudia. Crece, experimenta, descubre, se conoce. De entrada, es una historia más, mil veces vista en el cine. Adolescentes empezando a vivir, soñando, planeando futuros gloriosos, en su mundo propio, diferente a la grisura de la realidad. "Mi papel es hacer que se seas más realista", le dice una orientadora en el instituto a Lady Bird. "Eso quiere todo el mundo", responde, cansada. Todos menos ella, a la que le gusta pasear por los barrios más ricos de Sacramento para imaginarse viviendo en esas otras cosas, que adora el arte y la cultura y quiere acercarse a ciudades donde cree que las tendrá más cerca, como Nueva York. 

La cinta es una historia de amistad, de los primeros romances (uno de ellos con Timothée Chalamet, Elio en la maravillosa Call me by your name), de su inconformismo, pero sobre todo, es la historia de la relación entre ella y su madre, una inmensa Laurie Metcalf. Toda la película gira en torno a esa relación. Las primeras escenas sitúan la historia, con ambas emocionándose tras terminar de escuchar el relato de Las uvas de la ira, en cintas en el coche. Se adoran, pero también tienes roces, los clásicos entre una madre y una hija. A aquella le cuesta aceptar que su niña ya no lo es tanto. La hija no es todo lo comprensiva ni agradecida que debería con los esfuerzos de sus padres, que pasan por penurias económicas, para intentar darle lo mejor. Es una historia materno filial extraordinariamente bien construida, con escenas maravillosas, pero sin subrayados demasiado obvios, sin concesiones al espectador. Sutil, hermosa, sensible, decidida a romper estereotipos y a mostrar seres humanos complejos, con sus aristas y debilidades

La película tiene un tono de comedia, hay mucha música, hay escenas realmente divertidas, incluso por patéticas o desastrosas, pero también hay otras mucho más tiernas y profundas. La relación de Lady Bird con su madre es tan compleja y contradictoria como la que mantiene con su localidad natal. Reniega un poco de ella, pero en el fondo la quiere más de lo que reconocería. Choca con su madre, pero la necesita y la quiere. Es rebelde, pero termina necesitando su aprobación, ser comprendida y querida. En una escena del filme, una monja del instituto católico en el que estudia la joven le dice, tras leer una redacción suya sobre Sacramento, que se ve que ama ese lugar, por el detalle con el habla de todo lo que le rodea. "No, sólo presto atención", responde ella. "¿Acaso existe alguna diferencia entre amar y prestar atención?", contesta la monja. 

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