Fin de temporada de la Compañía Nacional de Danza

 

La Compañía Nacional de Danza despide estos días la temporada en el Teatro de la Zarzuela de Madrid con la misma energía, variedad en su repertorio y ganas de sorprender al público con las que la abrió el pasado mes de octubre en el Teatro Real. Al igual que entonces, con el programa Pura Danza, que reunía muy diversos estilos, la compañía dirigida por Joaquín De Luz se despide ahora de los escenarios hasta la vuelta del verano con un programa muy diverso donde tienen cabida todo tipo de estilos. En este caso, doble. La pasada semana, con el programa América, que reúne icónicas piezas procedentes de aquel continente, y ésta, con Europa, que hará lo propio con piezas europeas.
Disfruté mucho con el programa América, que pude contemplar el día 16 en un teatro lleno de un público entregado, que por lo que he leído fue la tónica los otros días programados. Junto a los bailarines de la CND estaba también la música en directo de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), que es la titular del Teatro de la Zarzuela, con la dirección en este caso de Tara Simoncic. Sin duda, los espectáculos de danza con música en directo adquieren otra dimensión de belleza y armonía, inalcanzables con música pregrabada por muy brillante que sea el desempeño del cuerpo de baile. 

El programa comenzaba con Apollo, de George Balanchine con música de Igor Stravinsky. Precisamente en esa pieza se alcanzan momentos de sincronización perfecta, casi mágica, entre la música y los bailarines. Es curiosa la historia de esta mítica pieza, que su autor, de origen ruso, supervisó durante toda su vida para reducir la escenografía, el vestuario y el contenido narrativo. El resultado es una pieza sugerente, con momentos de belleza deslumbrante y pasos de baile de esos que se antojan casi inhumanos, imposibles de lograr. En la sesión a la que asistí defienden esta compleja pieza Benjamin Poirier, Yaman Kelemet, Elisabetta Formento y Kana Yamaguchi. 

Tras un descanso llega el turno de Barber Violin Concerto, una pieza con coreografía de Peter Martins, música de Samuel Barber y con Cristina Pascual Godoy como violinista solista. Es una pieza magnífica, quizá la mejor de todo el programa, que juega con el contraste entre una pareja de bailarines clásicos, que van con los pies descalzos como símbolo de su mayor apertura a la experimentación y a los nuevos ritmos y pasos, y otra pareja de bailares clásicos. Es muy atractiva la forma en la que se representa esa oposición entre ballet clásico y danza contemporánea, que da pie a momentos realmente divertidos y alocados. Una fantástica celebración de la versatilidad de la danza y su capacidad de adaptación. Todo entra en ella, todo lo puede abrazar. 

Sinatra Suite, la siguiente pieza con coreografía de Twyla Tharp, bien puede ser la excepción que confirma la regla que antes comentaba sobre el valor añadido único que aporta la música en directo. No la tiene esta pieza de 14 minutos, pero a cambio presenta grabaciones de Strangers in the Night, All the Way, That's Life, My Way y One for My Baby (And One More for the Road) de Frank Sinatra. Una pareja (Kayoko Everhart y Yanier Gómez Noda) bailan esas cuatro canciones de Sinatra con una puesta en escena con mucha interpretación, como un musical cinematográfico. De nuevo, las fronteras difusas y la capacidad de la danza de abrazar nuevos estilos y, en este caso, la música moderna.

De esa modernidad se salta en cuestión de unos pocos minutos a la pieza más clásica del programa, Tschaikovsky Pas De Deux, con coreografía de Balanchine y música del gran Tchaikovsky que es un extracto del tercer acto de El lago de los cisnes. Dado que la música no estuvo incorporada en la partitura original, porque se creó de forma apresurada para la primera bailarina del Bolshoi de la época, estuvo desaparecida durante más de medio siglo y se redescubrió en sus archivos en 1953. Balanchine pidió entonces permiso para utilizar esta preciosa música, llena de energía, en su coreografía. Son diez minutos de una gran belleza e intensidad que dan paso al último descanso del programa. 

Las cuatro piezas iniciales de este programa América tenían, como mucho, a cuatro bailarines en escena, así que el primer impacto de Heatscape, la última pieza de la tarde, es ver a trece bailarines desplegados a lo largo del escenario. Con coreografía de Justin Peck y música de Bohuslav Martinú, esta pieza moderna, que fue estrenada en 2015, es realmente fascinante. Una fusión del ballet clásico con el arte callejero llena de frescura y atrevimiento, que cuenta con Mario Prisuelos como pianista solista. Un broche perfecto, un fin de fiesta impecable a un programa muy variado con el que la Compañía Nacional de Danza empieza a despedir su intensa temporada. 

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