Pura Danza




Reconozco que el título del espectáculo con el que la Compañía Nacional de Danza ha comenzado estos días la temporada no me convencía del todo. Pura Danza me parecía un título algo trillado, una solución de compromiso para titular un espectáculo que reúne cuatro coreografías distintas. Dos horas después, al salir anoche del Teatro Real siento que este título, Pura danza, tiene pleno sentido. Pura Danza, sí, porque el programa refleja bien cómo se pueden abrazar distintos estilos, porque todo cabe en la danza. Pura Danza porque tiene una mirada abierta, que respeta a los clásicos pero pegada a la modernidad. Así lo atestiguan las soluciones imaginativas a las que recurren las coreografías presentadas sobre el imponente escenario del Real, como el uso de sonido de fragmentos de películas, un espejo situado frente a los bailarines, el nada clásico ni convencional vestuario de muchas de estas obras  o la sugerente escenografía. 


Además, eso de Pura danza, referido a este espectáculo, parece también algo irónico, un juego de palabras, un doble sentido, porque es una propuesta original, moderna y, en cierta forma, contra la solemnidad y la seriedad más puristas. Es atrevida, sí, de un atrevimiento genial con un resultado más que satisfactorio; por momentos, deslumbrante. Digamos que es un programa de danza que canta de algún modo a la impureza, a la capacidad de experimentación, a la apertura a toda clase de estilos, músicas y ritmos. Una danza viva. Toda una declaración de intenciones de la Compañía Nacional de Danza y de su director, Joaquín de Luz, a quien también vemos en el escenario, especialmente brillante en la pieza a dos junto a la bailarina principal, Maria Kochetkova


El espectáculo empieza con Bella Figura, coreografía de Jiri Kylián. Bueno, en honor a la verdad comienza algo antes, ya que podemos ver ensayar a los bailarines minutos antes del comienzo de la función, lo que predispone al público y ayuda a crear un ambiente propicio, más si cabe. Es quizá la coreografía que más me gustó. A la entrega y el talento de los bailarines de la compañía se suma una portentosa puesta en escena, en la que el telón da mucho juego, subiendo y bajando, abriéndose y cerrándose, lo que acota y extiende el espacio del escenario. Hay un momento en el que los bailarines sostienen con armonía el telón. El color, la variación en los ritmos de las distintas músicas que se alternan y el final, soberbio, con unos candelabros de fondo y sin música en los últimos pasos, de una sutileza y una belleza deslumbrantes, redondean un comienzo más que prometedor a la noche en el Real.


Después es el turno de Kübler-Ross, un delicado y muy emotivo paso a dos sobre las distintas fases de la pérdida creando por la coreógrafa Andrea Schermoly. Es precioso u convincente el dúo, muy breve, de apenas cinco minutos, pero la decisión de incluir un vídeo de fondo que acompañe la coreografía despista más que ayuda, al menos en mi caso. 


Tras el primer descanso llega quizá la coreografía más esperada de las cuatro, Morgen, la primera creada por Nacho Duato para la Compañía Nacional de Danza desde que salió de ella hace dos décadas. Con un aire tenebroso, la coreografía habla del suicidio y de la lucha por seguir vivo. Impresiona y sobrecoge. Soberbia. La escenografía es igualmente impactante, como el uso que se hace de un gran plástico y de una tela vaporosa que ofrece varias de las imágenes más contundentes y bellas de la noche.

 

Tras el segundo descanso, el final, atrevido y casi hasta provocador, divertido y juguetón, llega con Sad case, de Sol León y Paul Lightfoot, que incorpora ritmos latinoamericanos (suena mambo en varios momentos). Supongo que será la coreografía ante la que más frunzan el ceño los puristas, aunque termina siendo la más aplaudida y despierta risas de entusiasmo en el público. Es vitalista, fresca y sorprendente. Ya digo, también divertida. A mí me encantó. Salí del Real completamente fascinado, en ese estado en el que sólo la cultura te deja, como un poco fuera de la realidad todavía. Eso sí, sólo con un pero, ay, la ausencia de música en directo. La ocasión y el escenario lo merecían y, sin duda, el espectáculo hubiera ganado mucho. Una lástima. En todo caso, Pura Danza hace honor a su título y demuestra todo de lo que es capaz este arte, incluso siendo un tanto “impuro”, lo lleno de vida que está. Un espectáculo formidable. 

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