Extraña forma de vida

 

Todas mis películas me pertenecen, lo bueno me pertenece y lo malo también, y lo malo, por supuesto, es tan mío como lo que he hecho bien”, dijo Almodóvar en una reciente entrevista con Página Dos sobre su libro de relatos El último sueño. Son indiscutibles la autoría y la libertad de toda su filmografía, que por supuesto cuenta con infinitos más aciertos que errores. Tanto este libro editado por Reservoir Books como su último mediometraje, Extraña forma de vida, están entre los aciertos de la larga y exitosa trayectoria profesional del mejor cineasta español de la historia reciente. Su última película, un western almodovariano, es una historia tierna y sensual, visualmente apabullante.


Es llamativo que los dos últimos trabajos de Almodóvar pertenezcan a géneros breves, los relatos en el libro y este mediometraje en las salas de cine. No sé hasta qué punto es casualidad o responde a algún tipo de plan, ya que según ha contado el propio cineasta, su libro de relatos responde a una petición de la editorial y reúne narraciones escritas a lo largo de los años, mientras que Extraña forma de vida es el segundo trabajo breve de Almodóvar en el cine y también el segundo rodado en inglés, como una forma de preparación para su definitivo salto a este idioma en un largometraje que está por llegar. El caso es que, sí, este libro y esta película abrazan los formatos narrativos breves. Lo que más me gusta de los relatos es su contención, su capacidad de contar mucho, una vida entera, en unas pocas páginas. Lo mismo cabe decir de los buenos cortos o mediometrajes. Esta película de Almodóvar, desde luego, lo consigue con creces.

Nada sobra ni falta en Extraña forma de vida. Con la música de Alberto Iglesias, garantía de calidad allí donde trabaja, y una portentosa fotografía de José Luis Alcaine, las formas de la película no pueden ser más atractivas. Almodóvar respeta por completo las formas del western, esa presencia visual del género incluidas varias escenas y planos que homenajean a clásicos de este tipo de cine, pero a la vez lo combina con una inconfundible estética almodovariana y cambia por completo el fondo de este género lleno de testosterona y demostraciones de hombría.

No creo que Almodóvar busque ser transgresor, esta película va mucho más allá de ser un wester gay o incluso la respuesta del director manchego a Brokeback Mountain, un proyecto que se le ofreció y en su día rechazó. Va más allá, insisto. Es western, porque respeta por completo al género y sus códigos, pero como cualquier gran película, excede a su género. Una buena película es una buena película. Punto. El género no es lo más importante nunca, lo importante de verdad es qué se cuenta y cómo se cuenta. Y aquí encontramos a un Almodóvar en plena forma. Junto a la excelsa Dolor y gloria, este mediometraje es uno de sus mejores trabajos estos últimos años. En todo caso, no hace falta decirlo, pero si para algo existen los cánones de un género, naturalmente, es para cuestionarlos y renovarlos, jamás para respetarlos de forma reverencial y someterse a ellos.

Almodóvar abraza la contención y la sutileza. El pistolero Silva (fantástico Pedro Pascal) cruza el desierto camino de Bitter Creek para visitar al sheriff Jake (enorme siempre Ethan Hawke), veinticinco años después de haber tenido una intensa relación. De fondo, más allá de esa vieja relación, de ese posible futuro juntos que nunca fue, de ese nosotros inconcebible, hay otra razón poderosa que conduce a Silva al reencuentro. Los diálogos entre ambos, las miradas, sus sonrisas al recordar el pasado, la mezcla de emociones y sentimientos que ambos experimentan. Todo está contado con una precisión y una belleza fascinantes. Hay una escena que recuerdan ambos de su pasado en México que es pura pasión almodovariana, que recuerdas a escenas clásicas del cineasta manchego. Esa pasión de veinticinco años atrás se recuerda desde la serenidad y la nostalgia del presente de estos dos hombres maduros que ahora se reencuentran. Y ese contraste, esa mirada desde el presente al pasado, encaja muy bien con el último cine de Almodóvar, muy especialmente con Dolor y Gloria, también con algunos de los relatos contenidos en El último sueño.

Si a esto sumamos el maravilloso fado de Amalia Rodrigues que da nombre a la película y sirve de apertura de la misma, Extraña forma de vida es, ya digo, una gran película que además muestra que Almodóvar sigue lleno de ideas y de ganas, lo cual es una noticia excepcional para los amantes de su cine, es decir, para los amantes del cine.

Por cierto, en un tiempo en el que lamentablemente cada vez cuesta más ver salas de cine llenas, un estreno de Almodóvar es un estreno de Almodóvar, es decir, un acontecimiento cinematográfico de primer orden. El viernes pasado en la sesión de las 21:20 de los Renoir Princesa había una concentración de personas dispuestas a ver lo último del director manchego que no recordaba en muchos años, desde luego, nunca después de la pandemia, que dañó de forma muy severa la asistencia a las salas. Almodóvar sigue llevando a la gente al cine. Se ha ganado despertar esa expectación con cada trabajo que estrene. Si además es una película tan extraordinaria como Extraña forma de vida, mejor que mejor. Almodóvar sigue en forma.

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