8M, cinco años después

 

Hace cinco años, el 8M hizo historia en España. Fue una enorme y muy ilusionante movilización feminista, acompañada de una huelga de mujeres y que concluyó con manifestaciones masivas como la que colapsó el centro de Madrid. No recuerdo haber vivido antes ni desde luego he vivido después una marcha tan numerosa y, además, con tanta energía en el ambiente, con la sensación común de que se estaba haciendo historia, de que se asistía y se formaba parte de algo importante y especial. Hoy, cinco años después, conviene preguntarse dónde estamos, dónde se encuentra el imprescindible movimiento feminista y qué ha ocurrido desde entonces aquí y fuera de nuestro país, porque solemos tener cierta tendencia al ombliguismo y le prestamos poca atención a lo que sucede en otros países. 
Terminé la crónica de aquel día histórico así: "ojalá dentro de unos años, cuando recordemos este 8 de marzo de 2018, podamos decir que fue el principio de un cambio necesario, el principio del fin del machismo. Sin duda, es un día que no olvidaremos". Hoy, ya digo, cinco años después, es incuestionable que ha habido avances en pos de la igualdad. Para empezar, porque se han abierto debates silenciados durante demasiado tiempo. Se empiezan a tener en cuenta cuestiones que antes no se contemplaban, de las que nadie hablaba, como por ejemplo el consentimiento en las relaciones sexuales. Se habla, y más se tiene que hablar, de la brecha salarial, de sesgos de género en el mundo laboral, de prejuicios, de todo lo que queda por avanzar. 

Pero no podemos ser autocomplacientes. Es evidente también que cinco años después ha habido retrocesos o, al menos, malas noticias. La peor, con diferencia, es que el movimiento feminista está hoy más dividido que entonces. De nada sirve negarlo. Hay varios temas, en particular el acalorado debate sobre la ley trans, que han provocado una división pésima para el feminismo y, por tanto, para el avance de la sociedad. Hay un sector del feminismo que considera que dar derechos a las personas trans es una especie de ataque a las mujeres, una forma de borrarlas. Hay personas dentro del feminismo que se niegan a aceptar que las mujeres trans son mujeres y que eso no va contra sus derechos, sino a favor de los derechos de todas. El tono con el que se ha llevado a cabo este debate, con excesos y apasionamientos por ambas partes, ha sido nefasto para el feminismo, que combate contra el patriarcado, exactamente el mismo opresor de las personas trans. 

Más allá de eso, la polémica de la ley del sólo sí es sí también está sobre la mesa y es imposible obviarla en este 8M. El caso de la manada de Pamplona, repugnante y muy doloroso para toda la sociedad, despertó un movimiento de indignación en la sociedad. A raíz de esa oleada de indignación se cambió el Código Penal para, de alguna manera, no obligar a una mujer agredida a jugarse la vida oponiendo resistencia física para que su agresor fuera condenado con la máxima pena. El problema es que esta reforma legal, al igualar las penas de delitos que antes eran distintos, ha provocado una rebaja de penas de cientos de violadores e incluso la puesta en libertad de decenas de ellos. Esto ha preocupado mucho a la sociedad y más aún lo ha hecho la incapacidad de arreglar este efecto indeseado de la ley por parte de los miembros del gobierno, donde además ha faltado humildad y propósito de explicar a la sociedad las razones de la ley y escuchar lo que la gente piensa sobre lo que está pasando. 

Estas polémicas hacen mucho ruido, provocan división, desconfianza y, en definitiva, debilitan al feminismo, mientras el patriarcado da palmas con las orejas. Y esta es otra de las malas noticias de este último lustro desde aquella manifestación masiva de hace cinco años. Es evidente que el éxito arrollador del feminismo, su extraordinaria capacidad de convocatoria, despertó una reacción contraria absolutamente furibunda de la parte más rancia y retrógrada de la sociedad. Es un hecho, posiblemente inevitable cuando se avanza, cuando se cuestionan privilegios de siglos.  

Quiero pensar que son una minoría, muy ruidosa, pero minoría. Pero están ahí. Es una realidad. Hay personas que creen que el feminismo ha ido demasiado lejos, que qué va a ser lo siguiente, que qué demonios quieren estas mujeres, que aquí ya está todo conseguido, que se vayan a Irán si tienen valor. Ese "pensamiento" está entre nosotros y tiene voz en ciertos medios de comunicación y también en el Parlamento, hasta el punto de que las concentraciones en memoria de las víctimas de asesinatos machistas o las declaraciones de condena dejaron hace tiempo de ser unánimes en los ayuntamientos y los parlamentos por culpa de la extrema derecha que cree que es debatible la igualdad entre hombres y mujeres, que no se ha enterado de que vivimos en el año 2023, que añoran un tiempo en blanco y negro. 

Es muy preocupante que se frivolice con esto, que se dé a entender que, ya sabes, ahora no se puede decir, ahora hay que alabar a las mujeres sí o sí porque si no te tildan de machista, ahora nos meten películas dirigidas y protagonizadas por mujeres por la dictadura woke y no sé cuántas patrañas más. Es muy inquietante que esta idea se esté extendiendo, porque sabemos perfectamente a quién le interesa y porque ya somos todos mayorcitos para comprender perfectamente a qué responde esa fijación por señalar a las posturas más radicales y extremas del feminismo para desacreditar al movimiento en su conjunto o esa forma de decir que el feminismo es lo mismo que el machismo pero al revés, cuando es el antídoto contra el machismo, cuando es exactamente lo contrario: el feminismo es igualdad; el machismo, opresión. No digo, por supuesto, que el feminismo, que además no es un ente único, que está formado por personas de muy distintas sensibilidades, no deba también hacer autocrítica o pensar cómo puede combatir este movimiento reactivo tan inquietante, este peligroso rearme del machismo, o qué debería hacer mejor. Pero, a veces, la culpa del machismo es, oh vaya, de los propios machistas, de esa negación absoluta a reflexionar o a intentar mejorar, fijación que tantos exhiben además con orgullo. 

Los crímenes machistas siguen ocurriendo y, cinco años después, también es importante preguntar qué se está haciendo mal o qué es lo que se puede hacer y no se está haciendo aún para combatir la violencia machista. Por ejemplo, una parte relevante de las mujeres asesinadas el año pasado estaba en el programa de protección contra la violencia machista, a pesar de lo cual no se pudo evitar su asesinato. Es exigible dedicar parte del día de hoy a preguntarnos si la lucha contra la violencia machista está suficientemente bien financiada, si no deberíamos plantearnos otras medidas.

Y, por supuesto, hoy, 8M, también tenemos que recordar la situación de la mujer en otras partes del mundo, ese argumento falaz que algunos machistas utilizan para criticar al feminismo, como si fuera incompatible denunciar a los retrógrados que tenemos más cerca y, a la vez, hacer lo propio con los de más lejos. Hay muchos países donde las mujeres son ciudadanas de segunda, donde su situación es espantosa. Dos países nos vienen a la mente automáticamente: Afganistán, donde el regreso de los talibanes al poder ha expulsado a las mujeres de la universidad y ha acabado con buena parte de sus derechos, e Irán, donde la satrapía en el poder ha reprimido con violencia las manifestaciones que protestaban por la muerte de Masha Amini, la joven que fue arrestada por la policía de la moral de aquel país por no llevar bien puesto el velo. Hay millones de niñas que no pueden ir a la escuela en el mundo, mujeres que son obligadas a casarse con sus violadores, mujeres explotadas sexualmente... Hay mucho, mucho trabajo por hacer. Ojalá el ruido y las polémicas interesadas no nos desvíen. ¡Feliz y reivindicativo Día de la Mujer!

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