Gravedad cero

 

Woody Allen ha contado varias veces en entrevista que tiene un cajón lleno de hojas con ideas para películas o relatos. Son esbozos, frases sueltas, puntos de partida para sus historias. Supongo que alguno de los 19 relatos contenidos en Gravedad cero, editado en España por Alianza con traducción de Eduardo Hojman, procede de ese cajón. Otros ya habían sido publicados por revistas como The New Yorker. Igual que hay películas magistrales del cineaste neoyorquino y otras en las que da la sensación de ir más con el piloto automático, pero todas tienen algo familiar que nos atrapa, este libro de relatos no está a la altura de su muy atractiva biografía, A propósito de nada, pero igualmente en este libro nos sentimos en casa, acompañados por las bromas de Woody Allen, en un universo reconocible, que siempre es un poco más o menos igual, pero que nunca nos deja de divertir y atraer. 


Muchos de los relatos de Gravedad cero emparentan más con las primeras películas de Woody Allen, que eran una sucesión de gags, que con las películas más ambiciosas desde un punto de vista narrativo, aunque de esto último también hay. Varios de ellos parten de recortes de noticias que encienden la bombilla del autor y dan pie a historias disparatas. Unas cuantas de ellas tienen a animales como protagonistas. Suelen ser relatos muy breves, salvo Crecer en Manhattan, que es el último del libro, el más largo y el mejor con diferencia. Es puro Woody Allen. El protagonista, Sachs, procede de una familia judía y se casa muy joven, en parte, para huir de ese entorno. “Le había enseñado estrictamente a su pequeño hijo que Dios había creado el mundo en seis días. Sachs decía en broma que, si se hubiera tomado un poco más de tiempo, tal vez le habría salido bien”, leemos. El protagonista, trasunto de Allen, un poco como todos sus personajes, está enamorado de Manhattan desde que era pequeño. Sus padres discutían “con tanta amargura y crueldad que Sachs les decía a sus amigos que el Guernica de Picasso se había inspirado en esas peleas”. La vida del protagonista cambia cuando conoce a una joven que le hace plantearse qué sentido tiene su matrimonio. Lo dicho, puro Allen. Lástima que el final es un tanto apresurado, como poco pensado. 

En esta línea, también recuerda al Woody Allen de siempre No hay nada como un cerebro, en la que se narra el encuentro del protagonista con una mujer de la que el protagonista estuvo locamente enamorado en la universidad. 

Como digo, el genial cineasta neyorquino tiene cierta fijación con los animales. Son protagonistas de relatos como El mal de la vaca loca, en el que la narradora es una vaca que recibe la visita   de un director de cine que a veces interpreta a sus papeles, que decepciona mucho a la vaca porque se encuentra con “un repulsivo cero a la izquierda, un miope de gafas de montura negra groseramente ataviado en lo que él entiende como estilo chic rural”. En Polluelas, ¿no salís esta noche?, un actor de varietés es contratado para entretener a unas gallinas. Apéndices de Manhattan, uno de los relatos más divertidos del conjunto en el que aparece el estafador Bernie Madoff, empieza así: “hace dos semanas, Abe Moscowitz murió de un infarto y se reencarnó en langosta”. También tiene un animal como protagonista Rembrandt por una cabeza, centrado en el mundo del arte, en el que un caballo pinta cuadros asombrosos. Por su parte, No se permiten mascotas, que trata sobre la sexualidad, pretende ridiculizar la supuesta cultura de la cancelación, con una hipérbole de escasa gracia. 

La imaginación de Woody Allen es desbordante y casi cualquier cosa le sirve de pretexto para poner en pie un relato. En Embrollo en la dinastía imagina el origen del pollo del general Tso y en Por encima, alrededor y a través, su alteza, hace lo propio con el origen del nudo de corbata de Windsor. El mundo del cine y del teatro ocupa un espacio central en muchos de los relatos, empezando por el primero, No puedes volver a casa... y he aquí el motivo, en el se cuentan los destrozos de un rodaje en la casa de un embalsamador que fue actor de teatro en la universidad. En Que el verdadero avatar se levante, la protagonista es una joven recién graduada en Periodismo que entrevista a un actor de moda de Hollywood con fama de Casanova. Una trama sospechosamente parecida a la de Día de lluvia en Nueva York, pero más floja. Un poco de cirugía facial nunca le hizo daño a nadie se inventa la obra teatral Memorias de un lenguado, y en Bueno, ¿dónde dejé el taque de oxígeno?, se plantea la idea de una obra de teatro delirante ("el Acto Uno termina con el coro advirtiendo de que uno no puede esconderse de Dios, pero que a veces se le puede engañar con un bigote falso").

También se centra en el mundo de la creación Ni una criatura se movía, que tiene un arranque poderoso: “el preestreno del próximo gran éxito de taquilla del estudio, calculado para que empezaran a circular rumores entre los personajes más influyentes de Manhattan, suscitó esa clase de silencio que uno relaciona con el espacio exterior”. En ella aparece la idea para una película en la que un grupo de ratones comete atracos, y un productor con ínfulas le dice al narrador: “tú y yo conocemos a Kierkegaard, ¿pero crees que la masa ha oído hablar de un griego que se suicidó con veneno?”

Completan el libro Park Avenue, piso alto, urge vender... o nos tiramos, que cuenta una operación inmobiliaria delirante; Despertadme cuanto antes, una hilarante historia de una almohada que comienza con una escena divertida de un conductor al volante que lee una hoja de periódico que ha caído en su parabrisas y que le tapa toda la visión de la carretera; Esfuérzate; lo recordarás, que tiene un cierto aire a Funes el memorioso, de Borges, que lo recuerda todo, pero más fugaz y con efectos de unas pastillas; El dinero puede comprar felicidad; ¡no me digas!, en el que se plantea un juego de espejos entre la crisis de Lehman Brothers y el Monopoly, y Cuando el adorno de tu capó es Nietzsche, en el que se juega con la idea de unos coches con inteligencia artificial que les permite  tomar decisiones al volante, por ejemplo, cuando alguien se cruce de imprevisto. 

Como todo libro de relatos, Gravedad cero es algo irregular, hay relatos mejores que otros, pero el conjunto es muy Woody Allen, es decir, muy disfrutable y provechoso. 

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