El final de "Ozark"

 

Son pocas las series cuya mejor temporada es la última. Ozark es una de ellas. Al igual que hizo con otras de sus producciones estrellas, como La Casa de Papel, Netflix decidió dividir en dos partes la temporada final de la serie. Ya la primera parte de esta cuarta temporada, estrenada en enero, fue soberbia, pero los capítulos finales son sencillamente lo mejor de la serie desde el comienzo de la historia de la familia Byrde en 2017. Ozark se ha mantenido fiel a sí misma y ha seguido elevando la apuesta capítulo a capítulo, cada vez más oscura, más perturbadora, más inquietante. El final ha respetado a la perfección la esencia de la serie, su tono, su atmósfera. Un adiós excepcional. 


Son muchos los riesgos que ha asumido la serie a lo largo de sus cuatro temporadas. Ha habido muchos momentos críticos en los que podría haber desbarrado, haber perdido sentido o su capacidad de sorprender. No ha ocurrido en ningún caso. Con cada decisión, con cada giro de guión, la serie ha ido creciendo y consolidándose. La estética de la serie, con el lago continuamente presente, con una iluminación tan característica y ese sello formal tan propio de esta historia, es uno de sus muchos puntos fuertes. El otro es la complejidad de los personajes. Ninguno de ellos es plano ni previsible. Todos han seguido un viaje emocional inmenso desde el comienzo de la historia. 

La tanda final de episodios comienza con Ruth (Julia Garner) con sed de venganza. El capítulo 8 de esta temporada final, que gira en torno a ella, es posiblemente el mejor de la serie. Sencillamente portentoso. Estos capítulos tienen un tono crepuscular, los personajes recuerdan lo que les ha traído hasta aquí y buscan una escapatoria. La serie es, desde su origen, una pura huida hacia adelante. La de la familia Byrde, una familia normal de clase media americana que termina blanqueando dinero para un cártel mexicano de la droga, pero también la de la propio Ruth, que intenta escapar del determinismo, que es como una maldición para los Langmore, su familia. 

Precisamente la complejidad de la relación de Ruth con Marty (Jason Bateman) y Wendy Byrde (Laura Linney) es uno de los puntos fuertes de este final de la serie. También tiene una gran carga emocional la relación de los Byrde con sus hijos Charlotte (Sofia Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner), porque esta serie nunca ha ido del todo, desde luego no sólo, de blanqueo de dinero y de narcotráfico, sino que más bien ha girado en torno a una familia peculiar, mucho, pero con las dinámicas, los afectos y los roces de todas las familias. Los intérpretes principales vuelven a estar soberbios. Es imposible quedarse con una única interpretación, pero si tuviera que hacerlo quizá elegiría a Laura Linney en su papel de Wendy, cada vez más fuera de control. 

La serie también sigue reflexionando en torno al dinero y al estatus que éste otorga, independientemente de dónde proceda. Los Byrde aspiran a convertirse en una pareja influyente en la economía y la política estadounidense. Su obsesión es escapar de esa dependencia del cártel de la droga de Navarro, sí, pero también asentar su posición de influencia a través de su fundación. Hay una escena portentosa en la serie en la que un personaje les echa en cara su cinismo, lo que están intentando hacer, y les dice que no lo lograrán, que no conseguirán salir limpios de todo esto sólo gracias al dinero y a su posición social, que el mundo no funciona así. "¿Desde cuándo?", le pregunta Wendy. Una de las mejores series de los últimos tiempos con uno de los mejores finales. No hay nada mejor para una serie en su despedida que terminar con la sensación de que podría continuar, de que no se ha desgastado lo más mínimo. Y eso indica también que, aunque echaremos de menos esta historia, es el momento perfecto para decir adiós. 

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