David Trueba lleva muchos años compaginando su trabajo como director de cine y como novelista, pero nunca hasta ahora había adaptado a la gran pantalla uno de sus libros. Ha decidido hacerlo con Blitz, que publicó hace 15 años y que no he leído, pero salgo del cine de ver Siempre es invierno, su adaptación al cine, con muchas ganas de ir a la primera librería que abra mañana para ponerme con ella. Siempre irónico, el cineasta y novelista ha contado que es la primera vez que al director no le importará que le digan que es mejor el libro que la película y, ya más en serio, también ha dicho que ha sido más complicado de lo que esperaba adaptar una de sus novelas, porque han chocado las visiones del David Trueba cineasta de hoy y la del David Trueba novelista de hace quince años.
No puedo, todavía, comparar al libro con la película, pero sí puedo decir que ésta me ha encantado por la sobriedad y sensibilidad de esta historia sobre el amor o, más bien, sobre la fiebre de vivir; sobre no dejar de preguntarse “¿y ahora qué?”. También es una historia sobre el autosabotaje en el que, en mayor o menor medida, todos caemos alguna vez en la vida. Y sobre aprender a vivir, en realidad, conociendo nuestras partes menos luminosas.
Tiendo a acudir con una predisposición favorable a las películas que adaptan libros, porque la literatura suele tener una profundidad en la construcción de los personajes y de la historia que le viene a la perfección al cine. David Trueba ya trae de casa esa profundidad y su maestría narrativa de las novelas que tan bien le sienta al cine. Es una película que se toma su tiempo, que confía en los diálogos pausados y con contenido, que confían en que el espectador también le dará ese tiempo a la historia para saborearla y avanzar de su mano. El filme va dejando píldoras de sabiduría y frases redondas, sentencias contundentes que invitan a la reflexión.
Miguel (David Verdaguer, siempre convincente en personajes un poco perdidos) es un arquitecto paisajista que acude a un concurso de proyectos en Lieja sin demasiada convicción junto a su novia Marta (Amaia Salamanca). Lo que parece un viaje relámpago sin más termina adquiriendo otro significado cuando ella decide dejarlo. No es ningún spoiler, porque se ve en la primera escena y aparece en el tráiler. Descolocado, Miguel decide quedarse en Lieja, donde conocerá a Olga, una mujer francesa de más de 60 años a la que da vida una sensacional Isabelle Renauld).
Entre diálogos sobre el amor, los paisajes y el sentido de la vida, pero también sobre cuestiones mucho más prosaicas, transcurre la historia, con toques de humor, pero nada obvios. Una de las grandes fortalezas de la película es la construcción de personajes. En una entrevista en Radio 5, Trueba contaba que sus personajes no son perfectos, que obligan a hacer un esfuerzo para quererlos, como nos pasa en la vida real. Es exactamente eso, la humanidad de sus personajes, algo que siempre caracteriza su cine, lo más valioso de Siempre es invierno. Eso y la forma en la que está contada la historia. El filme se ríe con mucha elegancia de la estupidez contemporánea (esos paisajes para móviles, ay) y también abraza el romanticismo, aunque se apresura a huir de lo cursi, incluso, corrigiéndose o matizándose a sí misma en algunos diálogos.
Me ha gustado mucho la película, en fin, por la historia que cuenta y por el tono y la forma en que lo hace, y también por algunos pequeños detalles que me han resultado encantadores. Esto es muy personal. Todo lo es, claro. Me encanta, por ejemplo, que esté rodada en una mezcla maravillosa de inglés, francés y español, que se alternan todo el rato, incluidas conversaciones con pequeñas confusiones. También que aparezcan Lieja, Barcelona, Madrid, Mallorca y hasta Calanda. Y los diálogos, que son extraordinarios y muy naturales. Todo en esta película suena a verdad. Creo que también por eso llega tanto lo que cuenta, esta historia de amor que es más que eso y que habla de la forma de estar en el mundo, intentando a ser posible odiar lo menos posible y abrazar la vida.

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