El final de "La Casa de Papel"

 

La segunda tanda de la quinta y última parte de La Casa de Papel me ha devuelto a una de mis fases cíclicas de escuchar de forma compulsiva a Chavela Vargas, por lo que a mí ya me vale la pena de sobra. Desde el principio de la historia, los creadores de la serie dejan sonar canciones enteras en momentos decisivos de la trama, para realzarlos, porque en esta producción la música nunca es un complemento más. Más allá del buen gusto musical acreditado por la serie en temporadas anteriores, el desenlace de La Casa de Papel me ha gustado mucho, desde luego, mucho más de lo que creía que me iba a gustar. Cuando la expectación mundial es tan alta, no debe de ser fácil encontrar la forma de seguir sorprendiendo y cautivando a espectadores de todo el mundo. Creo que estos cinco capítulos finales de la serie lo logran con creces. 

Desde que empecé a ver la serie, tarde, en pleno confinamiento, tras la recomendación entusiasta de una buena amiga, me debatí entre lo hipnótico y adictivo que me resultaba lo que estaba viendo y lo poco creíble que se antojaba en demasiadas ocasiones. He pasado mis fases. Creo que tras la cuarta temporada toqué fondo en cuanto a expectativas con La Casa de Papel, pero la quinta, dividida en dos partes, me ha reconciliado con esta historia, con esos personajes con los que es inevitable empatizar, y hasta con los guiños y las constantes autorreferencias que la serie se hace a sí misma. 

En los capítulos finales, la serie vuelve a tener momentos poco creíbles, porque la suspensión de la incredulidad que reclama toda ficción debe ser aún más grande con La Casa de Papel. Pero vale la pena. Mucho. Vale la pena entregarse simplemente al puro disfrute, al entretenimiento espectacular que ofrece la serie. Hay quien hace lecturas más sesudas o series sobre la serie. Que si la crítica a los secretos de Estado y a sus tuberías, que si mensajes sobre los mercados financieros, que si reflexión del tiempo presente... No lo sé. Es la grandeza de las historias, que cada cual puede interpretarla a su manera. Yo creo que La Casa de Papel es puro entretenimiento. Nada más. No creo que aspire a algo más que eso. Y eso, entretener y enganchar a millones de espectadores en todo el mundo, no es algo sencillo. 

Hay cierta pedantería, en ocasiones, a la hora de juzgar a series o películas que han sido un gran éxito mundial. Parece como si lo que tiene mucha audiencia, automáticamente, debiera de ser de baja calidad, como si asumiéramos que sólo lo minoritario o marginal puede tener suficientes dosis de brillantez y talento. Pero esas opiniones obvian que lograr lo que ha conseguido La Casa de Papel no es fácil, es más, es algo extraordinario. Una serie que se emitió inicialmente en abierto en Antena 3, que compró Netflix para su catálogo y que decidió extender con un segundo atraco del siglo por el interés mundial que despertó. No se trata de que no se pueda criticar aquello que a uno no le guste en esta serie porque se haya convertido en un fenómeno mundial, sólo faltaría, pero tampoco es justo negarle a sus creadores el innegable y enorme éxito logrado. Algo bueno tendrá la serie cuando tantos millones de personas en todo el mundo la devoran (la devoramos) en cuanto Netflix estrena nuevos capítulos. 

La Casa de Papel juega en otra liga, en una liga en la que juegan muy pocas producciones. En los cinco capítulos finales hay muchas frases grandilocuentes, porque todo es lo más grande la historia, el atraco, la crisis, todo. También hay conversaciones de amor o pasión en los momentos más inverosímiles. Pero todo eso forma parte del encanto de la serie, que alimenta también el humor y que se sigue asentando en la capacidad de sorprender e impactar a los espectadores y en la construcción de sus personajes. Si la primera parte de la tanda final de la serie fue una guerra, puro género bélico, en los cinco episodios finales vuelve a mostrarse más a fondo la personalidad de los protagonistas. El desenlace está muy bien resuelto, consigue atrapar la atención de los espectadores hasta el final y regala varios momentos impagables, tanto dentro como fuera del Banco de España. Y fuera, por cierto, destaca especialmente la inspectora Sierra, al que da vida con brillantez Najwa Nimri. 

Terminó para siempre La Casa de Papel (aunque habrá un spin-off del personaje de Berlín) y hasta los que más hemos arrugado el morro y fruncido las cejas ante ciertas escenas o situaciones de la serie, deberemos reconocer que en ningún momento pensamos en dejar de verlas y que este final nos ha convencido. Esta serie, con sus virtudes y defectos, tan excesiva en todo, nos ha enganchado como pocas. Y eso no está al alcance de cualquiera. Que además una historia así, creada en España, conquiste medio mundo, también provoca inevitablemente una cierta e inevitable satisfacción. Marca España, digamos, sin ser yo nada de eso. 

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