Gracias eternas, maestro Sabina

 

Gracias eternas, Madrid”, dijo ayer Sabina tras cantar Tan joven y tan viejo, la penúltima canción que interpretó en su concierto de anoche en el Movistar Arena de Madrid, el número 69 de su gira de despedida, Hola y adiós, a la que ya sólo le quedan dos fechas para echar el telón. Fue uno de los momentos de mayor intensidad emocional de la noche, que llegó justo antes del apoteósico cierre con Princesa, con todo el público puesto en pie y Madrid devolviéndole esas gracias eternas al madrileño de Úbeda, que creó sus canciones inmortales en esta ciudad en la que decidió quedarse. 

No hubo pocos instantes de lagrimita en el concierto de anoche. Tras el segundo de los bises, la siempre espléndida Contigo, el público rompió a aplaudir como si no quisiera que esa noche terminara nunca, que era exactamente lo que todos sentíamos. Se unió a la interminable ovación la banda del maestro. Casi tuvo que pedir clemencia un muy emocionado Sabina, se diría que al borde de las lágrimas, diciendo que aún quedaban dos canciones, que le hiciéramos el favor de poder concluir. Y entonces terminó acabando el concierto y, ya saben, la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. 



Más de 15.000 personas disfrutamos anoche al unísono del antepenúltimo concierto de la carrera de Joaquín Sabina. Es fuerte decirlo, hay que repetirlo para ser conscientes de ello. Para cada una de esas personas, este concierto significará algo distinto y posiblemente para la mayoría fue el último del autor de tantas canciones inmortales. Lo fue para mí, así que esta crónica sólo se puede escribir en primera persona, desde mi vivencia, y sólo puedo hablar de lo que Sabina y sus temas significan para mí, de lo que sentí anoche. 

Nada más entrar al hoy llamado Movistar Arena, el Palacio de Sabina en su Madrid, celebré por última vez la maravillosa variedad de generaciones que acuden a sus conciertos. Un padre le hace una foto a un sonriente niño con un bombín en la cabeza. No tendrá más de diez años. Alrededor, parejas de todas las edades, mirándose a los ojos y acariciándose con cada verso. Justo delante, un anciano con boina que rondará los 80, se sabe la letra de todas las canciones y no deja de sonreír en toda la noche. Gente de todas las edades unida por una afición común. Personas anónima y también personas populares que son incondicionales del maestro, como los poetas Luis García Montero y Benjamín Prado. Yo disfruté del concierto  con mi madre y mi tía, con quienes comparto pasión sabinera, porque lo importante de los conciertos de Sabina, igual que pasa con la vida, es también con quiénes los compartes.



Fue muy emocionante escuchar por última vez en directo canciones como Lo niego todo, ese himno del último disco de Sabina en el que repasa su vida con su ironía habitual; Ahora que…, una de mis preferidas, que describe el chispazo del amor de un modo poético y preciso; 19 días y 500 noches, quizá su gran éxito, que fue la primera con la que el público se puso en pie en pleno delirio; Una canción para la magdalena, otra de las que conectan de un modo especial con el público; la exquisita Por el boulevard de los sueños rotos, con la que Sabina rinde homenaje a Chavela Vargas, o Y sin embargo, precedida por la copla que le inspiró. De regalo, además, anoche Sabina ofreció una bellísima interpretación de De purísima y oro, que no estaba en la playlist de la gira. 



Un Sabina radiante, con esa luz especial en la mirada cada vez que actúa en su Madrid, se presentó, como siempre, bien rodeado por su banda, formada por Antonio García de Diego, Jaime Asúa, Laura Gómez Palma, Pedro Barceló, Josemi Sagaste, Borja Montenegro y Mara Barros, que una noche más estuvieron impecables y que engrandecen al maestro. Justo es recordar en una crónica como ésta, la última que hago de un concierto de Sabina, a Pancho Varona, mano derecha del maestro durante muchos años y coautor de algunas de sus mejores canciones. Tuvieron un desencuentro hace unos años y dejó de formar parte de su banda, pero sin duda en muchos de los grandes momentos que nos han regalado Sabina y los suyos en todos estos años, Varona estuvo allí.

Alguien un poco cursi, pero bastante sabio en el fondo, dijo una vez que la vida va de construir recuerdos. Y el construido anoche, y un poco ahora mientras escribo esta crónica, es de los que dejan huella. Con el de ayer he visto diez conciertos del Sabina. De todos ellos he escrito en este blog y de todos tengo un maravilloso recuerdo. El primero, en 2014, que fue el primero de Sabina después de cinco años sin actuar en Madrid, aquel en el que terminó antes de tiempo el recital por un desvanecimiento. La mayoría de los conciertos sabineros que he disfrutado han sido en Madrid, en su palacio, ahora llamado Movistar Arena. La anterior, hace apenas unos meses, a principios de junio, ya dentro de esta gira de despedida llamada Hola y adiós. También he disfrutado de sus canciones en Bilbao, tres veces, y en Donosti, en una antigua plaza de toros, no podía ser otro lugar para él. 


En una de sus mejores canciones, Más de cien motivos, Sabina enumera todo aquello que vale la pena en esta vida. Y, emulando al maestro, ahora que no lo podremos disfrutar más veces en directo, o eso dice, toca buscar también más de cien motivos para seguir celebrando su ingenio y abrazando sus canciones, para mantenerlas vivas y recordar todo lo vivido y disfrutado gracias a ellas. Los artículos del blog de aquellos conciertos sirven, sin duda, de bálsamo emocional en este momento sensible. Son pedacitos de esos recuerdos construidos en torno al talento de Sabina. 

No sé cuándo escuché una canción suya por primera vez, sí tengo claro que las primeras conversaciones largas sobre él fue con una amiga fanática de Sabina en la universidad, allá por 2005. Un año antes me había impactado una entrevista que el cantante dio a Cuatro, en la que hablaba del ictus que sufrió en 2001 y casi le cuesta la vida, y de la depresión posterior, la nube negra. Otro hito en mi relación con Sabina fue la publicación en 2007 del disco Dos pájaros de un tiro junto a Serrat, que creo que es el único disco que he rayado de tanto escucharlo

Cuatro años después llegó al Teatro Rialto de Madrid el musical Más de cien mentiras, basado en sus canciones, que me deslumbró en 2011. Aquel espectáculo, que puso un bombín gigante en la Gran Vía madrileña durante meses, a la puerta del teatro, me convenció de que tenía que profundizar en la discografía de Sabina y acudir a uno de sus conciertos en cuanto eso fuera posible, al tiempo que me aficionó para siempre sin remedio a los musicales, que desde entonces frecuento todo lo que puedo. 


Tengo un especial recuerdo del memorable concierto con Serrat en enero 2020, cuando se avecinaba la pesadilla de la pandemia del Covid-19, aquella noche fría en la que ambos maestros incendiaron el Palacio. Aquel concierto, majestuoso, portentoso, transcurrió sin sobresaltos y ocurrió poco antes de aquel otro en el que Sabina sufrió una aparatosa caída que le obligó a abandonar el Palacio en ambulancia. Regresó triunfal, por supuesto, y volvió a cantar en el Palacio en mayo de 2023, en un concierto en el que tuve la suerte de estar, dentro de una gira muy bien titulada, Contra todo pronóstico, porque tras aquella caída nadie daba un duro por su vuelta a los escenarios. Pero ahí estaba, una vez más, superviviente, sí, maldita sea. 

Entre esos más de cien motivos para recordar a Sabina también nos quedan algunos libros, porque siempre quedan algunos libros, como la soberbia biografía Sabina, sol y sombra, de Julio Valdeón, que es algo así como la biblia sabinera, o Perdonen la tristeza, que es anterior, de hace ya unos cuantos años, en el que Javier Menéndez Flores recorre su discografía hasta 1999, el año de publicar con de su mejor disco, el mítico 19 días y 500 noches. Y también nos quedan su libro de poemas, Ciento volando de catorce, y el estupendo documental Sintiéndolo mucho, de Fernando León de Aranoa, que será quizá el mejor testimonio audiovisual que quede de su arte, y al que seguro que volveremos cuando pasen los años y añoremos sus conciertos en directo. 



La gira Hola y adiós de Sabina terminará en unos días en Madrid después de 71 conciertos en España, América Latina, Estados Unidos y Europa, en los que el autor de la banda sonora de tantas vidas ha recibido el cariño de cientos de miles de personas. Anoche, tras el concierto, compartí un vídeo con una amiga única, con la que también he compartido grandes noches sabineras y tantos otros momentos de esos que le dan sentido a la vida. Le mandé tras el vídeo el emoticono del corazón roto, por la nostalgia que ya siento de los conciertos de Sabina, por constatar que no va más, si hemos de creer al maestro. “Tenemos que sentirnos afortunados porque lo hemos disfrutado muchos años y hemos podido ir a muchos conciertos suyos”, me responde. Y, como siempre, tiene razón. Porque las canciones Sabina reúnen más de cien motivos para seguir celebrando la vida. Y ni todos esos recuerdos construidos en sus conciertos ni sus canciones inmortales desaparecerán nunca. Siempre estarán ahí para sacarnos de la sucia rutina, como canta en Mentiras piadosas, siempre dispuestas a vivir amores que nunca mueren, como en Contigo



Canta Sabina en Con la frente marchita que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, pero cuando sintamos nostalgia de sus conciertos podremos volver una u otra vez a estos recuerdos, a este y otros artículos, a algunos vídeos, para demostrarnos que no fueron un sueño, que de verdad tuvimos la inmensa fortuna de celebrar noches únicas en las que nos dieron las diez y pedimos que todas las noches fueran noches de boda y todas las lunas, lunas de miel. Hasta siempre y gracias, gracias eternas, maestro Sabina. 

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