Red

 

En la extraordinaria Inside Out, posiblemente mi película preferida de Pixar, se hacía una casi revolucionaria defensa de la tristeza como una emoción que no se puede negar. Revolucionario, desde luego, en una película de dibujos animados teóricamente dirigida al público infantil y en un momento, además, en el que la felicidad permanente parece casi una obligación, no hace falta más que entrar a cualquier red social, menos Twitter, para encontrar a gente proclamando su absoluta e inmensa felicidad en cada ocasión que se presenta. Desde aquel trabajo, Pixar ha seguido esa línea tan atractiva de plantear mensajes distintos a los tradicionales, digamos. En Soul, por ejemplo, se cuestionaba lo que entendemos por éxito. En Luca se defendía la diversidad y la diferencia, sin tener miedo a ser uno mismo. En Coco se abordaba la muerte y la relación con la familia. Esto último está también en el centro de Red, la última película de Pixar, que se puede ver en Disney Plus y que, a pesar de no ser de las mejores películas del estudio, como todas las producciones de Pixar, vale la pena. 
La película, dirigida por Domee Shi, ahonda en la tradición de Pixar de plantear cuestiones de fondo, con distintas capas de lectura, en películas con la apariencia de estar destinadas en exclusiva al público infantil. La protagoniza de Red es Mei Lee, una niña muy apegada a su familia, obediente y complaciente con sus padres, que de pronto descubre que se convierte en un panda rojo gigante cada vez que siente una emoción fuerte, ya sea alegre o triste. Con la brillantez habitual de Pixar, que recrea visualmente el día a día de la joven y también sus sueños y pesadillas (espacio donde dan rienda suelta a su imaginación los creadores del filme), el fondo de la película trasciende de la peripecia de la joven. 

Mei Lee y sus amigas son fanáticas de una band boy que actuará en su ciudad, Toronto. Para ellas es el concierto más importante de su vida, mucho más que un concierto, de hecho. La película refleja bien esa intensidad emocional de todo cuanto se vive en la adolescencia o preadolescencia (la protagonista tiene 13 años). La chica se enfrenta a un dilema: de un lado, quiere seguir siendo la hija obediente que hace caso a sus padres y está volcada con su familia, pero del otro quiere vivir con más libertad, empezar a hacer planes con sus amigas. 

La figura de ese gran panda rojo en el que se convierte cuando se emociona demasiado, ya sea para bien o para mal, es una preciosa metáfora de cómo en ocasiones el entorno, la sociedad, la familia o quien sea nos presiona para contener algo nuestras emociones, para ir por la vida con el freno de mano echado. Va más allá de la lógica aspiración adolescente de dejar de ser una niña y vivir otra clase de situaciones y de emociones, como cualquier adolescente. Apela, en realidad, igual que ocurría en Inside Out, a la necesidad de mantenerse fiel a uno mismo y de no negar una parte más salvaje o indómita que, en mayor o menor medida, todos llevamos dentro. Es el clásico dilema entre el deber y el querer, entre el ser y el querer ser, entre los sueños y aspiraciones más inconfensables, de un lado, y el cumplimiento de lo que se espera de uno, por el otro. 

Mei Lee es una niña buena, que se desvive por conseguir la aprobación de sus padres, sobre todo de su madre. Quiere seguir siendo la hija perfecta, pero siente que otras cosas que le hacen emocionarse, como los buenos ratos con sus amigas, pueden ir de alguna forma en contra de esa rigidez con la que en casa le inculcan cómo debe ser. La película cuestiona cómo todos de alguna forma nos reprimimos, y de cómo es más inteligente aceptar esas partes menos responsables o serias de nosotros mismos, en lugar de intentar dominarlas o esconderlas. Porque también forman parte de nosotros, porque hay que hacerla compatible con ese otro lado más formal. Red, ya digo, no es la mejor película de Pixar, pero le basta y le sobra para resultar interesante y dejar un sugerente mensaje de fondo. 

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