Desde hace años, muchos acudimos a cada nuevo concierto de Sabina pensando que puede ser el último, que por otra parte es una forma estupenda de afrontar la vida, vivir cada día como si fuera el último, porque alguno efectivamente lo será. Esta vez sabemos que los conciertos de Sabina tocan a su fin, o al menos eso jura y perjura el autor de tantos temas inmortales cuando afirma que esta gira, muy sabineramente llamada Hola y adiós, es la última de su carrera, su despedida de los escenarios.
Así que, con más razón que nunca, ya acudimos a cada concierto de Sabina como si fuera el último, aunque también me gusta pensar que lo hacemos como si fuera el primero, porque se mantiene intacta la ilusión, esa emoción siempre igual, pero también siempre un poco diferente cuando empiezan a sonar los acordes de sus canciones. Cada concierto es distinto, aunque todos compartan la lista de canciones, aunque nos las conozcamos todas de memoria, porque nunca somos exactamente los mismos, porque las buenas canciones, igual que los amores que matan, nunca mueren, y porque, ahora que va acabando esta gira de despedida, sabemos que asistimos a momentos únicos, a una sucesión inexorable de últimas veces.
Anoche, por ejemplo, fue mi último concierto de Sabina en Bilbao, donde lo he podido disfrutar varias veces en directo con mi familia del norte. Y lo viví como si fuera el primero, aunque nuestra anterior noche sabinera en Bilbao fuera hace dos años y aunque ya pudiéramos disfrutar de esta gira en junio en Madrid. Anoche, como en la preciosa Ahora que, era como si el mundo estuviera recién pintado, como si todos los cuentos fueran el cuento de nunca empezar, o mejor, de siempre empezar de nuevo.
Todo tuvo el sabor de las primeras veces, sí, igual que ocurre en realidad siempre con la poesía, y no es otra cosa lo que hace Sabina. Poesía de lo cotidiano con música. Poesía, eso que describió Lorca como “la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. Poesía que sirve de inspiración manifiesta en muchas de las canciones de Sabina. Poesía que él mismo ha escrito (ahí está su libro de sonetos Ciento volando de catorce) y que impregna cada uno de sus temas.
Anoche saboreé los versos de las canciones de Sabina como si nunca antes los hubiera escuchado y quedé prendado de su lirismo y su genialidad. Me encantó esa joya de videoclip de Un último vals, rodada por Fernando León de Aranoa, amigo del cantante, que rodó un portentoso documental sobre su vida. Cada concierto de esta última gira de Sabina comienza con ese videoclip de este tema, en el que rodeado de amigos canta versos que tan bien captan la esencia del interminable y genial cancionero de Sabina como “Tú, que corriste a rescatarme de las llamas/ Tú, que pusiste paz en mi ciudad sin ley / Tú, que aprendiste en mis electrocardiogramas / Que hace tiempo que no sigo siendo el rey” o “Yo que soy el cinturón negro en pesimismo / Que me fundo en cuatro copas el jornal / Que prefiero ser cualquiera a ser yo mismo / Que prefiero ser donnadie a ser Don Juan”.
Con el público puesto en pie para recibirlos con una larga ovación, Sabina y su banda entran en el escenario para interpretar las dos mejores canciones del último disco del maestro: Lágrimas de mármol y Lo niego todo, en la que hace un repaso irónico y burlón de su vida, y en la que dice aquello de “ni cantante de orquesta ni el Dylan español”. Siguen después Mentiras piadosas, recuperada en esta gira, y la soberbia Ahora que…, tal vez la canción que mejor describe la ilusión imparable del comienzo de una historia de amor, cuando “las tormentas son tan breves y los duelos no se atreven a dolernos demasiado” y cuando “nada es urgente” y “todo es presente”.
Cuenta Sabina que Calle Melancolía es la segunda que escribió y eso dice muchas cosas del insultante genio creativo del autor, del que se ha dicho con razón que se le caían las canciones de los bolsillos, tal es así frenesí y su talento. Está totalmente fuera de lo normal que en la segunda canción que escribes te salgan versos como “Me enfado con las sombras / Que pueblan los pasillos / Y me abrazo a la ausencia / Que dejas en mi cama”.
Se suceden después tres de las canciones más populares del cancionero de Sabina (19 días y 500 noches, Quién me ha robado el mes de abril y Más de cien mentiras), antes de que el maestro se tome un descanso y se ausente unos minutos del escenario. Lo deja en buenas manos: Mara Barros, siempre impecable, interpreta Camas vacías, y Jaime Asúa llena de energía rockera la interpretación de Pacto entre caballeros, esa canción delirante y genial en la que Sabina cuenta cómo termina haciéndose amigo de unos ladronzuelos que entraron a robar a su casa.
Regresó al escenario Sabina a lo grande con Donde habita el olvido, otra canción que es pura poesía, inspirada en los versos de Cernuda. Tras ella fue el turno de Peces de ciudad, también genial, que es, según ha contado en varias entrevistas, una de sus canciones preferidas. De ella dijo en un concierto en Donosti unos años: “no sé muy bien que estoy contando en ella, no la entiendo muy bien, pero creo que eso que no sé bien que quería decir, está bien dicho”. Magnífico. Me recuerda a aquello que dijo el poeta y compositor Horacio Ferrer en su tango Balada para un loco: "las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?”. Eso, ese qué sé yo tan maravillosamente impreciso, tan poético, inunda las canciones de Sabina, mil veces escuchadas, que siempre resuenan como la primera vez.
El público corea a grito pelado el verso más sonoro de Una canción para la magdalena (“la más señora de todas las putas, la más puta de todas las señoras”) y se conmueve celebrando a Chavela Vargas con Por el bulevar de los sueños rotos, con la que todos suspiramos que “quién supiera reír como llora Chavela”. Por cierto, contó Sabina que hace muchos años él actuó en un teatro de Bilbao con la dama del poncho rojo. Quién hubiera podido vivir aquello.
Concluyó la parte, digamos, oficial del concierto, sin los bises, con Y sin embargo, que Sabina interpretó después del clásico ya homenaje a la copla con Mara Barros; Noches de boda, en la que desea “que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena” y también “que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean luna de miel”, y una parte de la estupenda y festiva Y nos dieron las diez. En esta última, claro, el público coreó con especial fuerza el verso de “ojalá que volvamos a vernos”.
No se hicieron mucho de rogar los esperados bises. Por si acaso, la gente no se sentó y no paró de aplaudir. Primero, con Antonio García de Diego cantando la espléndida La canción más hermosa del mundo, y después, de nuevo, con Sabina sobre el escenario. Tras cantar Tan joven y tan viejo (“así que de momento, nada de adiós, muchachos”), el público aplaudió como si no hubiera un mañana. Fue una ovación tan larga y emotiva que Sabina, visiblemente emocionado, tuvo que decir: “si son tan amables, aún nos quedan dos canciones”. Sólo así, por amable mandato sabinero, se acallaron esos aplausos interminables que querían decirle tantas cosas al maestro, que cerró el concierto con otras dos joyas de su repertorio: Contigo y Princesa.
Tras el de ayer, a la gira Hola y adiós le quedan sólo cinco conciertos: uno mañana en Bilbao y cuatro más en Madrid, su Madrid. En uno de ellos, esa vez de verdad, o no, quién sabe, veré a Sabina encima de un escenario por última vez. De momento, anoche salí de su concierto en el BEC con la piel de gallina y no preguntándome si ha escrito o no la canción más hermosa del mundo, que eso está completamente fuera de duda en este preciso instante, sino cuántas veces la ha escrito, porque hay unas cuantas candidatas sabineras a ese título. Lo bueno es que cuando termine la gira y se corte la coleta, ahí seguirán estando sus canciones, sus versos, esos que, como ocurre siempre con la buena poesía, sonarán un poco siempre como la primera vez por muchas veces que las hayamos escuchado.

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