Drive my car

 

Hay películas de tres horas que se hacen cortas. De hecho, mi película preferida, Boyhood, dura dos horas y cuarenta minutos, y Quién lo impide, que me fascinó el año pasado, se va a las tres horas y media. La duración de un filme me resulta irrelevante. Es más, por lo general, cuando una película que no es de superhéroes opta por un metraje muy largo, de entrada, siento una predisposición positiva hacia ella, ya que me parece una decisión valiente en estos tiempos de escasa capacidad de concentración, en el que consumimos productos culturales de forma veloz y se demanda cada vez más episodios cortitos de series, aunque luego hagamos un maratón. Por tanto, las tres horas de duración de Drive my car, de Ryûsuke Hamaguchi, no me echaban para atrás. Casi al contrario. ¿Qué mejor que dejarse atrapar por una buena historia durante un largo tiempo? 
La película, que ganó el Oscar a mejor filme de habla no inglesa y que puede verse aún en algunos cines y ya en Filmin, ha sido unánimemente elogiada por la crítica. Tenía altísimas expectativas sobre ella. Almodóvar dijo que era para él sin discusión la mejor película del año. Además, está basada en un relato de Murakami, un autor que me encanta. La última película basada en un texto del escritor japonés, Burning, me deslumbró. Es decir, iba muy predispuesto a que la película me gustara. Y me ha gustado, sí, pero reconozco que mi entusiasmo por el filme es bastante más contenido que el de la mayoría de las críticas que he leído sobre este trabajo. También confieso que se me ha hecho algo larga. 

No puedo, desde luego, negarle sus muchos méritos. Me parece una genialidad, casi una provocación en estos tiempos acelerados que corren, que los créditos de inicio del filme aparezcan en pantalla transcurridos 40 minutos, que es el tiempo que la película se toma para mostrar el prólogo, para sentar los precedentes del drama que acompañará a su protagonista hasta el final. Es ya toda una declaración de intenciones. Ese comienzo, casi una película en sí misma, es prodigioso. Entonces la película da un salto de dos años en el que su protagonista, un actor y director teatral, acude al festival de Hiroshima, donde ha aceptado el encargo de montar la obra Tío Vania, de Chéjov. 

El título del filme alude a la relación que entablará el protagonista con la joven que se encargará de ser su chófer durante su estancia en la ciudad nipona, tristemente célebre en todo el mundo por ser una de las dos localidades sobre las que Estados Unidos lanzó la bomba atómica en 1945. El ritmo pausado del filme acompaña al tiempo que se toman ambos personajes en ir cogiendo confianza, en abrirse el uno al otro y compartir las heridas que aún tienen abiertas, los dramas del pasado que los han marcado

También es muy valioso ese juego metateatral o metanarrativo entre la función que prepara el protagonista y su propia vida. Él ensaya en el coche, con una cinta grababa por su mujer. Hay interesantes reflexiones sobre el proceso creativo y sobre la relación entre el arte y la vida. La sutileza con la que los protagonistas de la película comparten sus sentimientos es otro de los puntos fuertes del filme. Es igualmente muy atractivo que los intérpretes de la obra que prepara el personaje principal del filme hablen distintos idiomas, incluido el lenguaje de signos, lo que da pie a escenas de una gran potencia. Y también se nota el sello de Murakami, en especial, en un relato contado a fragmentos a lo largo de la película, que de algún modo la vertebra. Pero, lo dicho, tengo que reconocer que se me hizo algo larga. Esperaba encontrarme una indiscutible obra maestra y "sólo" me encontré una buena película. Bienvenidas sean estas pequeñas decepciones. 

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