Ni por favor ni por favora


María Martín dedica su libro Ni por favor ni por favora. Cómo hablar con lenguaje inclusivo sin que se note (demasiado) "a las mujeres que, siendo, quieren estar y a los hombres que no se ven amenazados por ello". Cuando leo ensayos así, tan bien escritos, tan inteligentes e irónicos, tan bien argumentados, siempre pienso lo mismo: ojalá lleguen también a los no convencidos, a los hombres que sí se ven amenazados por el feminismo, que tienen tendencia a ridiculizar el lenguaje inclusivo. No lo tendrán fácil para replicar los argumentos de la autora también de Mujer tenías que ser, editado igualmente por Catarata, y que también disfruté muchísimo. 


De este libro me gusta casi todo. Sobre todo, su tono, muy divertido e irónico, ya desde el aviso que incorpora nada más empezar: “atención. Este libro está íntegramente escrito con lenguaje inclusivo. Las autoridades lingüísticas advierten de que esto puede afectar gravemente a su comprensión”. El libro empieza fuerte. Ya en la primera página leemos: “sé perfectamente que el masculino es el género gramatical designado por la lengua española como no marcado (imaginen subrayada la palabra designado, porque volveremos a ella) y qué emplearlo es correcto. Aunque es machista. Así que cuando se emplea, me siento molesta”.

El tono es un gran acierto de esta obra, porque de forma interesa se suele presentar desde el patriarcado a las feministas como mujeres cabreadas con el mundo, siempre enfadadas, y que además quieren que hablemos mal el bello idioma castellano, que lo destrocemos. La autora deja claro que ella no está a favor de que se diga "todas y todos" continuamente, porque produce rechazo en parte de la sociedad. Razona y argumenta. Explica que el lenguaje inclusivo no tiene nada que ver con esa caricatura que de él se hace para que nada cambie. 

Parte de una evidencia, curiosamente muy discutida, que "todos los idiomas contienen la carga ideológica de las sociedades que los crean y los hablan". Por eso, añade, "hoy por hoy, el español sigue teniendo una carga ideológica machista. Negarlo no niega la realidad. La lengua se cambia hablando”.

El feminismo nunca ha pedido llamar periodisto a los hombres que ejercen el periodismo porque es “una soberana sandez”. Tampoco incluir el término “modisto”, porque ya existía modista y ya tenemos el artículo determinado para indicar si hablamos de hombres y mujeres. Sin embargo, modisto” está incluido en el diccionario desde 1984, porque los hombres que ejercían la profesión necesitaron que se aceptara para sentirse incluidos, explica. 

Hay pasajes muy elocuentes en el libro, del que subrayaría casi cada frase. Aquí van dos más: 

Llegada a este punto, tengo que reconocer que yo, hoy, no me siento incluida en un todos, ni en un ciudadano, ni en un trabajador, ni me parece verme si leo el Código Penal y dice “el que mátese”. Y, si se casan dos mujeres, ¿qué pirueta mental hay que hacer para verlas en los cónyuges, tal y como recoge el Código Civil? No me veo. No me siento. Y no es una rareza mía. Es que no estoy, caramba. Y quiero verme, sentirme y, a la vez, que nadie sienta rechazo al leerlo o escucharlo”.

Aunque se nos diga que decir que el niño y la niña es redundante, no lo es. Es redundante lo que se nombra dos veces. Un niño y una niña no son lo mismo. Porque, si fueran lo mismo, la propia existencia de las dos palabras sería redundante y atentaría contra la economía del lenguaje. Y ahí funciona bien el ejemplo que pone en el libro, cuando una profesora dice "niños, al recreo", y una alumna no se siente representada. Horas después, cuando piden niños voluntarios para un equipo de fútbol y esta alumna levanta la mano, le dejan claro que, esta vez, ella no está incluido en ese "niños", que sólo buscan niños para el equipo. 

Los críticos del lenguaje inclusivo, a los que suele poner muy nerviosos cualquier reflexión al respecto, suelen defender el género neutro y el idioma español tal y como ellos lo entienden como algo sacrosanto, escrito en piedra. La autora deja claro que no es así. Pone el ejemplo de Francia, donde se usaba el lenguaje inclusivo en la Edad Media hasta que, a partir del siglo XVII, se consideró preponderante la forma masculina por la propuesta del gramático Vaugelas. Una propuesta, claro, que no era neutral, como no lo son las múltiples declaraciones de muchos académicos de la lengua en España que critican cualquier atisbo de lenguaje inclusivo y salen en defensa del idioma castellano y de lo que ellos entienden que es la economía del lenguaje. 

El libro es mucho más que una crítica a la RAE, a la escasa presencia de mujeres en la institución y a la toma de postura en contra del lenguaje inclusivo, pero también es eso. Bluyín está fenomenal, cederrón es el no va más, podemos beber güisqui y comprar un suvenir siendo perfectamente correctas”, leemos. Pero poner una marca de "despectivo" en términos machistas o eliminar incomprensibles diferencias entre los términos masculino y femenino de muchas palabras, ya lo dejan para mejor ocasión. 

Cuando se critica al feminismo desde el patriarcado se suele decir que es político, como si eso fuera algo malo, y que no hay que politizarlo todo. La autora, también aquí, acierta de pleno al destacar que "el lenguaje es político, y negar que lo sea también es político. Por eso el feminismo, que es un movimiento político que aspira al cambio total de las estructuras sociales imperantes, no puede olvidar un espacio de la importancia del lenguaje”. Claro que el feminismo es político. Concretamente, el movimiento político que busca la igualdad real entre hombres y mujeres. Entender que el lenguaje juega un papel en esa lucha política justa es importante y no cuesta demasiado, todo hay que decirlo, al ver las críticas furibundas que despierta el lenguaje inclusivo. Más libros como este, por favor. 

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