Mujer tenías que ser

 

Es tristemente habitual que en cada debate sobre el lenguaje inclusivo aparezca antes o después la intención de ridiculizar a quienes cuestionan el sesgo machista de nuestro idioma e intentar hace reflexionar sobre lo que ello dice de nosotros. Es frecuente que se desacrediten esas opiniones acusando a quienes las defienden de ignorantes que no saben ni hablar y no conocen el idioma ni las reglas del español. Y a correr. La mejor demostración de lo injusta y malintencionada que es esta forma de despachar un debate apasionante, del que tanto podríamos aprender, es Mujer tenías que ser, el soberbio ensayo de María Martín Barranco (Ed. Catarata), cuyo subtítulo explica bien lo que encontrará la persona que se acerque a esta obra: La construcción de lo femenino a través del lenguaje. Es un libro divertido, contundente y muy inspirador, que invita a la reflexión. 


Ya se sabe que para algunos la mejor forma de esquivar un problema es negarlo. Muchos sostienen, incluso algo enfurecidos, que no existe el machismo, en vez de intentar aprender del feminismo, que no es lo mismo que el machismo pero al revés, sino todo lo contrario, su antídoto, la fórmula para construir una sociedad mejor, más justa, más igualitaria. El feminismo, y este libro es buena prueba de ello, nos regala oportunidad de autoexaminarnos y de aprender. Es una lástima que haya tantas personas, especialmente hombres, que prefieran cerrarse en banda y aferrarse a sus prejuicios. No creo que nadie pueda leer este libro y concluir que no existe sesgo machista alguno en nuestro lenguaje

La autora analiza el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) y demuestra que, además de limpiar, fijar y dar esplendor, esta institución tiene mucho que avanzar en materia de igualdad. Deja claro en todo momento que lo que recoge el diccionario es, en primer lugar, la prueba de cómo se habla y de cómo en una sociedad machista el lenguaje también lo es, pero va más allá y ofrece ejemplos de cómo la RAE no conserva siempre esa pretendida objetividad. El libro muestra algo que, pese a ser evidente, tanta gente parece no entender: el lenguaje está vivo, todo idioma lo está. No está escrito en piedra que se deba emplear el masculino genérico, por ejemplo, como no lo está que el nombre de las profesiones (médico, abogado, juez) tenga que mantenerse en masculino cuando quien las ejerce es una mujer. 

La lengua nunca es neutra, ni objetiva. Los diccionarios reflejan siempre las mentalidades de las personas que los hacen”, explica Martín Barranco en el libro, escrito con un tono ágil, pero cargado de razones, con una ligereza inteligente difícil de encontrar. Pone multitud de ejemplos. Una mujer pública es una "prostituta", mientras que un hombre público es un "hombre que tiene presencia e influjo en la vida social". El ensayo incluye dos páginas enteras con definiciones de expresiones que significaban prostituta en la cuarta edición de la RAE, de 1803. “Al parecer, a los antepasados de la RAE les parecían pocas las definiciones de rameras, putas, mujeres de vida fácil, publicas y otras, por lo que añadieron unos cuantos sinónimos, no se fueran a quedar sus coetáneos sin una expresión para insultarnos, reprendernos o estigmatizarnos”, leemos. 

Pero no se queda en el pasado. Hoy sigue habiendo ejemplos a montones de ese sesgo machista. Un brujo es un "embrujador, que hechiza", mientras que una bruja es una "mujer de aspecto repulsivo, mujer malvada". La segunda acepción de talludo/a es "dicho de un muchacho: Que ha crecido mucho en poco tiempo" (nótese la referencia a "un muchacho), mientras que la tercera: "dicho de una persona: Que, por estar acostumbrada o viciada en algo mucho tiempo, tiene dificultad en dejarlo" y la cuarta "dicho de una persona: Que está dejando de ser joven". Como se ve, la RAE sí recurre en ocasiones al tan denostrado término "persona" para hablar de hombres y mujeres, en vez del genérico "hombre", igual porque no es tan neutro ni tan genérico como se defiende a veces con tanto ímpetu. Otro ejemplo, ajomonarse: "dicho de una persona, especialmente una mujer: Engordar cuando ha pasado de la juventud". 

Podría escribir un artículo inmenso recopilando las definiciones bastante alucinantes. Compartiré sólo dos más: baboso, cuya cuarta acepción reza: “Dicho de un hombre: Enamoradizo y molestamente obsequioso con las mujeres”, y metrosexual, "Dicho de un hombre, especialmente heterosexual: Que se preocupa en extremo de su apariencia y dedica mucho tiempo y dinero a sus cuidados físicos". Casi nada. 

La autora también recuerda que la primera mujer que entró en la RAE fue Carmen Conde en 1978, es decir, 265 años después de la función de la institución, y que María Moliner (¿les suena?) fue vetada. Debieron de pensar que no había hecho méritos suficientes. También cita, por cierto, un repugnante artículo de Umbral sobre el violador del Ensanche de Barcelona en el que, al hablar de sus víctimas, escribió: "“si es que puede llamarse así (violada) a la beneficiaria de un polvo inesperado, azaroso, forajido y juvenil” o también “la hembra violada parece que tiene otro sabor, como la liebre del monte”.

El libro, que reúne numerosos refranes machistas, también muestra cómo el lenguaje dice mucho sobre el papel de las mujeres en la sociedad. Por ejemplo, habla de la menstruación y sus eufemismos. Según cuenta, una encuesta de 2016 elaborada por la Coalición Internacional de Salud de la Mujer concluyó que existen 5.000 palabras o frases para referirse a la menstruación.

Es especialmente atractiva una reflexión que comparte la autora: los hombres hacen y las mujeres son.  Es un pasaje algo largo pero merece la pena compartirlo: “Piensen en Churchill, un político al que lo se cuestiona su liderazgo en la Segunda Guerra Mundial por más que a sus espaldas llevara una ristra de decisiones más que discutibles. Ellas son. Y si eres mala, no lo puedes modificar. Repasad ahora lo que sabéis de Victoria Kent y su “cara a cara” en el Congreso español con Clara Campoamor. Campoamor a favor y Kent en contra del voto de las mujeres en España. Victoria Kent es el ejemplo de que el rasero de la historia para medir a los hombres y a las mujeres es diferente. Un hombre puede cometer mil y un errores. Si tuvo un gran acierto, será un gran hombre, un hombre de Estado, un prohombre, un héroe”.

Lo dicho, no creo que nadie pueda leer este libro y negar que existe un sesgo machista en nuestro lenguaje, que es reflejo del machismo de la sociedad, sí, y también de una cierta resistencia por parte de la RAE a la hora de avanzar en el lenguaje inclusivo. Es muy llamativa, por ejemplo, la ausencia de marcas de "en desuso" o "despectivo" en muchas palabras denigrantes para las mujeres. Insisto, nadie pide que la RAE deje de reflejar cómo se habla y, lógicamente, si en la sociedad hay tanto machismo instalado, es lógico que así lo recoja en su diccionario, pero no parece que sea una institución con mucha disposición, por ejemplo, a reseñar que muchas expresiones relativas a las mujeres son despectivas. 

Para acabar, uno de los muchos ejemplos que comparte la autora: la violencia de género, que no aparece en el diccionario porque, según dijo el anterior director de la RAE, “no es una palabra nueva, sino una suma de significados. Cualquier hispanohablante que entienda qué es violencia y qué es género podrá entenderlo. No necesita que el diccionario se lo diga”. Pero claro, la autora continúa así: supongo que sí es necesario que nos digan que casa de prostitución es una casa de lenocinio; que nos aclaren que polvo de picapica es un polvo que produce picazón: acoso laboral el acoso en el trabajo o amor propio el amor por sí”. Lo dicho, cuánto bien haríamos todos en reflexionar sobre cómo hablamos y qué dice de nosotros la forma en la que nombramos, o dejamos de nombrar, al mundo que nos rodea. 

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