Sectarismo

 

El pleno del Ayuntamiento de Madrid del pasado martes estaba llamado a celebrar la relevancia de Almudena Grandes, pero terminó exhibiendo la pequeñez de la mayoría de los concejales del consistorio. Los ediles de PP, Ciudadanos y Vox se opusieron a reconocer a la escritora el título de hija predilecta de la ciudad en la que nació y a la que tanto amó. También votaron en contra de la iniciativa de ponerle su nombre a la próxima biblioteca pública que se abra en Madrid. Sólo aceptaron darle su nombre a una calle, quizá piensan en un callejón pequeño y medio escondido. Lamentable. Muy triste y muy revelador de cierta forma tóxica y destructiva de entender la política. 


Decíamos el otro día que sólo desde el sectarismo cegador se podía negar la trascendencia de la obra de Almudena Grandes. Pues bien, tristemente, estos días en Madrid hemos tenido buenas dosis de sectarismo. Almudena Grandes seguirá siendo leída y admirada dentro de décadas, cuando los nombres de esos concejales que han decidido negarle un reconocimiento más que merecido serán sólo, si acaso, un vago recuerdo en la memoria colectiva de esta ciudad. La obra de Almudena Grandes ha sido traducida a más de 60 idiomas. Las sandeces y el odio sectario de otros se escuchan sólo en uno, sin excesiva riqueza en su vocabulario, todo hay que decirlo. A algunos los conocen en su casa a la hora de comer, ella llevó el nombre de Madrid por medio mundo.

Si quienes han actuado de un modo tan mezquino ante la pérdida de una de las mayores escritoras contemporáneas de nuestro país lo han hecho por una cuestión meramente ideológica, es triste, porque significaría que sólo saben reconocer el talento de un escritor o de cualquier artista en función de a quien voten. Es pavoroso pensar que estamos rodeados de gente que de verdad necesita saber el carnet político de algún creador antes de admirarlo, gente que modula si opinión sobre un libro en función de las ideas políticas de quien lo ha escrito. Si eso es lo que les pasa, los compadezco, ya tienen bastante con lo suyo. Pero es que si quien tiene esa actitud desempeña un papel como el de alcalde o presidenta de una Comunidad Autónoma, el problema es mayor, porque no les pagamos para que gobiernen con sectarismo ni pensando sólo en sus votantes. Es irrelevante que les guste o no la obra de Grandes. Es irrelevante que lean libros o no (sería de agradecer que lo hicieran, claro). Su deber es representar a todos los madrileños y, en este caso, reconocer la labor de una de las figuras más importantes de la literatura española contemporánea, madrileña, además, muy orgullosa de serlo. 

Hay pocas actitudes que muestren de forma más nítida la mediocridad y la mezquindad que negarle a alguien el reconocimiento que merece, sólo por sus ideas políticas. Es triste que haya tanta incapacidad de reconocer el talento allá donde se produzca, independientemente de a quien vote cada cual. Por cierto, es exactamente lo mismo que defendí cuando, en 2015, se publicó que el Ayuntamiento de Madrid, entonces encabezado por Carmena, pretendía eliminar el nombre de Salvador Dalí de una calle de la ciudad. La propia Carmena terció en esa polémica y dijo que era un disparate semejante idea y que no se llevaría a cabo. 

La ceguera intelectual y el sectarismo de quien pretende eliminar a Dalí del callejero de Madrid por sus posiciones políticas definen bien la limitada estatura de estos censores justicieros del pasado incapaces de reconocer el arte por encima de las posiciones políticas del artista”, escribí entonces y sigo pensando ahora. Lo mismo pensé cuando el PSOE del Ayuntamiento de Madrid votó en contra de la concesión de la medalla de la ciudad al escritor Andrés Trapiello. No supieron explicar por qué y la razón es sencilla: porque ese voto respondía al sectarismo, el mismo que los que entonces criticaron ahora ejercen orgullosos de su mediocridad. 

Es una manera tóxica de entender la política, no digamos ya la cultura. Es triste que se haga semejante seguidismo de la extrema derecha. Esta gente parece creer que sólo se puede valorar la obra de una escritora si piensa igual que ellos. Es demencial, pero juguemos a aceptar ese marco mental tan pobre, juguemos a aceptar que la ideología pueda tener algo que ver a la hora de conceder reconocimientos a personalidades del mundo de la cultura. Reduzcamos por un momento la figura de Almudena Grandes a sus ideas políticas. ¿Qué encuentran tan atroz en ellas? ¿Por qué les espanta tanto que se dé voz a los perdedores de la Guerra Civil? ¿Qué les duele exactamente de esa postura política? ¿Por qué se sienten atacados? 


En 2018, Almudena Grandes dio el pregón de las fiestas de San Isidro en Madrid. Quizá los sectarios que prefieren odiarla en lugar de reconocer su talento deberían ver ese vídeo. Aunque, bien pensado, puede que en ese discurso encontremos también algo que les suene peligroso a estos concejales grises cuyos nombres olvidará la historia, la misma que ensalzará el talento narrativo, el compromiso y la dignidad de Almudena Grandes. Entre otras cosas, en ese pregón bellísimo dijo la autora: “a los madrileños nos traen sin cuidado los orígenes, los apellidos y la distinción de nuestros conciudadanos. Yo lo sé bien, porque no tengo otro lugar de donde ser. Nunca he pronunciado una frase con los pronombres correctos, hablo demasiado deprisa, me como la última ‘d’ de todos los participios y hasta llevo el nombre de la patrona, pero ni uno solo de esos atribuidos me ha servido jamás de nada en esta bendita ciudad que carece radicalmente de vocación de sociedad cerrada”. Ay, eso de que la ciudad no sea cerrada quizá espanta a más de uno.

También dijo entonces Almudena Grandes que Madrid es una ciudad que se quiere poco, mucho menos de lo que debería, o que muchos madrileños se pasan la vida diciendo que esto es un asco y que se van a ir, aunque nunca se vayan. Defendió la feroz determinación con la esta ciudad que se aferra a la vida.. En uno de los pasajes más bellos de ese discurso, posiblemente el que más sarpullidos provoca en los odiadores profesionales, en la extrema derecha a la que tanta gente le sobra, fue este:Hemos cambiado mucho y no hemos cambiado nada. Ahora somos más variados, más altos, yo creo que también más guapos, porque hay madrileñas con ojos rasgados, madrileños con la piel de ébano, chulapos andinos, chulaponas eslavas, chilabas, turbantes, túnica de todos los colores, ecos de lenguas imposibles y bellísimas en los vagones del metro”. Claro, ¿cómo van a reconocer a la autora de este canto a la diversidad como hija predilecta de Madrid los que viven de odiar al diferente y promover el miedo al inmigrante?

Terminó la escritora aquel discurso afirmando que Madrid es una ciudad enamorada de la felicidad y que la mejor manera de amarla es ser felices. Qué lástima que las instituciones de la ciudad que tanto amó Almudena Grandes no hayan estado a la altura. No se les ve felices, sino más bien sectarios y llenos de rencor. Olvidaremos el nombre de estos concejales, mientras que el de Almudena Grandes seguirá en un lugar destacado de la historia de nuestro país y sus novelas seguirán siendo leídas. Allá esos con su mezquindad. 

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