Dalí y la memoria histórica

Surrealista, genial, rompedor, irreverente, vanguardista, artista multidisciplinar, inclasificable, inteligente, maestro consciente de su arrollador talento, ingenioso, provocador, único... Así era Salvador Dalí, uno de los grandes genios del arte del siglo pasado cuya figura sigue fascinando. Además de todo eso, Dalí simpatizaba con el franquismo. Este aspecto de su biografía parece ahora motivo suficiente para retirar el nombre del inmortal artista ampurdanés de una plaza de Madrid en opinión del nuevo Ayuntamiento de la capital, en aplicación de la Ley de Memoria Histórica. Hacer cumplir la ley es no sólo obligado, sino loable. Pero incluir en ella a Dalí por sus ideas políticas es un inmenso error. Que Dalí fuera de derechas o simpatizara con el execrable dictador Franco me importa un pimiento. No le admiro por esa posición ideológica que en absoluto comparto, sino por su obra. Y es por su arte por lo que una plaza madrileña lleva su nombre y debería seguir llevándolo. 

Confío en que el consistorio liderado por Manuela Carmena rectifique. Incluir a Salvador Dalí en la lista de personajes a eliminar del callejero municipal por su vinculación franquista es impresentable. En principio, el Ayuntamiento ha anunciado que se basará para aplicar la ley de Memoria Histórica en el censo de calles y espacios públicos con alusiones al franquismo elaborado por el historiador Antonio Ortiz. En esa lista se incluye también a otros personajes cuyo reconocimiento social nada tiene que ver con sus posiciones políticas como Santiago Bernabéu o el torero Manolete. Desde el respeto a este historiador, me parece un disparate poner a estos personajes al lado de militares franquistas que, para vergüenza de todos, aún dan nombre a espacios públicos de Madrid o de calles como "Arriba España". Es, como dice el refrán popular, mezclar churras con merinas. 

La ley de Memoria Histórica era una asignatura pendiente de nuestra democracia. Que algo tan incuestionable en toda democracia avanzada como es el hecho de eliminar el tributo, pues no otra cosa es nombrar a calles con personajes siniestros de una dictadura, al franquismo de las localidades españolas siga causando polémica dice poco de la madurez de nuestro país. Acertó el gobierno de Zapatero al aprobar esta ley. A nadie debería escandalizar que se eliminen las alusiones que ensalzan a la dictadura de los espacios públicos. Este año se cumplirán 40 años de la muerte de Franco. Me niego a aceptar que pasado tanto tiempo pueda entenderse como una provocación que se defienda dar sepultura a las personas que siguen en fosas comunes o que se retiren los símbolos del régimen dictatorial de los espacios públicos. Es una ley sensata y justa. Por tanto, alabo que el Ayuntamiebto de Madrid decida adoptarla. Es más, la anomalía era lo anterior, que una institución pública se negara a aplicar la ley, como ha hecho hasta ahora el consistorio madrileño, al igual que tantos otros municipios en España. Están obligados por ley a hacerlo. 

No es ese el debate. Me parece indiscutible que en la España del 2015 no es tolerable que se dediquen calles o plazas a militares del régimen franquista. Pero una cosa es eso y otra castigar a título póstumo a todo aquel que simpatizó con la dictadura, al margen de cuales sean los logros que les hacen merecedores de aparecer en el callejero. Se pasaría entonces de aplicar una ley justa a adoptar una actitud peligrosamente sectaria. Dudo que en el espíritu de la ley de Memoria Histórica esté la idea revanchista de hacer el vacío a todo aquel que no se opuso al franquismo o que simpatizó con él. A Dalí se le admira por su impresionante obra artística, un legado que nada tiene que ver con sus posiciones políticas y que está muy por encima de ellas, fueran cuales fueran. Quienes hemos criticado el desprecio del actual gobierno a la cultura, motivado en parte porque el ejecutivo entiende con enorme estrechez de miras que la mayoría de los artistas son de izquierdas, por tanto, rivales políticos según esa visión, no podemos alabar ahora que se maltrate la memoria de uno de los mayores genios del siglo pasado por sus ideas políticas. Al igual que resulta bochornoso que ciertos sectores políticos en Cataluña prefieran no elogiar más de la cuenta a Dalí por aquello de que, a su muerte, dejó su legado artista al Estado español en vez de a Cataluña. Espanta semejante sectarismo. 

Dalí, y me resulta increíble tener que andar recordando estas cosas ahora, no fue un propagandista del régimen de Franco. Se mostró en público partidario del dictador, hombre de derechas, enemigo del comunismo. Actitud nada ejemplar, pero que no desacredita su obra, porque esta además ninguna relación tiene con sus posiciones políticas. Es la suya una obra libérrima en la que se combinan las mayores ligerezas, las más íntimas obsesiones del artista y reflexiones filosóficas más profundas. Todo tiene cabida en su obra. Y no produce más que lástima quien es incapaz de apreciar el arrollador e inclasificable talento de Dalí porque le ciegan sus posiciones políticas. Dan mucha pena. Les recomendaría visitar el Teatro Museo Dalí en Figueras, por ejemplo. O la casa museo Dalí en Portiglat. Eso de preguntarse por la adscripción política de un artista antes de asomarse a su obra o de reconocer como merece su talento es sectario, mezquino y maniqueo. 

Se debe reconocer el talento de un artista por encima de si este es de derechas o de izquierdas. ¿Acaso deberíamos desacreditar por completo a tantos artistas e intelectuales que defendieron las salvajadas cometidas por la Unión Soviética en nombre de bellos ideales que pronto fueron prostituidos? Yo creo que no. No sé muy bien quién se ha inventado esa estúpida idea de que los artistas deben ser ejemplares. ¿De dónde se han sacado eso? Aprecio mucho el papel de los hombres y mujeres de la cultura comprometidos con la sociedad y con ideales justos. Pero no creo que esa sea condición necesaria para destacar en el mundo del arte. Celebro que haya pintores como Picasso, por ejemplo, que llevaran a su obra su marcado compromiso político, pero no comprendo que se pretenda castigar a quien tuviera ideas distintas, incluso profundamente equivocadas, o a quien entienda el arte como mero entretenimiento, simple ejercicio de experimentación o herramienta para provocar y escandalizar.  

La historia está repleta de artistas radicales con vidas o planteamientos poco ejemplares. Es más. Por lo general, cuanto menos ejemplares son sus vidas más relevantes, sugerentes y rompedoras son sus obras artísticas. Tengo muy claro, e igual es una postura algo cínica, que un genio puede ser (o suele ser, incluso) alguien despreciable, antisocial, misántropo, arrogante, odioso, borracho... Y no me parece algo que desacredite su obra. En absoluto. Bien está que haya escritores o artistas comprometidos, pero por favor, no seamos tan cerriles como para exigir a los genios una adscripción política determinada o un modo de ver la vida concreto. Nos perderíamos vidas fascinantes y, sobre todo, obras asombrosas.

Reconozco que siento especial debilidad por la obra de Dalí. Ver su nombre en una lista de personajes a purgar de los espacios públicos de Madrid me ha espantado. Sobre todo en un ayuntamiento que dice tener entre sus prioridades apoyar y defender la cultura. Con esta polémica he recordado la defensa que algunos escritores como Francisco Umbral hicieron en su momento de narradores falangistas, que en palabras de Trapiello "ganaron la guerra pero perdieron la Historia de la literatura". Creo que es injusto. Un libro bien escrito, una historia bien narrada, un cuadro que conmueva, lo serán siempre al margen de cuáles sean las ideas políticas de sus autores. La ceguera intelectual y el sectarismo de quien pretende eliminar a Dalí del callejero de Madrid por sus posiciones políticas definen bien la limitada estatura de estos censores justicieros del pasado incapaces de reconocer el arte por encima de las posiciones políticas del artista. Resultaría muy decepcionante que la nueva alcaldesa de Madrid caiga en esta actitud. Dalí merece mucho más que una plaza, pero seguir dando nombre a una plaza, por supuesto, también. 

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