Algo que quería contarte

 

En la contraportada de Algo que quería contarte, de Alice Munro, editado en España por Lumen con traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, se incluyen elogios hacia la autora canadiense de varios ilustres lectores de su obra. La que mejor describe la excelencia narrativa de la Premio Nobel es la frase de Julian Barnes, quien dijo de ella: “he tratado alguna vez de descubrir cómo lo hace, pero no lo he conseguido, y me alegro, porque nadie puede ni debe escribir como la magnífica Alice Munro”. Tal cual. Los relatos de Munro tienen algo especial y cautivador, imposible de descifrar. Encierra en esas historias cortas toda la grandeza de la mejor literatura.

Los 13 relatos (fuera supersticiones) que componen esta obra son una muestra perfecta del personal estilo de la autora de Amistad de juventud, ¿Quién te crees que eres? y tantas otras obras. Los finales, esos finales, esas frases finales sublimes que encierran un mundo. Las reflexiones sobre amores, espiritualidad, amistades, recuerdos del pasado, la familia... Las descripciones de los personajes, la manera en que es capaz de plasmar la personalidad de alguien en unas pocas frases. Su modo de hablar de la vida, del mundo real, a través de sus ficciones, todo ello con un ritmo ágil y fluido. 

El primero de los relatos del libro es el que da título a la obra, Algo que quería contarte. En él se cuenta la relación de dos hermanas, Et y Char, que está casada con Artur. Lo que parece una simple excursión con un conocido del pasado, Blaike Noble, termina derivando en una historia mucho más profunda, ya que las dos hermanas llevaban treinta años sin ver a este hombre, que tuvo una relación sentimental con Char. Et, soltera, está muy presente en la casa de su hermana y tiene una gran relación con su cuñado. “Si hubiesen estado casados, la gente habría dicho que eran muy felices”, leemos. 

Casi todos los relatos están contados en primera persona y son recuerdos de la narradora de cada historia. En Material, por ejemplo, la narradora está casada con Gabe, rumano que huyó de su país en la guerra y que ha olvidado la lengua de su infancia. Antes estuvo casada con Hugo, un escritor pretencioso, que recuerda sin querer y la marcó por completo. “Hoy en día los escritores ofensivos pueden seguir saltando de un privilegio a otro, confundidos, como se dice que están los niños criados con indulgencia, por el exceso de aprobación”, escribe. 

El misticismo, o una cierta espiritualidad, aparece en varios de los relatos, como en Caminar sobre el agua, donde el señor Lougheed, un farmacéutico jubilado que se obliga a tener cierta vida social entra en contacto con Eugene, que forma algo así como una secta. 

También encontramos lo que no se puede entender ni explicar, esas creencias más allá de lo racional, en El perdón en las familias, posiblemente, el relato que más me ha gustado del libro. En él,  la protagonista tiene un hermano muy peculiar, sin oficio ni beneficio, se podría decir, alérgico al trabajo, y siempre dispuesto a abrazar con fervor alguna creencia. Sobre los momentos con su madre, cuando ésta se pone enferma, escribe la narradora este pasaje que es algo largo, pero que vale la pena reproducir: 

Pensé que todas esas cosas no parecen ser tanto la vida cuando las estás haciendo, nada más son cosas que haces, cómo llenas tus días, y siempre crees que algo va a abrirse de golpe y que te encontrarás a ti misma, que entonces te encontraras a ti misma, en la vida. Ni siquiera es que desees especialmente que se abra, vives bastante conforme tal y como discurre, pero en el fondo lo esperas. Entonces te estás muriendo, mamá se está muriendo, y sólo son las mismas sillas de plástico y plantas de plástico y un día normal y corriente ahí fuera con gente haciendo la compra, y lo que has vivido es lo único que hay, y darías lo que fuera por ir q la biblioteca, algo tan simple como eso, por regresar subiendo la cuesta en el autobús con libros y una bolsa de uvas. Ay, sí, darías lo que fuera por volver a ese instante”.

El amor es el tema central de Cómo conocí a mi marido, La dama española ("la vida no se parece a las historias vagamente irónicas que me gusta leer, parece una telenovela")  y de Dime sí o no, donde leemos que  “el amor no es inevitable, ni mucho menos, hay que tomar una decisión. El problema es que cuesta saber cuándo se tomó esa decisión, o cuándo, aunque pareciera una frivolidad, pasó a ser irreversible”. Del recuerdo de la infancia hablan, entre otros, La barca abandonada, Verdugos, Viento de invierno y El valle de Ottawa. En Marrakech la autora muestra un choque generacional entre Dorothy, una maestra jubilada que vive con Dora, y su nieta, Jeanette, una joven libre e independiente. 

También me ha encantado Despedida, en el que Eileen acude a la casa de su hermana June para acompañarla en el funeral de su marido. No pueden ser más distintas ambas hermanas. La una, ordenada, metódica, siempre con un plan; la otra, caótica, algo alocada. Es uno de los pocos relatos que no están escritos en primera persona y, entre las conversaciones de ese funeral, resuena lo que dice alguien que conoció al marido de June: "no creo en en desánimo, la vida es demasiado corta”. Y, además, añadiríamos, contamos con autoras de tanto talento como Alice Munro. ¿Cómo vamos a creer en el desánimo con semejante compañía? 

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