La casa de papel 5. Volumen 1

 

El primer volumen de la quinta y última temporada de La casa de papel me ha entretenido muchísimo. La sutileza nunca estuvo en el vocabulario de la serie y, por supuesto, en estos cinco capítulos con los que empieza a despedirse, todo es aún más excesivo e hiperbólico que nunca. Encuentro la misma falta de verosimilitud, o más aún, en muchas escenas. Hay que pasar por alto muchas cosas, pero vale la pena hacerlo y, sencillamente, disfrutar.


Tal vez es que la cuarta temporada, que fue de transición, hundió mis expectativas. Puede que hubiera bajado el listón demasiado. O quizá es sólo que, asumido lo que hay, me haya entregado sin más al disfrute. No lo sé. El caso es que no puedo negar que este primer volumen de la temporada final, que en algún capítulo se convierte en una "ensalada de tiros" casi sin diálogos, mantiene un ritmo trepidante, en línea con el que tuvo el atraco original. A diferencia de la tanda anterior de episodios, aquí sí pasan cosas, todo el rato. Incluso, demasiadas. Con mucho ruido, muchos tiros, mucho artificio. No sabes bien qué sentido tiene todo, pero no puedes dejar de verlo. 

La serie, convertida en un extraordinario fenómeno mundial a través de Netflix, parece empeñada en superarse a sí misma en espectacularidad. Ofrece exactamente lo que promete. Que se note el presupuesto. Todo es más grandioso, más exagerado, más alucinante. La temporada comienza con el profesor (Álvaro Monte) en una situación vulnerable, la mayor desde el inicio de la serie, ya que la inspectora Sierra (Najwa Nimri), un rival a su altura, ha dado con él. Por primera vez, los atracadores estarán solos, sin las instrucciones de su líder desde el exterior, mientras que las autoridades deciden que actúe el ejército para acabar de una vez por todas con el atraco. 

El carisma de los personajes sigue siendo un motor de la serie. Hay alguna que otra sobreactuación, sobre todo, en la carpa policial, y diálogos un tanto forzados y no del todo verosímiles en una situación como la narrada, pero, reconozcámoslo, si hemos llegado hasta aquí es porque sabemos lo que La casa de papel nos puede dar y lo que queremos gustosos. Y, en gran medida, son sus personajes los que  provocan esa fidelidad a prueba de giros de guión extraños o de situaciones poco creíbles. Estamos deseando saber cómo terminan estos personajes, estos perdedores enfrentados al sistema. Son delincuentes, claro, pero son los héroes de la historia, como tantas otras veces en la ficción. 

Una vez más, se recurre puntualmente a escenas del pasado de los personajes, en ocasiones, para moldear o matizar el recuerdo de algún momento de la serie. Destaca especialmente unas subtrama de Berlín (Pedro Alonso), muerto desde la segunda temporada, pero que sigue presente, aquí, con una historia del pasado con su hijo, al que da vida Patrick Criado. Imagino que esa historia terminará teniendo algún tipo de relación con el presente, pero reconozco que me da un poco igual, lo doy por bien empleado signifique lo que signifique con tal de seguir viendo a aquel personaje, uno de los mejores de la serie. 

No me gustan especialmente las historias de acción, menos las bélicas, que es en lo se termina convirtiendo la serie por momentos. Creo que hay escenas y situaciones del todo inverosímiles. No entendí la necesidad de que se alargara tanto esta serie. Pero la sigo viendo con fruición, he devorado estos cinco capítulos en un fin de semana y tengo anotado ya en el calendario el 3 de diciembre, día en el que se podrán ver los cinco capítulos finales. Es decir, yo, que en teoría no soy público objetivo de esta historia, puede entender bien por qué es tan adictiva para tanta gente. Sencillamente, no puedes dejar de verlo. La selección musical, por cierto, sigue siendo uno de los puntos fuertes de la serie, que potencia aquí el humor que, en menor o mayor medida, siempre ha mostrado (atención al momento "Logroño" de la inspectora Sierra). Lo dicho, en menos de tres meses La casa de papel terminará; esta vez, parece que de verdad y para siempre. ¿Quién podría perdérselo?  

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