Todas las canciones hablan de mí

 

He seguido con mucho interés las películas de Jonás Trueba. Incluso, con devoción en el caso de La virgen de agosto, su último trabajo, posiblemente el mejor hasta la fecha. Es el suyo un cine pausado, contemplativo, incluso, con espacio para la la reflexión, que se toma su tiempo para construir un relato, que relata la vida y la embellece. Un cine de grandes diálogos y de pequeños gestos, de cosas pequeñas, de historias mínimas. Un cine que no teme al silencio ni a las dudas. Un cine de otro tiempo. Sin embargo, no había visto todavía su opera prima, Todas las canciones hablan de mí, a la que por fin he podido acercarme gracias a Filmin
La película, de 2010, recoge ya todas las obsesiones, querencias y temas de interés del cine de Jonás Trueba. Hay una escena del filme en la que le echan en cara a Ramiro, su protagonista, que estudió Filología, trabaja en la librería de su tío y escribe poemas, que en lo que escribe casi sólo habla de amor y sexo. "No conozco mucho más", responde él. El amor y el sexo, por supuesto, son importantes en esta película, como lo es también la nostalgia, otro tema recurrente en las películas del director. Y la amistad. Y la literatura y la música, omnipresentes en el filme, no como evasión ni entretenimiento, sino como forma de crear la realidad y de reflexionar sobre ella, con la vida imitando al arte y no al revés, como escribió Oscar Wilde. 

Ramiro (Oriol Vila) no puede olvidar a Andrea (Bárbara Lennie), su pareja los últimos seis años. Ambos cortan, pero no terminan de romper del todo, tampoco de volver. La película muestra cómo Ramiro no puede escapar de los recuerdos de su relación. Por eso todo lo que lee o escucha, cada poema y cada canción, cada ensayo y cada melodía, le recuerda a ella. El protagonista intenta olvidarla con escaso éxito. Sale con sus amigos, mantiene relaciones esporádicas con otras mujeres, pero vuelve una y otra vez a Andrea. La película, con constantes elipsis, está dividido en siete partes, que son como siete capítulos de una novela, cada una con su título. Madrid, como en muchas de sus otras películas posteriores, es el escenario de las vivencias de los personajes, un escenario que retrata con frescura y naturalidad, con una mirada propia sobre esta ciudad. 

En Todas las canciones hablan de mí, igual que después en La reconquista, Los exiliados románticos o La virgen de agosto, el paso del tiempo y la entrada en la madurez son temas centrales. También la nostalgia y una cierta añoranza de otro tiempo, en el que, por ejemplo, se escribían cartas de amor. O de desamor, como la que le escribió Andrea a Ramiro para anunciarle que lo dejaba, con un fragmento de la novela Intimidad, de Hanif Kureishi, que afirma que "sin duda, evolucionar constituye una infidelidad. A los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria". 

No faltan las referencias literarias en una película que no sé si tildaría de comedia romántica. Desde luego, en todo caso, nada convencional, como no lo es nada en el cine de Jonás Trueba. En este caso, reconozco que me sobra un poco la voz en off que articular el relato. Es un recurso este que tolero regular, sólo cuando es imprescindible, y aquí me echa un poco para atrás. Pero me atrae todo lo demás: esa valentía de plantear un relato pausado y reflexivo en estos tiempos de velocidad imparable, el retrato que hace de Madrid, la relación tan contradictoria, intensa y auténtica de los dos protagonistas y, sobre todo, el final, ese final, del que no desvelaré nada más que es posiblemente lo mejor del filme y deja una de sus mejores reflexiones, sobre el paso del tiempo, el espíritu inconformista del ser humano y la necesidad de disfrutar del presente, "ni cinco minutos antes, ni cinco minutos después". 

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