Patria

 

Patria es una novela tan extraordinaria que plantearse adaptarla para crear una serie televisa es un reto de alto riesgo. Sí, es un excelente punto de partida, pero precisamente por eso las expectativas son mayores. Aitor Gabilondo, creador de la serie basada en la novela de Fernando Aramburu, sale airoso de esta gran osadía. La serie muy fiel a la obra literaria y eso, de nuevo, puede parecer sencillo o carente de mérito, pero creo que es exactamente lo contrario. Poner imágenes a una gran novela es siempre complicado. Hacerlo con la maestría, el cuidado por el detalle, la impecable puesta en escena y la calidad interpretativa de todo el elenco resulta casi milagroso. No hay nada que chirríe en la serie, nada fuera de lugar.

La novela de Aramburu es el último gran fenómeno literario de nuestro país. Lo ocurrido con este libro sucede en contadas ocasiones. Pocas veces despierta una obra semejante unanimidad en la crítica, acompañada además de unas ventas de otro tiempo. Dio con la clave la novela del autor vasco. Acertó en el tono, en la forma de narrar la historia, en la construcción de los personajes y hasta en el momento de la publicación de la novela, ya con ETA disuelta, con el riesgo de que la desmemoria nuble aquel horror, de que el instinto de supervivencia, razonable y necesario, conduzca al olvido, peligroso y moralmente inaceptable. 

La serie sigue los pasos de la novela en todo, incluido su relato fragmentado, entremezclando puntos de vistas y escenas, dando constantes saltos temporales. Uno de los múltiples aciertos de la serie es el realismo de todo cuanto sale en la pantalla. La forma de hablar de los personajes, sus gestos, hasta el detalle más nimio, es perfectamente realista. La puesta en escena y la recreación de ambientes son insuperables. También lo es el elenco de intérpretes. Es otro de los riesgos serios a los que se enfrentaban los creadores de la serie, saber acertar a la hora de poner rostro a esos personajes tan complejos y llenos de matices, es decir, tan llenos de verdad de la novela. 

Patria es una historia coral, sí, pero con dos claras protagonistas, las dos madres de sendas familias antaño amigas, separadas por la sinrazón criminal de ETA. Elena Irureta da vida a Bittori, el papel de su vida. Pocos recitales interpretativos tan apabullantes recuerdo haber visto en la pantalla como el que firma aquí la veterana actriz, a quien hemos visto muchas veces antes en cine y televisión. El carácter fuerte de Bittori, su necesidad de saber la verdad del asesinato de su marido antes de morir, la relación con sus hijos. Todo aquello que cincela con maestría Aramburu en las páginas de la novela adquiere vida gracias a Elena Irureta en la pantalla. Lo mismo puede decirse de lo que hace Ane Gabarain en el papel de Miren, la otra matriarca, la que abraza las convicciones abertzales cuando su hijo coquetea con ese mundo y termina entrando en ETA. En la serie, igual que en el libro, es vital que también el personaje de Miren esté lleno de humanidad, incluso con su posición ante la violencia y la mafia etarra. Gabarain lo consigue. 

Todos los demás miembros del elenco de Patria defienden con soltura sus personajes, cada uno con sus temores, sus anhelos y su fragilidad a cuestas. Imposible destacar a unos por encima de otros. José Ramón Soroiz en el papel del Txato, noble y confiado, que nunca piensa de verdad que ETA vaya a ir a por él; Mikel Laskurain como Joxian, un hombre desgarrado por la entrada en la banda asesina de su hijo Joxe Mari, a quien da vida Jon Olivares; Loreto Mauleón en el papel de Arantxa, uno de los más ricos de la historia; Susana Abaitua como Nerea, hija del Txato, que afronta la pérdida de su padre de un modo distinto a la de su hermano Xabier (Iñigo Aranbarri), quien se prohíbe ser feliz, y Eneko Sagardoy, en la piel de Gorka, un chico sensible, poeta, que no soporta la sinrazón de la violencia. 

Igual que sucedía con la novela, la serie remueve. Mucho. Es dolorosa, porque la historia que cuenta lo es, porque nos recuerda lo que no hace tanto tiempo ocurría en nuestro país. La serie muestra con crudeza los efectos devastadores del radicalismo, su veneno, la inutilidad de la violencia y su corrosivo poder destructor. El ambiente asfixiante que impuso la banda criminal, el régimen del miedo de los pistoleros y sus aliados, los que ponen pintadas amenazantes, los que vigilan a sus vecinos, los que invaden de odio la sociedad. Y, entre medias, el dolor, las distintas formas de afrontarlo, la necesidad de la memoria, la convivencia y, en último extremo, el perdón. 

La novela, en fin, es mejor que la serie y aporta más profundidad a la historia, pero la serie alcanza altas cotas de calidad. Es una serie dolorosa y necesaria, como lo es la obra de Aramburu. Una serie, por cierto, que está muy por encima de esa estéril polémica que despertó su cartel promocional, por el que algunos quisieron ver lo que no había y pretendieron juzgar una obra compleja y honesta sin verla. Ellos se lo pierden. 

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