Maradona y la sociedad

 

Generalmente cuando despedimos a alguien que ha muerto terminamos hablando más de nosotros mismos que de él. Lo que nos inspiraba el fallecido, lo que nos hacía sentir, aquel recuerdo que asociamos a su obra... Posiblemente es inevitable, pero no deja de ser un poco egocéntrico construir en primera y no en tercera persona las necrológicas. Esto es lo que ha ocurrido con la muerte de Maradona y la despedida mundial al futbolista argentino. De tanto querer hablar de él, hemos terminado hablando sobre todo de nosotros mismos y, así, nos ha quedado un retrato de la sociedad actual bastante fiel.


Yo, que no soy aficionado al fútbol ni tenia una opinión concreta sobre Maradona, no he podido dejar de seguir con una mezcla de asombro y fascinación, desde luego con un gran interés, los actos de despedida y todo lo que se ha dicho en las redes y en los medios sobre el fallecido. En parte, supongo, por mi enfermiza debilidad por todo lo que venga de Argentina, pero también, en gran medida, porque me interesa lo que dice de la sociedad lo que hemos visto estos últimos días

Mi primera reacción ante la cobertura mediática fue pensar que era excesiva, completamente desmesurada. Había dos opciones, aferrarme a mis prejuicios y mirar por encima del hombro a tanta gente alrededor o intentar entender esa despedida mundial a Maradona. Creo que los mitos dicen mucho de las sociedades que los crean. Y Maradona era un mito que trascendió su propia vida y también su brillantez como futbolista. Los mitos no se explican ni atienden a razones. Los mitos tienen un notable componente emocional y, por tanto, irracional. 

Maradona, dicen, fue el mejor futbolista de la historia y el fútbol, claro, es el deporte con más seguimiento en todo el mundo. Eso influye. Pero el hecho de que fuera el mejor futbolista no explica ni una mínima parte del impacto mundial que ha causado la muerte del futbolista argentino. Y ésta es otra palabra clave: Argentina. Todo lo que rodea a Argentina es excesivo. El hecho de que Maradona ganara un Mundial prácticamente él solo, y nada menos que ante Inglaterra, le otorgó al personaje un aura de héroe nacional. También de clase, porque él venía de una familia humilde y alcanzó la gloria. Maradona unió a los argentinos en torno a su persona, a su mito, algo que muy pocas personas consiguen en un país tan dividido. 

Por supuesto, Maradona fue, además de un gran futbolista y de un icono mundial, un hombre con muchos problemas, con una tremenda adicción a las drogas y con acusaciones de violencia machista, entre otras cosas. La muerte de Maradona también ha traído de vuelta un debate que en realidad nunca se fue, el de separar al autor y a la obra. Parece que hay a quien le cuesta menos cuando el interesado es un futbolista, pero hay muchas personas que critican que se elogie de tal manera a un señor que agredió a su pareja y cuya vida fuera de las canchas no fue ejemplar. 

Mi opinión, con Maradona, con Woody Allen y con quien sea, es bastante clara: una película de un director no será menos brillante en función de lo que él haga en su vida privada, incluso aunque lo haga sea delictivo. No digo con esto, naturalmente, que sea más importante esa obra que el daño que causa a otras personas, sólo digo que está en un plano distinto. Un gol imposible de Maradona no será menos asombroso por los excesos fuera del fútbol del jugador. Los famosos, naturalmente, no tienen por qué ser ejemplo de nada. Si lo son, estupendo, pero no es su obligación. Nadie admira a Maradona por sus años decadentes ni por sus excesos. Quienes lo admiran lo hacen a pesar de ello, porque consideran que su excelencia como futbolista y el mito del chaval de barrio que alcanzó la gloria no se borran por los errores de su vida privada. El problema, creo, llega cuando se admira a alguien de forma ciega y se piensa de verdad que nuestro futbolista, director de cine o escritor preferido es a la vez ejemplo en todos los demás órdenes de la vida, que sólo puede ser así, porque es un semidios. 

La muerte de Maradona también recuerda, entre otras cuestiones, que en esta sociedad, en el siglo XXI, se sigue sin entender del todo que la adicción a las drogas es una enfermedad. También ha puesto de manifiesto lo difícil que debe ser llevar una vida normal cuando todos alrededor te endiosan, cuando te lo perdonan todo, cuando te elevan a un pedestal donde te vuelves alguien intocable. Y esto, claro, nos lleva a otro debate interesante, el de por qué vivimos en una sociedad que endiosa a futbolistas antes que a escritores o científicos, por ejemplo. Al ver cómo Maradona abría el telediario y llenaba más de media hora de contenido, me preguntaba qué escritor o artista conseguiría algo así hoy en día. Y no encuentro respuestas claras, sinceramente. Soy muy partidario de que las aperturas de los informativos no estén copadas en exclusiva por la política, tan tediosa y agotadora, y que se abra a otros temas, pero cuesta mucho que esos otros temas sean distintos al fútbol. 

Los mitos, en fin, dicen mucho de la sociedad que los crea. Pero los mitos nunca son intachables, sabios e impecables. No lo eran los dioses griegos, que robaban, asesinaban, se dejaban llevar por la ira, secuestraban... Y no lo son los mitos de ahora. La muerte de Maradona también nos recuerda lo difícil que es lidiar con la complejidad del ser humano, de cada ser humano. El héroe en los campos y el hombre nada ejemplar de fuera de ellos son la misma persona. Nadie es nítidamente bueno ni malo. Cada persona es compleja. Por eso es tan conflictivo tomar a alguien como referente intocable y leyenda inmortal. Porque los mitos también son humanos, mezquinos, violentos y despreciables a ratos. Lo dicho, murió Maradona y, más que de él, hablamos de nosotros mismos. 

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