Este año el Día Internacional del Orgullo LGTBI, que se celebra cada 28 de junio para conmemorar las revueltas de Stonewall en 1969 en respuesta a la enésima redada policial contra un bar gay en Nueva York, llega en un momento especial. En España, sin duda, toca celebrar el vigésimo aniversario de la aprobación del matrimonio igualitario, en contra de indignas y muy ruidosas campañas de no pocas partes de la sociedad. En el mundo, este Orgullo llega en mitad de la cruzada de Donald Trump y sus palmeros de todo el mundo contra lo que llaman cultura woke, que es el término que han encontrado para ridiculizar la defensa de la igualdad, el feminismo y los derechos de las minorías.
Siempre supimos que el Orgullo era un espejismo, que la sociedad no era exactamente ese oasis de festiva y reivindicativa celebración de la diversidad que cada año inunda de los colores de la bandera arcoíris las calles de nuestras ciudades. Siempre supimos que había personas a las que les irritaba esa defensa de algo tan básico como que cualquier persona merece los mismos derechos y el mismo respeto independientemente de su orientación o su identidad sexual. Siempre lo supimos, entre otras cosas, por lo ruidosos y pesados que son, ya que aprovechan cada ocasión que se les presenta para decir que no les importa con quién se acuesta cada uno (reduciéndolo así todo a la sexualidad) y contando que la vida privada de cada cual es suya, para luego hablar de su vida privada o de la vida de privada de otras personas, siempre que esas personas sean heterosexuales, como dios manda, claro. Así que no nos pilla de sorpresa que haya quienes sientan alergia al Orgullo y lo que simboliza, es decir, la justa lucha en defensa de la igualdad y la libertad de las personas LGTBI. Pero lo cierto es que el rearme retrógrado en todo el mundo está siendo más fuerte e inquietante de lo que muchos temíamos.
Trump llegó a la Casa Blanca gracias a un discurso lleno de odio hacia los inmigrantes, con tics machistas y una obsesión contra lo woke, es decir, contra cualquier defensa elemental de los Derechos Humanos. Una de sus primeras medidas nada más recuperar la presidencia fue combatir las políticas de diversidad e inclusión en Estados Unidos. Se ha dedicado a insultar y ridiculizar a las personas LGTBI, en especial, a las personas trans. Es grave que el presidente del país más poderoso del mundo tenga ese discurso, pero también lo es que no pocas empresas en Estados Unidos y en otros países hayan decidido que eso de abrazar la bandera arcoíris cada mes de junio ya no les sale a cuenta, que se acabó la moda de hacer ver que de verdad se creían eso de que hay que defender los derechos de todo el mundo más allá de su orientación o su identidad sexual.
Tampoco diremos que nos sorprende, la verdad. Resulta que, en efecto, para muchas empresas, eso de apoyar el Orgullo era una mera acción de marketing. Quién lo hubiera imaginado. En el Reino Unido, por ejemplo, ha habido varias fiestas y marchas del Orgullo en distintas ciudades que no han podido celebrarse este año por la pérdida de patrocinadores. Los palmeros de Trump en algunas empresas, o los que tienen principios flexibles en función de lo que interpretan que está de moda en cada momento y los que creen que se ha ido demasiado lejos con respetar a todo el mundo, dónde vamos a parar, han decidido que ya no les compensa que se les asocie con las personas LGTBI, que esto ya no va con ellos, que ellos siempre han sido muy de llamar al pan, pan y al vino, vino. Que sólo hay dos sexos, que nunca respetaron de verdad a las personas trans y que a ver qué más tiene que pedir los homosexuales si ya casi no se les agrede por la calle y en algunos países hasta se pueden casar y todo.
Así que este año por el Orgullo toca recordar con más fuerza que nunca una evidencia: los Derechos Humanos no son una moda pasajera. Esto no es ninguna guerra cultural. La discriminación sistémica que sufren las personas trans, diana de todas las críticas de los retrógrados, son muy reales. Es muy real que hay países en el mundo que siguen considerando la homosexualidad in delito, penado incluso con pena de muerte en algunos casos. Y reales son también los comentarios homófobos, los insultos, las agresiones, el rechazo familiar que sufren muchos jóvenes LGTBI o las menores oportunidades en no pocos ámbitos laborales, lo que lleva aún a muchos trabajadores a volver al armario en su trabajo, Sigue siendo necesaria la representación de personas LGTBI en el cine, la televisión y la literatura, sencillamente porque la sociedad es así de diversa. Nadie fuerza nada cuando se muestra a personas no heterosexuales. Más bien es forzar lo que los retrógrados pretenden, que no haya ni rastro de representación LGTBI por ningún lado. Aunque les moleste, existimos.
El Orgullo tiene cada año un componente festivo que es maravilloso, pero jamás debe perder su carácter combativo. Y este año, sin duda, menos que nunca. Porque no es sólo Trump ni sólo Estados Unidos. El auge de formaciones de extrema derecha en todo Occidente es una realidad. También lo es el hecho de que las personas homosexuales son tratadas como ciudadanos de segunda en muchos países del mundo con una rígida interpretación del Islam, o en otros países como Rusia. Hay personas que deben abandonar sus países para poder ser ellas mismas. Incluso hay países increíblemente dentro de la Unión Europea, como Hungría, que prohíbe las marchas del Orgullo y persigue a las personas no heterosexuales. Sabemos, en fin, más que nunca que los derechos se deben seguir defendiendo y ejerciendo, que no se debe dar nada por hecho, y que nadie puede pretender devolvernos a ningún armario. Hay un grupo no menor de odiadores en todo el mundo que aplauden las patochadas de Trump y sus secuaces, de los radicales profesionales del odio. Es gente que anda muy crecida porque creen que están ganando una guerra cultural. Gente, en fin, que entre quienes defienden los derechos y libertades de todas las personas y los que odian a las minorías, prefieren siempre ponerse del lado de estos últimos. Gente a la que le ofende la mera existencia de personas LGTBI, que se sienten más a gusto con el blanco y negro que con el arcoíris.
Y este año, además, en España, el Orgullo permite celebrar los 20 años de matrimonio homosexual. Dos décadas después, muchos de los que se manifestaron en contra de la extensión de derechos para las personas LGTBI no saben hoy dónde meterse. Porque no se rompió la familia ni ninguna de las maldiciones bíblicas que tanta gente lanzaba en aquel tiempo. Esa gente que decía entonces que no tenía nada en contra del matrimonio gay, pero que ni lo llamaran matrimonio, disfrazando en su homofobia de una supuesta defensa del idioma, ay. En cualquier caso, 20 años después, ni los más fanáticos se atreven hoy a defender que se dé marcha atrás en ese derecho. Aquella ley fue uno de esos pocos momentos de la historia de España del que podemos enorgullecernos. En materia de derechos, cuando no se avanza, se retrocede.
Hoy, la aprobación del matrimonio homosexual se percibe como un avance de país indudable. Entonces, muchos gritaron en contra de él. Hoy, cada vez más, hay quien sale de la caverna con otros gritos y otras amenazas. Los que creemos en los Derechos Humanos somos más y, sobre todo, tenemos razón. No daremos ni medio paso atrás. ¡Feliz y reivindicativo Orgullo!
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