Responsabilidad individual

 

Va a ser verdad eso de que nos resulta más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el nuestro. Estos meses de pesadilla a causa del coronavirus hemos criticado a todo el mundo: nuestros conciudadanos, los políticos, los medios de comunicación, los gobernantes internacionales, la OMS, los científicos... En todos los demás hemos encontrado errores de bulto, graves irresponsabilidades, tremendos fallos. ¿Y en nosotros? ¿No hemos tenido tiempo en estos meses de reflexionar y hacer autocrítica? ¿Qué tal llevamos eso de la responsabilidad individual? 

Apelar a la responsabilidad individua, naturalmente, no implica obviar los errores de los gobernantes. Por ejemplo, que el Metro vaya atestado de gente es responsabilidad exclusiva de las autoridades que no aumentan su frecuencia. Punto. Claro que hay errores en la gestión de los políticos de todos los niveles de la administración (ayuntamientos, Comunidades Autónomas y gobierno central). Todo eso está claro y hacemos bien en criticarlo y exigir que se corrijan esos errores. Por supuesto. Pero de eso hablamos sin cesar, mientras que dedicamos bastante menos tiempo a pensar qué estamos haciendo o dejando de hacer nosotros para combatir esta pandemia y reducir la propagación del virus. Quizá es porque la respuesta a esta pregunta es bastante descorazonadora. 

Me he resistido largo tiempo, pero me temo que se me van acabando los argumentos: sí, parte de la responsabilidad de lo que está ocurriendo es nuestra. Sí, en parte, el hecho de que España sea el peor país del mundo en esta crisis puede tener algo que ver con la responsabilidad individual de cada uno de nosotros. Desde el minuto uno de esta pandemia defendí que la inmensa mayoría de la gente es responsable y que sólo es una minoría la que no está a la altura de la crisis que vivimos. Lo sigo pensando, pero me temo que esa minoría es bastante más numerosa de lo que pensaba. 

Hablo, claro, de todos los conspiranoicos que no se ponen la mascarilla, porque creen que el virus es un invento o una gran conspiración de los gobiernos para dominarnos. Alguien me va a tener que explicar muy despacito qué interés tiene cualquier gobierno en hundir la economía de su país y en exigir a sus ciudadanos que lleven la mascarilla puesta, qué saca exactamente de eso. Pero hablo también de lo que cada uno de nosotros, los que no abrazamos teorías de la conspiración, hacemos en nuestro día a día para combatir la pandemia. Me temo que vivimos en una sociedad mucho más amiga del individualismo que de la responsabilidad individual. 

Este verano nos ha preocupado fundamentalmente cómo, cuándo y dónde irnos de vacaciones. No digo que no sea comprensible ni que irse de vacaciones sea una irresponsabilidad, no. Lo que digo es que todos nos empezamos a autoengañar allá por junio, cuando empezaban a venir los calores. Todos quisimos creer que esto se estaba acabando, que aquello de convivir con el virus era hacer exactamente la misma vida que antes de esta pesadilla. Y no es así. El simulacro no ha funcionado

Los expertos insisten por activa y por pasiva que es importante reducir todo lo posible las interacciones sociales y, en la medida de lo posible, vernos sólo con un mismo grupo reducido de personas. ¿Lo estamos haciendo? ¿O estamos quedando con todos los grupos de amigos y familiares, hoy aquí, mañana allí? También se dijo que la movilidad es un factor relevante en la propagación del virus. ¿Hemos decidido veranear cerca de casa este año o nos hemos ido de viaje tanto como hemos podido? ¿Qué decisiones hemos tomado en nuestro día a día, sin que nos obligue ningún gobernante, sólo por responsabilidad individual? ¿A qué hemos renunciado?

No afeo nada a nadie, sólo faltaría. Tengo bastante con intentar ser coherente yo mismo como para evaluar la coherencia de los demás. Sólo digo que, para variar, después de cinco meses echando la culpa de todos los males a los demás, a quien sea (China, Sánchez, Ayuso, Bolsonaro, Trump, el gobierno, la oposición, el vecino del quinto...) puede que haya llegado el momento de que reflexionemos y hagamos autocrítica. Puede que debamos pensar qué estamos haciendo nosotros. Donde vivo, en Madrid, la gente tiene más o menos la impresión de que vamos a retroceder de fase y va a haber más restricciones antes o después, sin descartar confinamientos. Ante este temor, en lugar de ser prudentes e intentar reducir el riesgo, mucha gente ha optado por salir mientras se pueda, ir a todas las terrazas y hacer todos los planes y ver a todo el mundo posible hasta que nos confinen. No sé, igual algo falla en ese planteamiento. Igual no entendemos que ser buen ciudadano no es ser sumiso ante los poderes, sino ser responsable y generoso con tus conciudadanos. 

Hemos criticado sin cesar a los gobernantes, de este y de aquel color político, cada uno según sus filias y sus fobias. Pero, ¿nos hemos hecho preguntas a nosotros mismos? ¿Hemos sido responsables? ¿Hemos asumido que tener precaución, seguir las medidas de seguridad y evitar situaciones de riesgo es un acto de responsabilidad individual? ¿Hemos comprendido que no se trata sólo de evitar coger el virus, que también, sino de contribuir con nuestros esfuerzos y renuncias a que el virus no alcance a las personas de grupos de riesgo? ¿Hemos estado yendo a todas las fiestas y encuentros sociales que hemos podido, pero luego nos preocupa ir a la oficina o llevar a los niños al colegio? ¿Somos coherentes? ¿Estamos poniendo algo de nuestra parte en esta crisis? ¿Estamos a la altura? ¿Tenemos claro que nada vale más que una vida? 

Es más fácil señalar los errores y defectos de los demás, sin duda. Es facilísimo, pero no estaría mal que aprendiéramos algo de esta crisis. Por ejemplo, a cuestionarnos más a nosotros mismos y nuestras decisiones, lo que cada uno de nosotros estamos haciendo contra el virus, para protegernos y proteger a los que nos rodean. Las mascarillas brillan por su ausencia en reuniones familiares y de amigos, como si el virus no nos lo pudieran transmitir las personas que queremos, como si sólo nos lo pudiera pegar alguien desconocido. El virus no entiende de eso, como tampoco entiende de en qué entornos estamos. Un espacio cerrado con poca ventilación es un lugar propicio para que se contagie el virus y no importa nada si ahí dentro se está celebrando una conferencia sobre los Derechos Humanos o una asamblea de extremistas. Da igual. La causa de una movilización masiva puede ser perfectamente legítima y noble o todo lo contrario, pero al virus eso le da exactamente igual. De todas las conclusiones que podemos extraer de esta pesadilla puede que la más temible sea la respuesta a la pregunta sobre cómo entendemos y cómo estamos ejerciendo la responsabilidad individual cada uno de nosotros. 

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