¿Dónde estás, Bernadette?


Vuelve Richard Linklater, el director de Boyhood y la trilogía que inició Antes del amanecer, y eso siempre es un acontecimiento. Lo hace esta vez con la adaptación de la novela ¿Dónde estás, Bernadette?, de Maria Semple. El resultado es muy satisfactorio y sí encuentro en el filme el sello del genial cineasta, al que siempre se le exige más por la excelencia de su filmografía, al alcance de muy pocos directores vivos. La Bernadette del título, a quien da vida con maestría Cate Blanchett, es un personaje absolutamente fascinante. Es una mujer que no encaja en las rígidas convenciones sociales. La película, con la ligereza inteligente propia de su director, se convierte por momentos en un alegato contra la normalidad. La protagonista, madre de una hija y arquitecto retirada hace años, es alérgica a cualquier interacción social, padece insomnio de forma recurrente, es muy intenta y pasional. Prefiere recurrir a una asistenta virtual para cualquier tarea antes que tener que tratar con alguien en persona. 

Es, en definitiva, alguien libre, un bicho raro en una sociedad que tiende a tildar de patología lo que no entiende o no puede encasillar fácilmente. A ella le dicen que tiene un problema, mientras su marido es un adicto al trabajo o su insoportable vecina se muere por el qué dirán. Ella es la rara para quienes la rodean y puede que para muchos espectadores, no desde luego para mí. Si interpretara esta película como una especie de redención de una mujer antosocial, naturalmente, me espantaría, pero creo que no han terminado de entender la película quienes encuentran eso en esta cinta. No creo que sea su intención, precisamente. La película dispara contra la normalidad, esa de los compromisos sociales agotadores. 

Bernadette se hace la despistada para no saludar  sus vecinos y piensa que lo mejor del viaje que hará a la Antártida con su marido y con su maravillosa hija es que las mesas del comedor del barco en el que harán el crucero son de cuatro asientos, así que no tendrán que comer al lado de ningún desconocido si ocupan una de esas sillas con sus abrigos. Magnífica. Es, a la vez, una persona muy sensible, con un gran mundo interior. Se emociona hasta las lágrimas con una canción, por ejemplo, y se permite esos momentos de disfrute pese a la evidente banalidad de la via. Es una artista que, por distintas circunstancias, dejó de crear, lo que le pasó a ser una amenaza para la sociedad, como le escuchamos decir en un momento de la película. 

La película emociona y divierte. Su final, un poco demasiado made in Hollywood, no desluce apenas todo lo visto hasta entonces. Porque, insisto, alguien puede verle una pátina conservadora o convencional a la película, pero bajo ella hay, o yo encuentro, al menos, un elogio de las personas diferentes, las que no entran en la rueda de la sociedad, la que marcan sus propias normas. Ella quiere ser fiel a sí misma, quiere ser natural, con toda la imperfección que eso pueda conllevar. Un mensaje particularmente necesario en momentos de tanta impostura como la actual. Una soberbia interpretación de Cate Blanchett hace el resto. Una película inteligente y honesta, digna compañera de tantas obras inolvidables en la filmografía de Linklater. 

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