Antes de...

Richard Linklater, director de la colosal e inolvidable Boyhood, afirma que el antecedente de aquella película, rodada durante 12 años con los mismos actores, fue la trilogía Antes de.... He compartido aquí en reiteradas ocasiones mi fascinación, mi absoluta entrega a Boyhood. Porque capta el paso del tiempo, la vida misma. Porque en ella está nuestra infancia, la de cualquier espectador. Porque es tierna, conmovedora, entrañable, melancólica, nostálgica, bella. Así que, al afán lógico de conocer más trabajos del responsable de la película que más me ha removido se suma el hecho de que su genial director vea reflejado el trabajo de esta joya en tres películas anteriores. Conclusión: había que ver la trilogía y había que hacerlo lo antes posible.


A ello me puse y el resultado ha sobrepasado las expectativas. En las últimas semanas he podido disfrutar, llorar, emocionarme, pensar, asentir o disentir (bastante más lo primero) con los inteligentes diálogos de sus protagonistas, extasiarme con la arrebatadora belleza de Viena, París y el Peloponeso, enamorarme aún más perdidamente que antes del cine. En las últimas semanas he visto Antes del amanecer (estrenada en 1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013). Es tal vez el más bello y preciso tratado sobre el amor que he visto en una pantalla. La expresión más verosímil y cautivadora de una relación de pareja a lo largo del tiempo. Una cinta con personalidad que regala diálogos memorables.

La historia comienza en un viaje en tren entre Budapest y París. Jesse, un joven estadounidense que sale de una ruptura sentimental interpretado por Ethan Hawke, conoce a Celine (Julie Delpy), una chica francesa. Ambos comienzan a hablar y, cuando él llega a Viena, le pide a ella que se apee en la estación para compartir una noche en la ciudad austriaca antes de coger un vuelo de vuelta a Estados Unidos que tiene al día siguiente. Entre los dos surge una conexión mágica. Eso que algunos llaman amor. Conectan y recorren juntos, charlando sobre todo lo imaginable por las calles de Viena. De inicio a fin, largos planos de Jesse y Celine caminando por la hermosa ciudad dialogando, divagando a veces, sobre lo humano y lo divino. El amor, los sueños, las ilusiones, el sexo, la religión, la amistad...

Es una película discursiva. De fuego lento, si se tratara de un plato de cocina. Muchos diálogos. Ideal para quien ame este tipo de cine, aquel en el que se miman los diálogos, con el que el espectador puede sentirse identificado, que capta la belleza de las pequeñas cosas de la vida, en el que no pasan cosas extraordinarias, porque se expone la hermosura de lo cotidiano. Dos jóvenes compartiendo sus visiones sobre el mundo. La primera parte de la trilogía acaba con ellos prometiéndose volver a verse en seis meses en Viena. No se cumple ese pacto y no vuelven a encontrarse hasta nueve años después cuando Jesse presenta en París un libro inspirado en la noche que compartió con Jesse en Viena. "Recuerdo esa noche mejor que muchos años de mi vida", le contará él.

Entre ambos se mantiene esa conexión poco frecuente, pero todo ha cambiado. El esquema de Antes del atardecer es idéntico al de su antecesora. Largos planos en los que los protagonistas recorren París y se cuentan, con un café de por medio, cómo han sido sus vidas en este tiempo. Ya no vemos a los jóvenes apasionados y algo cándidos de la primera película. La vida va más en serio. Con todo, hay tiempo para cumplir sueños, no es tarde para dar rienda suelta a las pasiones. Si de algo va esta cinta, más allá de funcionar como una anatomía exquisita del amor, es de las necesidad de mantener vivas las ilusiones, de disfrutar el momento. "Sólo estamos aquí de paso", dice un personaje en la tercera parte de la trilogía. "Por estar de paso", brindan todos.

Antes del atardecer regala un final que significa mucho más de lo que muestra en el que la sensualidad de un baile y la emoción que despierta una canción pueden cambiar dos vidas. Si maravillosas son las dos primeras, se agotan los adjetivos para definir a la última cinta de esta prodigiosa sucesión de tres películas sobre una historia de amor a lo largo de cerca de dos décadas ("la trilogía menos taquillera de la historia", se vanagloria Richard Linklater, según vi en un documental sobre su obra recientemente, sabedor de que la calidad y arte no son necesitarme te proporcionales al número de espectadores y, sobre todo, de que lo más importante de la vida no puede medirse con números).

En Antes del anochecer, Jesse y Celine superan ya la cuarentena. El tiempo ha pasado muy deprisa. Entre ambos se mantiene esa conexión mágica, pero arrastran el desgaste de los años. Es la película más redonda de la trilogía. Grecia sirve de soberbio escenario natural para acoger los diálogos y las discusiones, ya más ásperas, más hondas, más amargas, entre los dos personajes. Habla de la imperfección, del inconformismo, de la brecha entre lo que desearíamos que fuera nuestra vida y lo que en realidad es, de la paternidad, de cómo mantener encendida la llama de una pareja, del feminismo, de la familia... Es una joya. Además, en este caso puede afirmarse sin duda que el todo es más que la suma de las partes. Es imposible ver este cierre de la trilogía separado de las dos cintas anteriores. Y ese recorrido por la relación entre ambos, el cambio en sus actitudes, en sus miedos y temores, en sus certezas y debates, agranda Antes del anochecer.

Las prodigiosas interpretaciones de los dos actores protagonistas, que en las dos últimas partes colaboraron con Linklater en la elaboración del guión, son otro pilar de esta trilogía que se sostiene sobre unos diálogos exquisitos. Ella, una activista ecologista y convencida feminista, él un escritor en apariencia algo simple, pero con inquietudes profundas. Es una historia reposada, que muestra el gusto por el cine sencillo, que es aquel que consigue transmitir emociones y mover a la reflexión sin florituras ni artificios tramposos o desmedidos. Boyhood es pura verdad, es la vida, es conmovedor. Y su director ya exhibió su desbordante talento y su nada común habilidad por retratar con sencillez sentimientos complejos, por reflejar con profundidad y armonía las relaciones humanas. El cine de Linklater es un buen lugar donde quedarse a vivir.

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