La principal seña de identidad de Vergüenza, esa gamberrada hecha serie de Juan Cavestany y Álvaro Fernández Armero, es su vocación de funambulista, su permanente empeño en caminar sobre el alambre. No es que la serie sea a veces políticamente incorrecta o que alguna de sus bromas puedan ofender a alguien, es que existe exactamente para eso, ésa es su razón de ser. La serie (Movistar) reivindica en cada plano la incorrección política, se acerca más y más al precipicio y se regodea en ello. Estira tanto como puede ese debate recurrente sobre los límites del humor, cuya mera existencia pone en cuestión el propio humor y la propia ficción. Todo ello, con inteligencia y tratando a los espectadores como seres maduros.
Si en la primera temporada de la serie conocimos a Jesús (Javier Gutiérrez) y a Nuria (Malena Alterio) como una pareja de pobres infelices que metían la pata a cada rato y caían en situaciones de lo más bochornosas, y en la segunda la vergüenza ajena se redoblaba con el añadido de que los protagonistas estrenaban paternidad, en la tercera tanta de episodios se reinventa. Es arriesgado, como todo en esta serie, y, también como todo en esta serie, sale bien.
Mantiene la tercera temporada ese afán por pisar callos, por meterse en berenjenales e incomodar al espectador ante bromas de las que sabe que tal vez no debería reírse o, mejor aún, de las que no se ríe en absoluto, poniendo así a prueba cuánto tolera el humor y la libertad de expresión. Y mantiene también la sensación que deja en el espectador de que quienes hacen esta serie, empezando por sus creadores y siguiendo por su elenco de intérpretes y por todos los demás profesionales del proyecto, se lo pasan en grande. No es tan común como debería esa sensación. Uno tiene pocas dudas de que los directores de la serie cuentan exactamente lo que quieren, sin autocensurarse, que es la peor censura, incluso con cierto ánimo provocador, como queriendo zarandear un poco a la sociedad, como entrando en ese debate sobre los límites del humor del mejor modo posible: haciendo humor de todo sin ponerse freno alguno.
El desencadenante de la acción en esta tercera temporada es un incidente que convierte de pronto a Jesús en famoso, o eso piensa él, por un vídeo viral en el que se le ve pegando a su hijo. Esto les sirve a los autores para ironizar sobre las redes sociales, los medios de comunicación y el concepto de fama en estos tiempos. Sin hacer prisioneros. Sin temor a meterse en charcos. Si en las dos temporadas anteriores Jesús hacía el ridículo y sentía vergüenza ante las personas de su entorno, aquí se eleva a toda España, con sus 15 minutos de gloria, o más bien de linchamiento mediático.
La reinvención de la serie no se queda ahí, ya que desde el primer capítulo vemos a los personajes mirando a cámara y hablando en pasado de un suceso del que poco a poco vamos conociendo más hasta la resolución del mismo. La serie sigue en el terreno de la comedia y de la sátira, pero coquetea con la intriga, de nuevo, dejando la sensación en el espectador de que los creadores de la serie se lo han pasado de lo lindo con este giro. El final invita a pensar, o eso deseamos, en una cuarta temporada. Series como Vergüenza, tan atípica en España, tan atrevida en tantos sentidos, son necesarias. ¿Que algunos tomarán a Jesús y su incontinencia verbal como un ejemplo? Seguro. ¿Que habrá quienes compartan sus actitudes machistas y homófobas? Desde luego. ¿Tiene eso algo que ver con la serie o se le puede echar algo en cara al respecto? Naturalmente, no. Esperamos que haya más Vergüenza pronto.
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