"La trinchera infinita" triunfa en los Forqué

Descartada la idea peregrina de que los premios cinematográficos sirvan para poner a competir a las películas entre sí, como si eso fuera posible, el valor real de los galardones como los Forqué, que abrieron ayer la temporada de premios en España, es recordar filmes excepcionales y, si es posible, darles un impulso en las salas de cines, hacer que más personas se acerquen a esas historias. En este sentido, los Forqué cumplieron anoche a la perfección la función real de los premios, ya que reconoció a una película extraordinaria, La trinchera infinita, que merece un mayor recorrido comercial, porque es una obra maestra, cine en cada plano, un prodigio


La película de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga que narra la peripecia durante décadas de un topo, un republicano escondido tras la victoria del bando golpista en la Guerra Civil, no partía como favorita anoche. También optaban al Forqué a la mejor película del año la aproximación más clásica a la Guerra Civil de Alejandro Amenábar, Mientras dure la guerra, que sirve a partes iguales de biografía de Miguel de Unamuno y de anatomía de este país peculiar que es España; la última joya de Almodóvar, Dolor y gloria, que es una de las mejores películas del director manchego, desde luego, la mejor desde Volver, un delicado relato con tintes autobiográficos que aborda la memoria personal, el poder transformador del cine, el amor, la soledad, el dolor, la familia y, sí, la vida; y O que arde, de Óliver Laxe, que aún no me podido ver, pero de la que no he oído a nadie hablar mal. 

Eran candidatas serias a llevarse el premio, nada habría que objetar si cualquiera de ellas lo hubiera ganado y, desde luego, nada hay que objetar el reconocimiento a La trinchera infinita, a su cine artesanal, a su maestría a la hora de sumergir al espectador en la historia, de un modo brutal, pero contenido, sin buscar la lágrima fácil, con una hondura soberbia, en la que cada palabra susurrada, cada sonido, cada silencio, aportan algo. Una película extraordinaria. 

Los premios a las mejores interpretaciones también son inapeables: Antonio Banderas, por Dolor y gloria, en el que posiblemente es el papel de su vida, y Clara Nieto, por su hipnótica, ambigua e inquietante interpretación de la protagonista de Madre, el filme en el que Rodrigo Sorogoyen desarrolla la historia de su exitoso corto, años después de lo ocurrido en él. Ambos impecables, ambos magistrales y febriles. 

También fueron reconocidas La odisea de los giles, de Sebastian Borensztein, como mejor película latinoamericana; Ara Malikian: una vida entre las cuerdas, de Nata Moreno, como mejor documental; El nadador, de Pablo Barce, como mejor cortometraje, y Diecisiete, de Daniel Sánchez Arévalo, que ganó el Premio al Cine en Educación y Valores, pero que además de reflejar valores es una película sensacional, delicada, tierna, una historia mínima que llega muy lejos con su verdad y su emoción. Gonzalo Suárez se llevó la Medalla de Oro EGEDA y El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro, fue elegida como mejor película española de los últimos 25 años, ya que los productores, que son quienes entregan los Forqué, cometieron la osadía de reconocer al mejor filme del último cuarto de siglo, el tiempo que llevan existiendo estos premios. Si difícil es elegir la mejor película del año, qué decir de la mejor de los últimos 25. Pero, de nuevo, esto no va de poner a competir unas películas con otras, sino de recordar o dar a conocer historias que merecen ser contadas, que nos emocionan, hacen pensar, reír o llorar, que nos remueven, que son más reales e intensas que la propia vida. 

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