El hombre en el castillo, temporada final

Los síntomas de agotamiento que dio El hombre en el castillo en su tercera temporada hacían temer lo peor para su tanda final, estrenada hace unos meses por Amazon. Vista la cuarta y última temporada, esos temores quedan despejados por completo, ya que la despedida de la serie ha estado a la altura de su calidad. Es más, algunos momentos de estos diez últimos capítulos están entre los mejores de toda la serie, basada en la novela distópica de Philipp K. Dick, que recrea una realidad alternativa en la que los nazis y los japoneses han ganado la II Guerra Mundial y se han repartido Estados Unidos. 


La cuarta temporada de la serie remonta, y de qué manera, para ofrecer una despedida descomunal, en la que las contradicciones, las dudas y los remordimientos de los protagonistas juegan un papel central. Es una temporada más madura, más oscura, más íntima, también. El militar nazi John Smith (Rufus  Sewell) se enfrenta más que nunca a su pasado, a las consecuencias de sus acciones. Al final de la tercera temporada (spoiler), los nazis descubrían el modo de viajar a otros mundos. En ésta, Smith conoce cómo podría haber sido su vida si la historia hubiera transcurrido de un modo distinto, cómo viven él, su esposa (magnífica Chelah Horsdal) y su hijo (Quinn Lord) en una realidad en la que los aliados ganaron la guerra. En una posición similar, enfrentado a las devastadoras consecuencias de sus acciones y a sus decisiones pasadas, debatiéndose entre la fidelidad a un estado criminal y la lealtad a su familia, se encuentra Takeshi Kido (Joel de la Fuente), en la zona estadounidense controlada por Japón. 

Mientras sus convicciones se tambalean, debe guardarse las espaldas, porque despierta más suspicacias que entusiasmo entre los gerifaltes nazis de Berlín. En parte, por la huida de su mujer a la zona neutral, donde descubrirá otro mundo. Tanto ella como sus hijas. Mientras que la más pequeña está decidida a ser la más respetuosa con las normas del fanatismo nazi, la mayor empieza a hacerse preguntas. Este personaje y el modo en el que confronta con sus padres es uno de los puntos fuertes de la temporada. 

Las distopías son interesantes, conmovedoras y perturbadoras porque dialogan con el presente, plantean una realidad distinta, pero también empujan a la reflexión. En esta última temporada de El hombre en el castillo, la trama más fascinante, con mucha diferencia, es la que protagoniza un grupo rebelde negro, comandado por Bell Mallory, una brava líder insurgente interpretada con maestría por Frances Turner, que deslumbra en esta temporada. Es la resistencia de este grupo rebelde comunista negro la que planta cara a Japón y la que, de paso, nos pone en el espejo, ya que los actos de discriminación por el color de la piel se dan también en la otra realidad, en "la nuestra", a la que viaja Jonh Smith y en la que comienza la temporada Julianna Crain (Alexa Davalos), quien sigue siendo aquí protagonista, aunque menos que en tandas anteriores. Por cierto, al igual que en la tercera temporada de la serie, es grandioso ver a Hoover, el mandamás de la CIA en el mundo real, como líder del servicio de inteligencia de los nazis en Estados Unidos, con la misma falta de escrúpulos en ambas realidades. De nuevo, espejos y diálogos entre mundos. 

Esa trama es lo más atractivo de una temporada final que lleva a los protagonistas de la serie al límite. Es una digna despedida a una serie que aborda cuestiones como el peligro de los regímenes autoritarios, sobre la necesidad de luchar en defensa de la libertad y de la igualdad, sobre el poder de las decisiones individuales en la historia y sobre la resistencia ante poderes dictatoriales que se sostienen en el miedo que infunden. La serie vuelve a esquivar maniqueísmos y discursos simplistas. Todos los personajes son complejos, todos tienen aristas. Los nazis también quieren a sus hijos, los rebeldes comenten errores y las víctimas de un régimen dictatorial tardan poco en querer emular esa misma injusticia, pero situándose ellos al frente de un nuevo régimen del terror. Es una serie distópica, sí, pero extraordinariamente realista. Dolorosa y conmovedora. Necesaria. Magistral. 

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