Vetusta Morla se hace fuerte en el Palacio

Podríamos acostumbrarnos perfectamente a incorporar a nuestras tradiciones de cada fin de año un concierto de Vetusta Morla en el Palacio. O tres. Un año después de tomar el ahora llamado WiZink Center, el grupo se hace fuerte en el Palacio, con tres noches seguidas. La de ayer, que fue la primera fecha que ofrecieron, cuyas entradas se agotaron a la velocidad de la luz, fue otra noche en la que salimos pensando, como canta Pucho en Deséame suerte, como siempre, que "ha sido mágico haber llegado aquí sin un solo talismán". Y aquí son muchos sitios. Aquí es llenar tres noches consecutivas el Palacio, o seguir exhibiendo la misma energía en una gira que ahora se cierra y que suma ya dos años. Una gira que ha mostrado que el grupo está en su mejor momento, en absoluta plenitud, con días inolvidables, como aquel festival que se montaron en la noche de San Juan  del año pasado en Madrid, ante 38.000 personas. 


Está en su mejor momento el grupo, sí, con multitud de himnos que corea un público entregado desde el comienzo, y con un afán permanente de reinventarse, de jugar con sus letras y con su música. Por eso, ningún título describe mejor el alma de Vetusta Morla que ese Mismo sitio, distinto lugar, que da nombre a su último disco. Porque cada concierto del grupo, aunque sea en el mismo sitio, te transporta a otro lugar, porque cada noche con ellos es distinta. Quieren reinventarse y transformarse a cada rato y lo consiguen. Cambian las letras de sus temas a su antojo. Anoche, por ejemplo, escuchamos un "mucho WiZink, poco baile" y juraría que una alusión a "Franco volando" en El hombre del saco, ese tema en el que se escucha que "ya cayó el dictador, o eso dice la radio, extendiendo el rumor de que todo es un plagio". 

Comenzó el concierto a eso de las nueve y cuarto con Mismo sitio, distinto lugar, donde se anunciaba lo que esperaba por delante: "hay un himno para cada final". Hubo varios himnos, algunos de ellos, versiones de las que aparecerán en su próximo disco, en el que buscarán las canciones que esconden sus canciones, ya hechas, con otros ritmos, con otros versos. Parece que a Vetusta Morla le cuesta despedirse de este último trabajo, de lo que han supuesto estos dos años de gira, tanto como nos cuesta a los demás imaginarnos un periodo sin conciertos suyos. De momento, no hay nada que temer, porque en 2020 llegará en nuevo disco, con canciones ya conocidas, pero distintas. Igual, pero diferente. Reinventándose siempre, cambiando, algo que define la personalidad del grupo y su exultante estado de forma. 

La energía electrizante de Vetusta Morla y la locura colectiva que provocan en todos sus conciertos no pueden hacer que dejemos de valorar lo cuidado y elaborado de su espectáculo. Nada se deja al azar. Es una locura, sí, pero una locura controlada. Como decía Picasso, cuando la inspiración llega, les pilla trabajando, disfrutando de la música, celebrando la vida y el poder transformador de las canciones. Con tanto frenetismo como profesionalidad. Los juegos de luces, siempre magistrales, y la realización de sus conciertos, con el plano preciso en cada instante, dan prueba de todo el trabajo que hay detrás de un concierto de Vetusta Morla. Se disfruta por el poder hipnótico de sus letras y por su energía en el directo, naturalmente, pero también por cómo se cuida cada detalle alrededor. Por ejemplo, cuando terminó el concierto de forma oficial, tras pedir los bises coreando Saharabbey Road y encendiendo las linternas de nuestros móviles, se proyectaron imágenes de los miembros del grupo en las distintas ciudades de España, Europa y América adonde les ha llevado esta última gira, mientras se escuchaban testimonios de personas que han disfrutado de algunos de los conciertos de la misma, hablando de lo importante que fueron para ellos. 

El concierto terminó de incendiarse del todo con Mapas, cuando Pucho bajó a las pistas del Palacio y lo recorrió de punta a punta en lo que dura la canción, batiendo algún tipo de récord. A partir de ahí, himno tras himno, empezó a sobrar la ropa, comenzaron los sudores, la extenuación de tanto baile y tanto cántico, de tanta emoción compartida con 15.000 almas, en ese ritual pagano en el que veneramos a los autores de tantas canciones inmensas. Sonaron todos sus grandes himnos, aunque siempre habrá alguno que se eche en falta. La noche terminó con Los días raros, una de esas canciones sin fin que desatan la locura en sus conciertos. 

No habló mucho Pucho, porque el grupo habla con sus canciones, pero sí dio las buenas noches a "todos, todas y todes", hizo varias menciones a las personas trans, a los activistas jóvenes que luchan contra el cambio climático y a los menores inmigrantes no acompañados. Es decir, dio mensajes de apoyo de cariño a varias de las personas contra las que se dirige el odio y la intolerancia de esa parte retrógrada de la sociedad alérgica al progreso. Ya lo dice la letra de Sálvese quien pueda: "puede ser que mañana esconda mi voz por hacerlo a mi manera, hay tanto idiota ahí fuera. Puede ser que haga de la rabia mi flor y con ella mi bandera". Estos himnos y estas banderas son las que nos representan. En estos mapas sí nos encontramos en casa. 

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