Marino Sáiz dejó claro anoche en varios momentos del concierto que ofreció en la Sala Morocco que no le gusta la Navidad, pero acabó interpretando un trocito de un villancico, dentro de su fabulosa improvisación al violín con la que cerró la noche. Así es él y así son sus conciertos, en los que todo puede pasar, incluso una cosa y su contraria, o sobre todo eso, porque se pasa de la risa a las lágrimas de la emoción en cuestión de segundos, como ocurre tantas veces en la vida. Hace dos años nos prometimos aquí que seguiríamos el rastro del talento de Marino Sáiz allá donde nos llevara y, afortunadamente, no ha sido difícil cumplir la promesa, por lo mucho que brilla su arte y porque lo hemos seguido viendo acompañar a otros grandes artistas en los escenarios.
Muchos conocimos a Marino Sáiz como el violinista de los cantautores, pero descubrimos poco después que, en efecto, allí había mucho más de lo que veíamos a primera vista. Había un artista extraordinariamente libre, libérrimo, cuyos conciertos son divertidos, sensibles, geniales, hilarantes, conmovedores, reivindicativos, frívolos y memorables, todo a la vez. Había ganas de volver a ver un espectáculo de Marino Sáiz tras aquel grandioso Marino Cabaret, en el Lara, y lo de anoche no defraudó. Fue totalmente distinto a aquel espectáculo, salvo por una cosa: la verdad y la intensidad en todo lo que hace. Eso y su virtuosismo al violín. Y su naturalidad al hablar al público y contarlo todo. Y sus canciones sobre el desamor, la misantropía y la sensualidad. En realidad, fue totalmente distinto a Marino Cabaret, pero, en esencia, igual. En un escenario más íntimo, sólo él acompañado en el escenario por Javier Pedreira a la guitarra. Distinto formato, pero misma emoción y disfrute.
Uno de los momentos más mágicos de la noche fue cuando Marino llamó al escenario a su hermana Ruth, con la que interpretó el tema Desde mi libertad, de Ana Belén, que, según contó, cantaban juntos de jóvenes. Ambos, juntos, sentados en el escenario, regalaron uno de esos instantes irrepetibles, tan especiales para quienes lo viven sobre el escenario que consiguen serlo de igual modo para quienes lo seguimos desde el público.Desde mi libertad soy fuerte porque soy volcán. Nunca me enseñaron a volar, pero el vuelo debo alzar". Maravillosa.
Marino Sáiz interpretó otras dos canciones de otros autores, ambas, como aquella, un canto a la libertad y a la diversidad: A quién le importa, mítica donde las haya, y Vuela, de Andrés Lewin, que recupera Sáiz en cada concierto suyo, para mandar "a la mierda los disfraces y los muros, los armarios, los silencios, los pasillos" y para celebrar que "ya por fin tenemos alas y más allá de tu ventana tienes mundo construido". Un himno arcoíris emocionante siempre y necesario ahora más que nunca, cuando hay quien tiene alergia a la diversidad y a los derechos de todos, a la libertad de amar a quien queramos y de ser quienes somos sin que nadie nos dé su permiso.
Todo lo demás fueron temas suyos. Y qué temas. Bromeó ayer Marino Sáiz con una copla (sí, una copla) compuesta por él, que estrenó en Marino Cabaret. Contó que algunas personas le habían preguntado si era suya la canción, porque era muy buena. Lo era. Buena, buenísima, y suya, como tantos otros temas notables. También es magnífica Aunque no te lo creas, una tierna canción que sigue un poco la estela de Lunas distintas, en el sentido de que se la canta una parte de la pareja menos expresiva, menos sentimental y detallista, a la otra, para decirle que, a su manera y aunque a veces no lo parezca, le adora. "Aunque a veces no te bese cuando menos te lo esperes y no aguante los abrazos como tú. (..) Aunque creas que no soy feliz contigo, el problema no eres tú. Aunque no te lo creas, aunque pienses que busco la manera de pintar la realidad de colores inciertos, aunque creas que miento y que no es verdad. (...) Aunque llegue el invierno y nos llueva de nuevo en el colchón. No necesito más febreros para darme cuenta de lo que te quiero y de lo mucho que gané. Que aquel día te cruzaste y nunca más fui el de antes ni lo quiero ser". Una de sus mejores canciones.
Canta al amor Marino Sáiz, pero también contra la imposición de estar siempre felices, contra las tazas con mensajes optimistas y algo bobos. Y son magníficas esas canciones, como La esquina, que cantó después de hablar de Joker, y, sobre todo, Déjame en paz, un canto a la misantropía, a la necesidad de la soledad que todos sentimos en ocasiones, contra esos "tenemos que vernos" y esas personas que quieren saber más de lo necesario, que atosigan un poco.
También hubo momento para las conmovedoras Sin mí, dedicada a alguien que un día le dejó de lado por no respetarlo y quererlo tal y como es, por no entenderlo; Tengo miedo, que habla sobre el temor a quedarse solo, a echar a perder una relación; y Los espejos nunca mienten, extraordinaria, dedicada a su abuela (fuera, alguien me ve desde fuera, alguien vela por ni nombre, alguien llora cada vez que muero mirando hacia arriba, cuídame desde ahí arriba, sé que entiendes mis razones). Salimos de la Sala Morocco tan llenos de energía y vitalidad como siempre tras los conciertos de Marino Sáiz, y hasta dándole la razón a esa estrofa de La alfombra negra, con la que abrió el concierto, en la que se pregunta qué importa si dos idiotas gobiernan el mundo. Qué importa si, al menos, siempre nos quedará la música y el arte como formas de resistencia ante tanta idiotez, maldad y fealdad.
Comentarios