Presentó Marino Sáiz su concierto de anoche en la sala Galileo como algo especial, algo más incluso que un fin de gira, un fin de era. Y así lo vivimos, disfrutando de sus letras, de su verdad en el escenario, de su violín.. y también de todos sus amigos. Porque Sáiz, el violinista de los cantautores, y mucho más ("aquí hay más de lo que ves"), se rodeó de de otros artistas como Rafa Pons, Marwan, Sergio Delgado, Luis Ramiro o Funambulista, junto a Andrés Litwin, Luismi Baladrón, Javi Pedreira y Alejandro Martínez, la banda que le acompañó durante casi toda la noche. Sólo faltó Andrés Suaréz, recuperándose de una operación de hernia antes de comenzar la gira de su último disco. Lo de anoche fue especia, sí. Como un All Star de cantautores, una de esas noches inolvidables en Galileo, templo de la palabra y de la vida.
Como siempre, Marino Sáiz se presentó divertido, verborreico, espontáneo y auténtico. Habló de su familia, de sus temores, de sus anhelos, de sus proyectos futuros, de sus fobias, de sus amigos... Por hablar, habló hasta de su aparato de dientes, que le jugó una mala pasada (de la que el público no se percató, pero que él se encargó de señalar) en la tercera canción. Comenzó con Apocalipsis, por empezar así, de buen rollo. Bromeó sobre la tristeza o melancolía de muchos de sus temas, que contrastan con su alegría en el escenario. Fue avanzando el recital, de la mano de amigos. Interpretó La alfombra negra con Rafa Pons, y después cantó dos temas con Sergio Delgado (Sed), que es quien le ha acompañado al teclado durante toda la gira de su disco Tripolar (fantástico aquel concierto en marzo en Libertad 8, y también ese otro en la Sala Fizz de la amada Barcelona). El artista cedió el escenario a Sergio Delgado para que interpretara un tema propio.
Con el talento y la espontaneidad de Marino Sáiz, la ternura de sus temas, su magia con el violín, fue avanzando la noche de su despedida, de su fin de ciclo. Anunció una nueva era. O algo así. Contó que no se sentía del todo cómodo en el mundo cantautoril, no porque no sea un ambiente agradable para él (actúa con casi todos los cantautores más reconocidos del momento), sino porque él tiene una vertiente más teatral, más circense, más audiovisual, más loca, a la que quiere dar rienda suelta.
La noche de ayer, de momento, no nos la quita nadie. Hubo muchos instantes sensacionales en el concierto, como un final apoteósico, con el artista subido a una mesa (literalmente) de la sala Galileo, enamorando con su violín, antes de interpretar La farola, colofón perfecto de una noche que antes nos había ofrecido, por ejemplo, el recuerdo a Andrés Lewin, cantautor argentino fallecido el año pasado con el que Marino Sáiz y Luis Ramiro tenían una estrecha relación. Ambos interpretaron Vuela, un hermoso himno a la igualdad y al amor ("vuelta, que esta tarde ha salido el arcoíris, y la lluvia se ha llevado al enemigo, que ya nadie tiene ganas de insultarte, que hace tiempo ya que de un tiempo a esta parte se suman los amigos").
El vitalista y optimista Vuela puso el punto positivo al avance por la igualdad, ames a quien a mes, mientras que El último beso, dedicado a seis jóvenes lanzados desde lo alto de un edificio como castigo por amar a quien no debían en Siria, recordó el largo trecho que queda en pos de la igualdad. "Mientras le tiran por el balcón, la gente ahí debajo da gracias a dios, la gente ahí abajo da gracias a dios, gracias dios mío, por fin se cumplió, la pena de muerte de quien mal amó".
A vueltas con el tono algo deprimente de algunos de sus temas, Marino Sáiz recordó a seres queridos que ya no están. Lloró ("lloro encima y abajo del escenario"), vivió, sintió. Pero también compartió su sentido del humor, algo negro en algún momento, como cuando habló de un amigo que no estaba y, rápidamente, se apresuró a matizar que no estaba en la sala, pero que estaba vivo. Quien tampoco estuvo fue Andrés Suárez, a quien Marino Sáiz acompaña con su violín en todos sus conciertos, por una inoportuna operación. Cantó Sáiz Lunas distintas, el tema que interpreta con el gallego, que habla de ese momento en una relación en la que las dos personas no están en el mismo punto.
Aún quedaba más fiesta, como la aparición de Marwan, quien acaba de lanzar un disco-libro descomunal, Mis paisajes interiores. Con él, además de risas y besos, Marino Sáiz compartió Me cuesta tanto olvidarte, de Mecano, el grupo preferido del violinista. La última colaboración del concierto con el que el artista despidió su disco Tripolar y abrió las puertas a una nueva era fue con Funambulista, otro grande a quien no había visto en concierto hasta ahora. Interpretaron Y ahora qué, probablemente la mejor canción del álbum, o una de las mejores, por lo bien que casan sus voces, la belleza de la letra y por ese instante en el que se detiene la canción, y es como si se parara el mundo, antes de que Marino Sáiz deslumbre con su violin. Fue, en fin, una noche impresionante. Sea lo que sea lo que decida hacer Marino Sáiz en adelante, seguiremos el rastro de su talento.
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