El final de "House of cards"

El despido fulminante de Kevin Spacey cuando se conocieron las denuncias contra el actor por acoso obligó a los guionistas de House of Cards a reescribir por completo la temporada final de la serie. Aunque el final de la quinta temporada (spoiler) deja a Claire Underwood (inmensa Robin Wright) en la Casa Blanca y a Frank Underwood, el personaje que interpreta con maestría Spacey, defenestrado, su baja supuso todo un reto para la trama de la seria, la primera que produjo Netflix, una de las primeras de la última oleada de esta generación dorada burbujil de las series. Hace unos meses, la serie estrenó su sexta y última temporada, con el personaje de Kevin Spacey muerto y con todo el protagonismo en los hombros de su mujer en la ficción. El desenlace, rehecho tras la baja del actor, no es ni tan brillante como otras temporadas de la serie ni tan decepcionante como cabría esperar por la ausencia de su personaje, o como sugerían casi todas las críticas de esta sexta temporada. 


Por momentos, de hecho, la temporada alcanza los niveles de tensión de los mejores tiempos de la serie. No nos engañemos, la quinta temporada de House of Cards ya no fue la mejor. Posiblemente, tampoco la cuarta. Y seguramente ni siquiera la tercera. La serie se fue viniendo arriba y su trama fue perdiendo verosimilitud con el paso de los capítulos, y sólo la magnética personalidad de sus personajes salvaba esa deriva. La sexta temporada comienza algo dubitativa, pero va ganando altura, hasta un final que tal vez es algo precipitado y al que le falta algo de gancho, pero que es más que digno. Sobre todo, insisto, teniendo en cuenta que la historia se tuvo que reescribir por la ausencia de su protagonista principal y también que llevaba tiempo desbarrando, perdiendo credibilidad. 

Otro de los obstáculos al que se enfrentaban los guionistas de House of Cards para darle un cierre digno a la historia es el mismo al que se enfrentan hoy, en tiempos de Trump, Brexit, Bolsonaro y demás radicalismos por todo el mundo, todos los guionistas de series políticas en la actualidad: es difícil que la ficción supere a la ya de por sí feísima y deprimente realidad. Es difícil que algo nos sorprenda, que las historias que salen de la imaginación de los creadores de las series impacten más de lo que ya lo hace la realidad, con toda suerte de patanes extremistas en cargos relevantes y con un radicalismo creciente en todas las latitudes. Creo que este obstáculo también lo supera la última temporada de House of Cards

Queda una sensación agridulce, claro. El final no es tan redondo como uno desearía. Pero es un final más que digno teniendo en cuenta las circunstancias en las que fue creado y rodado. Sin duda, Robin Wright firma su mejor interpretación de toda la serie. En esta temporada final, que emitió en España Movistar, podemos ver a una presidenta que quiere romper con los delitos de su marido (que ella aplaudió, apoyó e incluso, en algunos casos, ideó) y que está cercada por los hermanos Sheperd (Diane Lane y Greg Kinnear), unos influyentes y turbios empresarios que quieren acabar con ella. Ambos dan mucho juego a la trama, como los perfectos villanos que se enfrentan a otra gran villana, porque buenos, lo que se dice buenos, no hay en esta serie. Lástima que se vayan diluyendo en la parte final. La presidenta, que no duda en utilizar el feminismo en su favor, en una de las subtramas más atractivas de esta temporada, se enfrenta también al pasado, personificado por Doug Stamper (Michael Kelly), el colaborador fiel hasta lo enfermizo de su difunto marido. 

Intrigas, enfrentamientos entre el poder económico y el político, filtraciones a los medios,presiones de toda clase, alguna escena de brocha gorda, tensión creciente, fantasmas del pasado... En fin, las clásicas señas de identidad de House of Cards. Un final que no es perfecto (posiblemente, no podía serlo por muchas razones), pero que sí es más que digno. 

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