Eurodrama, memes, política y algo de música

Desde hace años, más que el festival europeo de la canción, Eurovisión es la mejor noche del año en Twitter, un gigantesco e irrefrenable generador de meses. Es, básicamente, un gran espectáculo televisivo en directo, que mantiene la atención durante más de cuatro años, generando chascarrillos y bromas de todo tipo y, de cuando en cuando, emociona o sorprende con alguna canción. Conviene tomarse Eurovisión como lo que es, un gran entretenimiento, y no tomárselo demasiado en serio, aunque no faltan sus críticos que sienten la imperiosa necesidad de comunicar al mundo que a ellos no les gusta el festival, que no lo ven nunca, que no sabían ni qué canción enviaba este año España. Ese esnobismo. Esa necesidad de diferenciarse de los demás. Ese impulso de querer remarcar que a ellos no les gusta nada lo que a mucha otra gente alrededor sí, no vayamos a pensar que comparten gustos con el populacho, con la mayoría. Pero ese es otro tema del que hablaremos otro día. 


Quizá, llamadme loco, Eurovisión no es el lugar para buscar música alternativa, igual que uno no busca (afortunadamente) música bailable de discotecas en salas de conciertos de música clásica. Puede que todo sea una cuestión de expectativas. De vez en cuando, pero muy de vez en cuando, Eurovisión sorprende con joyas como la de hace dos años, Amar pelo dois, de Salvador Sobral. Pero, de entrada, en el festival se encuentra, sobre todo, otro tipo de música y otro tipo de atractivos. En Eurovisión todos los excesos son bienvenidos. La música no son fuegos artificiales ni efectos especiales, pero Eurovisión sí es un poco eso. Y nos gusta. Porque no lo confundimos con un festival indie o con lo que no es ni quiere ser. Es una gran fiesta. Es petardeo. Es baile. Son risas, memes, diversión. Es un buen rato sin pretensiones. Y, como espectáculo sin grandes pretensiones musicales, sigue siendo único e imbatible. Además, atención, noticia, te puede gustar Eurovisión y la música más alternativa del mundo. No es incompatible. 

¿Y este año qué? Los eurofans auténticos podrán hablar de ello con más propiedad. De entrada, diría que este año la cosecha eurovisiva ha sido algo floja, aunque el festivla tuvo anoche un ganador más que digno, con la canción Arcade, de Duncan Laurence, que representó a los Países Bajos. Una canción intimista a ratos, con letra sencilla, acompañamiento de piano y momentos de cierta épica, con el tema in crescendo, que recuerdan un poco a Coldplay. Mahmood Soldi, representante de Italia, quedó segundo, con un tema distinto a lo que suele presentar el país transalpino, pero pegadizo y con ritmo. Italia no se cansa de dar cosas buenas al mundo, leí en Twitter, en una valoración tal vez algo exagerada, como casi todo lo que rodea a Eurovisión y lo hace tan atractivo a su manera. 

Más discutible, si es que de verdad tuviera algún sentido andar discutiendo los votos de Eurovisión a estas alturas, me parece el tercer puesto de Rusia. Suiza, que partía entre los favoritos, quedó cuarta, con la febril She got me, de Luca Hänni. Una de las mejores canciones de la noche, Too late for love, de Suecia, interpretada por John Lundvik, quedó en el sexto lugar. La canción de Francia, con un nítido mensaje de diversidad y respeto al diferente, quedó decimocuarta. 

La venda, de Miki, que representaba a España con su ritmo de charanga, recibió sólo el voto de los jurados de dos países, a cual menos democrático, por cierto, Bielorrusia y Rusia. El voto del público permitió subir algún puesto, hasta el 22. No creo que sólo hubiera tres canciones peores que la española anoche, pero claramente, lo de los malos puestos en Eurovisión es ya un mal endémico. Que todos los problemas sean ese. Peor le fue a Alemania, cuya canción, por cierto, a mí sí me gustó, que no recibió ni un sólo punto del público y quedó penúltima. 


La política, inevitablemente, tuvo su espacio anoche. Entre otras cosas, porque el festival se celebró en Tel Aviv, lo que llevó a varias asociaciones a pedir el boicot, por la represiva política israelí contra Palestina. Los representantes de Islandia, un grupo punk que fue de los pocos que se atrevió a presentar algo distinto a temas bailables de discoteca o baladas clásicas, enseñaron una bandera de Palestina durante las votaciones, que la organización les retiró poco después. También Madonna, que ayer desafinó como si no hubiera un mañana, tuvo un mínimo gesto hacia Palestina, al terminar su actuación con dos bailarines abrazados que, a su espalda, llevaban las banderas de Israel y Palestina, respectivamente. Madonna no tuvo su noche en lo estrictamente musical, pero la puesta en escena de su legendaria Like a prayer fue uno de los momentazos de la noche, igual que las actuaciones de antiguos ganadores del festival versionando canciones de otros artistas, con Måns Zelmerlöw y Conchita Wurst entregados a la causa. Eurovisión volvió a ser Eurovisión, tal fiel a sí mismo como siempre, lo que buscamos los que no nos perdemos el festival ningún año y lo que hace las delicias de sus críticos, ávidos por remarcar que ellos no tienen nada que ver con este petardeo lúdico festivo. Hasta 2020. 

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