La golondrina

Hay personas que evitan las obras de teatro o películas que otros calificamos como importantes. Ese adjetivo les provoca cierto rechazo, porque creen que la obra en cuestión vale más por el fondo (su mensaje) que por la forma (el modo en el que se narra la historia, cómo se construyen los personajes). No es justo este rechazo generalizado. Quizá se deba a que en ocasiones se abusa del término “importante” en las críticas. La golondrina, de Guillem Clua es importante, importante de verdad. Eso y muchas otras cosas. Es una obra conmovedora, adorable, tierna, divertida, emotiva, humana, demoledora, muy auténtica. Es una joya, uno de esos pellizcos en el alma que no te dejan igual que como entraste al Teatro Infanta Isabel


El programa de mano de esta fascinante obra no incluye una sinopsis, sólo su ficha técnica, con los nombres de las personas que hacen posible esta joya. Ni una línea sobre la historia que se verá en las tablas. Es un acierto, porque cuanto menos se sepa sobre la obra antes de disfrutarla, mejor. Esto, que es así en todos los casos, se vuelve imprescindible en historias tan complejas y extraordinarias como esta, en la que nada es lo que parece. El formidable texto dosifica poco a poco la información, desatando un tsunami de emociones que va in crescendo, pasando de la risa al llanto por momentos. 

La obra comienza con Ramón (Félix Gómez) visitando a Amelia (Carmen Maura) en su casa. Ella es una estricta profesora de canto y él quiere ensayar La golondrina, una canción especial, para un acto importante de recuerdo a un ser querido. Ambos intérpretes, que saben estar a la altura de un guión excelso, transitan por un viaje emocional muy complejo. Terminan destrozados, como el público. Ocurre pocas veces en el teatro eso de que la emoción se palpe de un modo tan intenso en el ambiente, que se escuche cómo el público se remueve en las butacas, que se escuche tragar saliva, que se perciba tanta ternura, tanto dolor, tanta identificación con la historia representada en las tablas. Al principio el espectador se ríe mucho, no tiene claro por dónde irá la trama. La historia no para de crecer, llena de matices, valiente, profunda, encantadora, dolorosa, emotiva. No conviene desvelar nada de lo que ocurre encima del escenario. El autor, Guillem Clua, escribió la obra como respuesta emocional por el atentado homófobo en un bar gay de Orlando en 2016. Es una obra llena de verdad, de esa que no se puede impostar. 

Ver en escena a Carmen Maura, un tótem de la interpretación, es uno de los grandes alicientes de la obra. Ella está inmensa, dando vida a un personaje nada sencillo, con un drama inmenso que la destroza y que no sabe gestionar. Es maravilloso disfrutar de cerca de una actriz tan extraordinaria como ella, que tan poco se prodiga en el teatro. Me encanta pensar que muchas personas que acuden a ver La golondrina sólo para asistir al regreso a las tablas de Carmen Maura se encuentren con una historia tan tremenda, con esa sacudida emocional, con esa historia conmovedora que no deja a nadie indiferente. Quizá, muchas de esos personas no acudirían al teatro si supieran más o menos de qué iba la obra. Y eso, la posibilidad de que un mensaje tan necesario y tan bello llegue a un público no convencido de antemano, es quizá lo más maravilloso de La golondrina, una obra representada ya en otros países, con una gira extensa por delante por España. 

Los dos personajes se lanzan frases contudentes, durísimas. Pero comparten el amor y el dolor. El espectador empatiza con ambos. A ratos le da la razón a ella, ese desgarro, esa impotencia, pero también a él, la rabia, la emoción. Hay remordimientos, hay horror, hay reflexiones, hay vida, hay verdad. Es una obra extraordinaria, de la que me encantaría no dejar de hablar, que sé que recordaré siempre. Hay varios momentos inolvidables, frases demoledoras, como aquella que escuchamos sobre qué nos hace humanos ("el dolor, la capacidad de sentir como propio el dolor ajeno") o esa otra en la que el personaje de Ramón reivindica el poder de las palabras y su importancia, porque, sin ellas, las cosas pierden su significado. La obra apela al espectador, es una bomba emocional, y, entre otras muchas cosas, habla de la necesidad de decir te quiero a las personas que amamos, de recordárselo con frecuencia, aunque se dé por supuesto, aunque no lo creamos necesario. 

La golondrina, dirigida por Josep María Mestres, es la última joya teatral de Guillem Clua, experto en hacer reír y llorar al espectador, como en aquella deliciosa Smiley, de hace unos años, hilarante, tierna, fresca, ágil, esa historia de amor que disfruté en la sala off del Lara, y que después creció y tuvo una vida más larga en los escenarios. La golondrina, que adopta otro tono, pero que permite el escape del humor hasta en los momentos más dolorosos, es teatro que dialoga con el presente, teatro emotivo, teatro poderoso, teatro que te agarra del estómago y no te suelta, teatro que se queda en la cabeza; en definitiva, teatro importante, importante de verdad.

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