Smiley, una historia de amor :-)

La anatomía del enamoramiento. La radiografía precisa y minuciosa del amor. Eso es Smiley, una historia de amor. Una obra tierna, original, divertida y fresca de Guillem Clua que triunfó el año pasado en Barcelona y que esta temporada hemos podido disfrutar en Madrid. Los fines de semana de septiembre, octubre y el primero de noviembre en la sala off del Teatro Lara y, creo, dentro de poco en el Teatro Maravillas. Es una historia con la que resulta imposible no sentirse identificado porque habla de algo tan universal como el amor, de eso que todo el mundo ha sentido alguna vez salvo que proceda del mundo raro donde nunca se amó al que cantaba Chavela Vargas. El resto de la humanidad llora y ríe con la historia de los dos protagonistas: Álex (Ramón Puyol) y Bruno (Aitor Merino). 

El amor es uno de esos sustantivos tan hermosos que suelen perder mucho con los adjetivos. No es Smiley una historia de amor gay. Es una historia de amor. Punto. El hecho circunstancial de que los protagonistas sean dos hombres no es en absoluto lo más relevante de la obra. Podían haber sido dos mujeres o un hombre y una mujer. Poco habría cambiado la historia. Poco habría cambiado esa primera cita, esos nervios, esa indecisión de si llamar o no, esos debates con uno mismo sobre si hacerse el fuerte o dar el primer paso. Esos pensamientos absorbentes sobre la persona amada. Es amor. A secas. Algo lo suficientemente bello y universal como para entender que poco importa que quienes lo sientan sean dos chicos. 

La historia es formidable porque nada falla en ella. El guión sobresale por su frescura, inteligencia y agilidad. Desde el comienzo, con un Ramón Puyol desatado al teléfono dejando un mensaje de voz a un ligue con el que sentía magia pero que no responde a las llamadas, hasta el final, que obviamente no desvelaremos aquí, la obra no da una tregua emocional al espectador, que ríe, mucho, y también se conmueve. La obra enternece porque retrata con precisión milimétrica el comienzo de una relación. Para ello se sirve de monólogos interiores, pensamientos de cada uno de los personajes que estos comparten con exquisita soltura interpretativa con el público, al que se interpela en varios momentos de la obra. Y de repente uno cae en la cuenta de que todos hemos sido alguna vez Álex o Bruno. Todos hemos dado mil vueltas a si llamar o no, a si el whatsapp tiene el doble check o albergamos la esperanza de que la falta de respuesta sólo sea que el interlocutor aún no ha leído el mensaje. Todos hemos dejado de decir alguna vez lo que sentíamos. Todos, en fin, hemos estado enamorados alguna vez. Y de eso va Smiley. Nada más. Y nada menos. Una brillante comedia romántica. 

Se dice, y uno aún no sabe si compartir o tal tal afirmación, que los polos opuestos se atraen. Esta obra, digamos, da razones (aunque sean de esas que tiene el corazón y la razón no entiende) para pensar que puede ser cierta. Los dos personajes de la obra son muy diferentes. A Álex le encanta el gimnasio, ir a bares de ambiente, escuchar música electrónica. Bruno, además de detestar todo lo anterior, es un cinéfilo que adora el séptimo arte y se siente extraño en los ambientes donde más cómodo se encuentra Álex. Dos arquetipos, en apariencia, irreconciliables. El cachas y el intelectual. El que se prepara para el desfile del orgullo y el que está muy fuera del ambiente. No tienen gustos comunes. No pueden ser más diferentes. Pero, se atraen. Se atraen primero, se aman, se quieren. "Toda la vida buscando a alguien igual que yo y, cuando lo tengo, no sé si es lo que quiero porque ya lo conozco"; cuenta uno de los personajes en un momento de la historia. 

La obra, como digo, mantiene un ritmo imparable de risas, reflexiones y sentimientos durante los 90 minutos que dura. Nunca antes había estado en la sala off del Teatro Lara y es indescriptible el encanto de estar tan cerca de los actores, de verlos tan expuestos, de disfrutar de su espléndida interpretación tan al lado. Eso, en una obra que es de piel, de sentimiento, y en la que química entre los dos actores es condición indispensable para que avance la historia, hace mucho. Y estos espacios donde se ven las obras más originales y rompedoras, estas salas como la off del Lara, son escenarios únicos para disfrutar de esta clase de historias. Una historia sensacional en la que asistimos al avance de la relación, o de la no relación. Con las nuevas tecnologías, los móviles inteligentes (desternillante la escena en la que se habla de la app de citas Grindr). Una historia en la que se vive la atracción entre los protagonistas y el clásico periodo de transición que llega después, el de pensar pros y contras, el de razonar que no tienes nada en común con la otra persona y sentir que no quieres estar con nadie más que no sea ella. Una historia en la que una película es mucho más que un simple regalo de cumpleaños y una cerveza lo significa todo menos una cerveza. 

Enternece, remueve, entretiene. Recomiendo asistir a ver esta obra, que como digo concluye hoy en el Teatro Lara pero continuará en el Maravillas a partir del 7 de noviembre. Es una historia de amor, con un alto componente sentimental, pues, pero también es muy divertida. Entre los mejores momentos de la obra están las "aclaraciones para los heterosexuales del público" en las que los actores interrumpen la función para explicar expresiones o prácticas habituales de los gays que pueden no entender las personas heterosexuales. Muy divertida, con afán de ser una obra sobre el amor y para todos los públicos, con ironía, riéndose de tópicos y prejuicios, hablando de una historia de amor con la naturalidad que precisa una historia de amor. Sin más. Es una comedia espléndida. De lo mejor que he visto en un teatro. Sale uno con ganas de enviar smileys ("algo tan simple como dos puntos, guión, paréntesis cerrados") que lo digan todo. Con ganas de vivir y amar. 

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