Masacre homófoba y terrorista en Orlando

El 28 de junio de 1969 la policía estadounidense llevó a cabo una redada violenta en Stonewall, un pub neoyorquino donde se reunían las personas homosexuales. Era persecución provocó el rechazo de la comunidad LGTB. Lesbianas, gays, transexuales y bisexuales se rebelaron y, un año después de la redada, se celebró en Estados Unidos la primera manifestación del Orgullo Gay. En conmemoración de la respuesta a aquella redada, cada mes de junio se celebra en todo el mundo el día del Orgullo Gay, para celebrar todo lo avanzado en pos de la igualdad, que es mucho, pero también para reivindicar todo lo que falta por conseguir en esa meta, que es de toda la sociedad, no sólo de los homosexuales. El sábado se celebraba en el club gay Pulse, de Orlando, una fiesta latina del Orgullo Gay. Y en ese local irrumpió armado y disparando discriminadamente un energúmeno que cuasó la muerte de 50 personas e hirió gravemente a 53. Es la mayor masacre en Estados Unidos desde el 11-S. El Daesh ha reivindicado el atentado. 
Es importante destacar que la matanza se produjo en un club gay. Del mismo modo que cuando se ataca violentamente una Iglesia católica, obviamente, se está atacando a los creyentes de ese confesión religiosa, la masacre ayer en la discoteca donde se celebrara una fiesta del Orgullo Gay es un ataque contra la comunidad LGTB. Que, naturalmente, es lo mismo que decir que es un ataque contra toda la sociedad. Porque los derechos de los homosexuales son Derechos Humanos y son algo que concierne a toda la sociedad. Desconocemos si este asesino, Omar Mateen, tenía o no vínculos con el autodenominado Estado Islámico o si es un lobo solitario que ha dado alas a sus fobias y a su odio del que este grupo criminal se apropia. Poco importa. Lo que sí resulta evidente es que, como dijo Obama ayer, estamos ante un acto de odio, un ataque de un fanático que decide acabar a tiros con quien no piensa o vive como él.

Todo lo que rodea a la masacre de ayer en Orlando es espantoso. Lo es el carácter homófobo del ataque, por supuesto. Ayer se formaron colas en la ciudad para donar sangre, pero los homosexuales no tienen permitido donar sangre en ese Estado, lo cual dice bastante de cómo los homosexuales todavía no gozan de los mismos derechos que los heterosexuales. El ataque podría tratarse de un atentado, ya que el FBI investiga vinculaciones de Mateen con extremistas y, al parecer, él llamó poco antes de perpetrar la matanza al teléfono de emergencias para jurar lealtad al autodenominado Estado Islámico. El Daesh se atribuyó ayer la masacre. 

Y, al igual que ocurrió en la sala Bataclan de París, nos invade el miedo, la incomprensión ante unos fanáticos violentos cuya estrecha visión del mundo no incluye a los homosexuales, pero tampoco la música occidental, los bailes o los brindis con alcohol. El islamismo radical detesta a los gays. Muchos de los países que siguen considerando delito la homosexualidad son países islámicos donde impera la sharia, o algo que se le parece, una lectura radical del Islam. Pero los yihadistas tampoco toleran que alguien profese una religión distinta a la suya, o incluso que se profese esa misma religión pero no del modo perverso en el que ellos la interpretan. El del sábado en Orlando es un ataque a la libertad, a nuestro modo de vida, a todo Occidente. Es una amenaza a lo conseguido en nuestras sociedades, que tienen múltiples defectos, pero donde existe un grado de libertad que los fanáticos no toleran y que debemos defender. 

Como después de cada atentado terrorista, no han faltado quienes pretenden identificar al Islam en su conjunto con el acto criminal de un energúmeno. Y, a la cabeza de quienes buscan sacar partido de masacres como esta, de quienes intentan que sus prejuicios y el odio al diferente se impongan aprovechando el miedo de la sociedad, se sitúa Donald Trump. El candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos declaró ayer que condenaba el atentado, algo que es todo un avance teniendo en cuenta que se produjo en una sala repleta de homosexuales y latinos, dos de sus bestias negras. Pero, acto seguido, aprovecho la matanza para fines partidistas. El mismo tipo infame que pidió impedir la entrada en Estados Unidos de cualquier persona musulmana, echó en cara ayer a Obama que no mencionara los términos "Islam radical" a la hora de condenar el atentado. Los cadáveres estaban calientes y los heridos desangrándose camino de los hospitales cuando Trump decidió que esa masacre podía serle útil a su campaña racista. Nauseabundo. Resulta llamativo que Trump reproche a Obama que no hable de islamismo radical, algo que se debe investigar aún, pero él no emplea el término homofobia, algo ya evidente desde el momento en el que se irrumpe a tiros en un club gay. 

Hay otros factores igualmente preocupantes tras la masacre de ayer. Uno de ellos es el imperioso debate sobre el sencillo acceso a las armas en Estados Unidos. Porque los tiroteos de personas desequilibradas que compran armas como quien adquiere una bolsa de pipas han matado a muchas más personas que terroristas en aquel país. Y, por más que cada vez que ocurre algo así se recuerda la defensa de una parte de la población de su derecho a portar armas recogido en la Constitución y por más que se nos recuerda el poder de influencia del lobby de la Asociación Nacional del Rifle, se antoja incomprensible que un país como Estados Unidos no haya hecho nada para detener la sangría ni haya restringido de ningún modo el acceso a las armas. 

El otro aspecto que no podemos olvidar tras un atentado yihadista en Occidente es que masacres iguales, exactamente iguales, sólo que repetidas con mucha más frecuencia, se suceden casi a diario en multitud de países islámicos. Y es importante recordarlo. Porque quizá sea inevitable que nos remueva más un atentado en París, por simple cercanía, que uno en Beirut. Pero es tan inevitable como injusto. Y cuando asistimos al horror en nuestras sociedades occidentales, cuando presenciamos el odio en los ojos de unos asesinos, debemos recordar que eso ocurre reiteradamente en muchos países donde, por cierto, la mayor parte de las víctimas de esos crímenes es de fe musulmana. Todos somos víctimas de los fanáticos, que son los auténticos enemigos, no aquellos que tienen una religión que los asesinos se apropian y pervierten. 

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