Maratón balcánico

Decíamos ayer, hablando de la portentosa obra Hermanas (Bárbara e Irene), que el Kamikaze es un escenario del teatro más descarnado, el más impactante, el que remueve de verdad al espectador. Igual que hay teatros que imprimen un sello de calidad, en los que sabes que las obras que estrenan siempre contarán algo, siempre serán de interés, también hay editoriales de las que fiarse especialmente. Caballo de Troya es una de ellas. Naturalmente, las novelas que publica son diferentes entre sí (afortunadamente) y las hay más o menos brillantes, pero en todas las que he leído hasta ahora he encontrado algo, ese destello de la buena literatura, esa pasión en quien escribe que se transmite la lector, ese algo intangible que caracteriza a las buenas novelas, aunque no sean de ficción, como es el caso de este Maratón balcánico, de Miguel Roán, que regala una aproximación a los Balcanes de la mano de alguien que siente auténtica pasión por esta región. 


Esa pasión casi enfermiza de Miguel Roán por los Balcanes le permite tener un conocimiento exhaustivo de los países formados tras la desmembración de la antigua Yugoslavia y, lo que es mejor, no le impide compartir en estas páginas aquello que no le gusta de esta zona. La historia de los Balcanes, tan dramática, tan dolorosa, tan intensa, es siempre interesante, pero quizá lo sea aún más hoy en día, cuando los nacionalismos y los movimientos identitarios que separan y confrontación a la población regresan con inusitada y peligrosa fuerza en Europa. Como si no hubiéramos aprendido las muchas lecciones de la historia, como las de los Balcanes. 

El autor comparte varias reflexiones que se presentan como una suerte de vacuna contra los nacionalismos fanáticos que disgregan, como aviso a navegantes. "Sólo necesitas despertar el ardor guerrero en una décima parte de la población para activar un conflicto que termina condicionando la vida de una mayoría perpleja y desorientada”, leemos en un pasaje del libro. "El victimismo como ideología nacional impide la identificación con los damnificados de otros grupos, la empatía con tus vecinos", escribe poco después. O esta otra afirmación: allá donde mandan los nacionalismos, el mundo se hace más pequeño y asfixiante". 

Habla el autor del pesimismo balcánico, de su fatalismo, y pone como ejemplo un chiste habitual allí en el que se encuentran un pesimista y un optimista. El primero dice "no me pueden ir peor las cosas", a lo que el optimista le responde "pueden, pueden". Por momentos, al menos en lo relativo a la política y a la confrontación identitaria y nacional de los distintos países de la región, el autor parece compartir ese fatalismo, cuando escribe que no habrá reconciliación en la región, porque "nunca se premió en los Balcanes la reconciliación ni la disidencia: lo primero supone debilidad y lo segundo implica traición”.

Pero Roán no se limita a hablar de los recuerdos de la guerra ni del fatalismo balcánico. También, o sobre todo, ofrece una guía de viajes, en la que comparte lo que le apasiona de los Balcanes. Por ejemplo, habla de Sarajevo y de sus barrios, que presenta como "un tobogán laberíntico, las venas de un hombre viejo y sabio". O escribe sobre Liubliana, asombrado por cómo en la capital eslovena conviven las huellas yugoslavas con las influencias finlandesas. El autor, que vive en Belgrado, afirma de la capital serbia: “si me preguntan dónde reside el encanto de la cuidad, le diría que en sus escondrijos, en lo que no se ve. Te convences de ello mientras atraviesas pasadizos oscuros, como si allanases la casa del vecino”.

También aparece en la obra Trieste, ciudad italiana que hace frontera con Eslovenia. Quizá de ella hace la más bella descripción, cuando escribe que "la cuidad inhibía los protagonismos, los abusos, los excesos, cualquier escándalo, las diversas formas en las que el individuo pretende imponer su personalidad (...) Trieste respira sin sus habitantes. Más que habitarla, los triestinos la anidan, como un parásito anida en en cuerpo de un paquidermo moribundo". 

El autor estructura el libro en 42 capítulos, los mismos que kilómetros tienen un maratón, de ahí el nombre de la obra. Roán se propone correr las maratones de todas las capitales balcánicas. Al final se deja alguna, pero construye aquí un libro exquisito, en el que no disimula su fascinación por esta región, fascinación que, según cuenta, muchos de sus amigos y conocidos no comprenden. El autor percibe la nostalgia que todo lo invade, la mirada melancólica de la mayoría de las personas en los Balcanes. Pero, según escribe, descubrió que "en los Balcanes la melancolía no es una tristeza permanente, sino que también es un volver al pasado para combatir los reveses de la vida”. Una obra, en fin, peculiar y muy atractiva, a caballo entre el ensayo y la guía de viajes, con historias anónimas de personas que el autor se encuentra en su camino y que ayudan a construir un fresco de los Balcanes. 

Comentarios

Silvia Cañamero ha dicho que…
Buenas, he leído el libro, Maratón Balcánico, de Miguel Roan. A mi también me ha gustado. Añadiría que, además de bien escrito y con rigor, describe los paisajes de estupendamente (ríos, vegetación, etc). Otra cosa a su favor es la frase final de cada capítulo: normalmente me hacía sonreir. (O reír, o sorprenderme).

El artículo del Blog también está bien escrito, y aporta un interesante punto de vista. Gracias.
Alberto Roa ha dicho que…
Muchas gracias por comentar, Silvia. Sin duda, toda esa descripción de la región es muy interesante, porque huye del cliché y del estereotipo sobre los Balcanes. Y el tono el libro es magnífico.