Hermanas (Bárbara e Irene)

Cuando termina Hermanas (Bárbara e Irene) se apagan las luces del escenario en el Pavón Teatro Kamikaze y el público queda en un silencio atronador. Apenas dura unos segundos, pero lo dice todo. Los espectadores terminan casi tan exhaustos como Bárbara Lennie e Irene Escolar, que acaban de representar uno de esos papeles que justifican una carrera, uno de esos papeles que no son papeles, porque no son dos actrices interpretando a sendos personajes, sino dos bestias escénicas golpeando al público, removiéndolo con sus palabras, dejándolo en estado de shock y quedando ellas, por supuesto, totalmente devastadas. Después de ese corto silencio que se hace eterno tras el final de la obra de Pascal Rambert, llega la ovación, claro. Una ovación interminable, de asombro y agradecimiento, de fascinación y deslumbramiento, de espanto y entrega.



Esta obra es lo más salvaje que he visto en un teatro. Las expectativas eran altísimas, pero se quedan en nada al lado de que se presencia en la tablas del Kamikaze. No exageran ni un ápice las protagonistas de la obra cuando declaran en entrevistas que esta obra las destroza, que supone un esfuerzo colosal. No puede ser de otra forma. Quedan noqueadas tras esta obra febril, descomunal, descarnada, inmensa. La relación entre las hermanas del título es una herida en carne viva que supura ante los espectadores, sin ahorrarles nada de ese amor teñido de odio, de ese odio salpicado de amor, entre las dos protagonistas. El espectador se remueve en el asiento, porque hay varios momentos, en especial uno, en el que la obra apela directamente a él. Y es imposible no sentirse concernido con lo que se escucha, con esas palabras precisas y explosivas que inundan el Kamikaze, que se adueñan de los espectadores, que nublan de una densidad poderosa la sala. 

Bárbara e Irene, las actrices, los personajes que encarnan, nunca mejor dicho, Bárbara Lennie e Irene Escolar, se reprochan 20 años de guerra fría, o no tan fría, de confrontación permanente, de odios y rencillas. Cada una cuenta su versión de los hechos. Perfectamente pueden mentir ambas. Las dos han construido su propia verdad, su propio pasado. Pero ambas son dos almas heridas. Las dos tienen el corazón roto y ambas se preguntan cómo se puede odiar y amar a la vez a una persona, cómo se puede tener ese sentimiento hacia una hermana. Esa palabra, hermana, que, por su relación, ha adquirido connotaciones dolorosas, que rasga los labios al pronunciarla, que lleva a ambas a ponerse en guardia, a recelar y sospechas, a temer siempre algo de la otra, en vez de respirar y sentirse aliviada o protegida. 

Habla la obra de todo un poco: del amor, de la indiferencia de la sociedad actual ante el drama que le rodea, de la familia, de las relaciones de pareja, de la política, de los afectados, de las marcas que deja la infancia en los adultos. Las dos protagonistas se echan en cara palabras durísimas, afiladas como puñales. Pero también tienen mucha importancia en la obra los silencios. El texto es impresionante, como un largo poema, con una preocupación de ambas protagonistas por emplear las palabras exactas, convencidas de que quien descuida el lenguaje, descuida el mundo. Pero lo que se dicen duele mucho. Tanto, que a veces conduce a silencios, que parecen treguas, pero siempre fugaces. Son silencios densos, cargados de esas palabras que acabamos de escuchar, de esos reproches que aún siguen en el aire. 

El trabajo hérculeo de ambas actrices pasa, en primer lugar, por aprenderse y recitar con naturalidad, escupir en ocasiones, susurrar en otras, esos diálogos, esas intervenciones llenas de lirismo, tan cuidadas, tan impresionantes. Cada frase, cada palabra, cada gesto, dicen algo, todo tiene una hondura y una intensidad impresionantes. Las dos deslumbran. No descubrimos nada reseñando el talento descomunal de Bárbara Lennie e Irene Escolar, pero lo de esta obra se sale del mapa, se agotan las palabras del diccionario para definirlo. El autor de la obra, Pascal Rambert, ha escrito esta portentosa obra para cuatro actrices, dos francesas (Audrey Bonnet y Marina Hands), que representan la función en París, y dos españolas (las gigantescas Bárbara Lennie e Irene Escolar), que dan vida a estas dos mujeres rotas en el Pavón Teatro Kamikaze, dónde si no. Es el escenario ideal para este teatro al borde del precipicio, sin red de seguridad. Escenario de teatro auténtico, del que sobrecoge, del que desgarra a los espectadores. Decir que Hermanas es un acontecimiento teatral es decir poco, porque es un acontecimiento a secas, una de esas experiencias que jamás se olvidan, que dejan huella. Lo más impactante que he visto en un teatro. Y mucho más. Colosal. Inmenso. Doloroso. Conmovedor. Único. Imprescindible. 

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