Bodyguard

Homeland tiene sucesora. La serie estadounidense estrenará el próximo año su octava temporada, con la que pondrá punto final a una andadura irregular, pero (casi) siempre interesante. La británica Bodyguard, coproducida por Netflix y la BBC, remite inevitablemente a Homeland, especialmente a esa atmósfera de intriga y creciente tensión de sus primeras temporadas. Aún no está confirmado, al parecer, pero todo hace indicar que Bodyguard tendrá segunda temporada. De momento, la primera tanda cuenta con sólo seis episodios, suficientes para plasmar en pantalla un thriller excepcional, de manual, que mantiene la tensión hasta el final y que da todo lo que se puede esperar de una historia de este género. 


Es incuestionable la capacidad de Richard Madden para elegir buenos papeles. Tras dejar Juego de tronos, después de protagonizar una de las escenas más míticas de la serie, pasó a protagonizar Los Medici, en la que pone rostro a los dilemas de Cosimo de Medici, atrapado en lo que debe ser, torturado por lo que desearía ser de verdad. En Bodyguard es David Budd, un personaje aún más traumatizado y complejo, un policía veterano de guerra, cuyas secuelas psicológicas de la contienda se irán descubriendo a medida que avance la historia. Por distintas circunstancias, se le asigna la responsabilidad de ser el guardaespaldas de Julia Montague (Keeley Hawes), ministra de Interior, que votó a favor de enviar tropas a esa guerra que destrozó emocionalmente a David, y que defiende una línea dura contra el terrorismo. 

La serie nunca es del todo lo que parece. Va ganando en intensidad. Capítulo a capítulo, todo se va haciendo más y más complejo. El comienzo ya es de por sí muy poderoso, cuando David se encuentra con un intento de atentado en un tren, en el que viaja con sus dos hijos. Parece, por tanto, la clásica historia de lucha contra el terrorismo en las grandes ciudades, de esas que han proliferado, en conversación con lo que, lamentablemente, sucede en la realidad. Pero la serie esconde más, mucho más. Comparte con Homeland la enorme cantidad de aristas de la trama, la personalidad compleja del protagonista y también la visión caleidoscópica de la lucha contra el terrorismo y la política. Una primera oleada de series sobre este tema, que podría estar representada por la mítica 24, tenía muchos menos matices que las últimas series sobre terrorismo, en las que más que buenos y malos hay malos y muy malos. 

En Bodyguard, Londres se enfrenta a una amenaza terrorista. Pero lo que veremos en los seis capítulos de la serie no es la convencional historia de un grupo policial que persigue a los malos. Porque entran en juego otros aspectos, incluida la relación entre David y la ministra de Interior, a la que tiene que proteger, pero cuya postura política detesta. Entre secretos, emociones intentas, mentiras e impulsos incontrolables avanza esa relación, que es el eje de la historia, como lo fue la relación entre Carrie y Brody en el comienzo de Homeland. Pero además hay una guerra fría entre los distintos estamentos del Estado (policía, agencias de seguridad, políticos que quieren moverle la silla a otros...) Así que, lo que de entrada parecía sólo una historia sobre terrorismo, o sobre un veterano de guerra atormentado, se convierte en algo más. 

No comparto la opinión de quienes afirman que la serie comienza muy fuerte y se va desinflando. Más bien pienso lo contrario, que sigue ganando en intensidad a cada episodio, que consigue mantener la tensión casi literalmente hasta la última escena. Sorprende, intriga, remueve al espectador. Es una serie excepcional, en la que no sobra ni falta nada. Jed Mercurio, el creador de la serie, prepara una segunda temporada. No lo tendrá fácil para encontrar una historia tan potente con la que mantener todos los méritos de esta serie, llamada a ser digna sucesora de Homeland, ahora que nos quedaremos huérfanos de Carrie y Saul. 

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