Los Medici. Señores de Florencia

Generalmente cuando decimos que nos encantaría haber vivido en esta o aquella época histórica, lo que queremos decir de verdad es que nos gustaría haber vivido en la clase alta de ese periodo. Por ejemplo, el Renacimiento en Italia, época de cambios, de esplendor artístico, sí, pero también de enormes desigualdades sociales, mucho mayores aún que las de ahora, lo cual es mucho decir. En Los Medici. Señores de Florencia, la serie de Frank Spotnitz, quedan claras esas diferencias atroces entre los distintos habitantes de Florencia, aunque la perspectiva desde la que se narra la historia es la de Cosimo de Medici, máximo responsable del poderoso banco familiar, que lo es del Vaticano, lo que le convierte en uno de los hombres más poderosos e influyentes del mundo. 

Cosimo (Richard Madden) recibe la responsabilidad de situarse al frente del banco de los Medici cuando su padre Giovanni (Dustin Hoffman) muere envenenado. La causa de la muerte del progenitor es ocultada a todos menos al hermano de Cosimo, Lorenzo (Stuart Martin), quien será su mano derecha. La serie comienza, pues, con la intriga de descubrir quién acabó con la vida del patriarca del banco más poderoso del mundo en aquel momento. Pero va más allá y se convierte en un tratado sobre el poder y sus servidumbres, sobre la ambición y las bajas pasiones que le rodean, y también sobre el arte. 


El resultado, con una recreación más que notable de aquel periodo histórico, es muy satisfactorio. Funcionan las tramas de intrigas palaciegas y luchas por el poder, con las ideas y venidas de esa familia Medici. Funciona también como retrato de la sociedad de aquella época, con un pueblo extraordinariamente manipulable por unos y otros (tal vez eso no haya cambiado tanto). Las mismas personas que jalean a los Medici en un episodio los apedrean o desprecian al siguiente, sólo para volver a adorarlos en el próximo capítulo. Y también funciona la serie como aproximación a la labor de mecenas de Cosimi de Medici. Él, en realidad, no quería ser banquero, como se aprecian en varios flashback que le muestran en el pasado como un amante apasionado de las artes y un protector de artistas como Brunelleschi o Donatello, en lo que algunos de sus críticos llaman "arte degenerado". 

Cosimo no aparcará en ningún momento ese amor por el arte, aunque se va convirtiendo cada vez más en el banquero poderoso, influyente e intrigante que fue su padre. "Me has ofrecido educación y me has enseñado la belleza para luego pedirme que me dedique a la política y a la economía", le espeta Cosimo a su padre en un momento de la serie. Termina haciéndolo, claro, y también acaba casándose con una mujer que no ama, Contessina (Annabel Scholey), que es uno de los personajes más interesantes de la serie, por cierto. La relación entre ambos, sólo a ratos de  algo quizá parecido al amor, pero mucho más de respeto, de alianza, de apoyo mutuo, de complicidad construida por los años, está muy bien construida, igual que los dilemas internos que acompañan siempre a Cosimo, la lucha entre lo que quiere ser de verdad y lo que se ve obligado a ser, entre lo que siente y lo que hace. 

La religión, claro, también tiene un papel central en la serie, que muestra episodios históricos reales en los que la familia Medici fue clave, por ejemplo, para el futuro del Vaticano. Estas partes de la serie son interesantes, claro, pero ninguna tanto como la profundidad que se alcanza al relatar las relaciones personales y las motivaciones de los protagonistas, sobre todo de Cosimo, a quien sólo vemos sonreír en el pasado, en sus recuerdos, un hombre cada vez más atormentado por sus actos. Toda la grandiosidad de las obras artísticas que promueve, esas luchas de poder tan salvajes, el peso del legado familiar, todo esto, en fin, queda en segundo plano ante el auténtico atractivo de la serie: el drama interno de un hombre forzado por la vida a ser lo que no quiso ser, la lucha contra todos los demás, pero sobre todo, contra sí mismo. 

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