Concierto de Año Nuevo de Viena

Igual que en 2014, 2015 y 2016, comenzamos el año en el blog comentando el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena, que un año más deslumbró con sus ritmos alegres, con su armonía y belleza, con su excelencia acostumbrada, esta vez dirigidos por Gustavo Dudamel, el más joven maestro de la historia de este recital con el que millones de personas en todo el mundo empiezan un nuevo año. Como siempre, el ritmo pegadizo de las composiciones elegidas, generalmente vals y polcas, los adornos florares de la sala donde se celebra el concierto, el buen humor y el tono distendido, las actuaciones del ballet vienés o el documental que se emite en el descanso del recital asombran, dejan al espectador pegado al televisor, olvidando las pocas horas de sueño del día anterior, Nochevieja, y olvidando también que en el mismo mundo donde se cometen las mayores atrocidades (Estambul ha inaugurado la cartografía del horror terrorista en 2017) existen también espacios culturales excelsos como este concierto de Filarmónica de Viena. 


Desconozco qué pensarán los amantes de la música clásica de este concierto y, en concreto, de los seguidores ocasionales, los de año en año, entre los queme incluyo. Supongo que habrá en ellos sentimientos enfrentados. Por un lado, se alegrarán de que el arte que ellos adoran y cultivan siempre, no sólo un día en el año, atraiga a tantas personas que no son aficionadas que, cada 1 de enero, puntuales a su cita, empiezan una nueva aventura, un nuevo año, fascinados por la Filarmónica vienesa. Pero, por otro lado, quizá reniegan de este concierto, del hecho de que sea tan mediático, que esté formado sobre todo por música rápida y corta, sin excesiva complejidad, por composiciones populares. Quizá surgirá en ellos ese sentimiento posesivo tan habitual de todo el mundo siente con sus pasiones cuando tras personas no versadas se acercan a ellas. Felices de que al final llegue más público, sí, pero con cierta cautela. Imagino, en todo caso, que se impondrá la satisfacción de saber que tantas personas (en España, 2.372.000 personas, un 30% de cuota de pantalla) se acercan a su arte, disfrutan con él

Hecha la salvedad de cada año, la matización de que no soy un experto de música clásica, todo lo contrario, vuelvo a expresar aquí mi admiración absoluta por la Filarmónica de Viena, por esta forma insuperable de comenzar cada año. Gustavo Dudamel, venezolano, que cumplirá 36 años a finales de enero, dirigió el recital. Dicen los expertos (excelente, como cada año, José Luis Pérez de Arteaga en la retransmisión de TVE, con sus precisas explicaciones) que Dudamel comenzó el concierto más contenido que de costumbre, pero se fue soltando después. Sobre todo en la segunda parte, transmitió la vitalidad y energía de su juventud y de su pasión, compartida con todos los miembros de la orquesta vienesa, por la música. 

La 76º edición del concierto tuvo algunos guiños al origen del director, puesto que en los adornos florales que engalanan el Musikverein había piñas y otras frutas tropicales. Dudamel eligió varias composiciones que nunca antes habían sonado en el tradicional recital de Año Nuevo. El repertorio estuvo repleto, como es tradición, de creaciones de los Strauss, como la polca Sólo hay una ciudad imperial, sólo hay una Viena. de Johan Strauss hijo; Alegría del invierno, polca rápida de Josef Strauss, o ¡No estamos angustiados!, también de Johan Strauss hijo, que se interpretaron en la primera parte del concierto. 

En el descanso se emitió un excelente documental, sin palabras, sólo con música, llamado El ritmo de Viena, en el que se fusionaron con maestría vals con sonidos cotidianos de la capital austriaca, como la labor de un artesano de joyas o la de un joven operario que repara una calle. Reflejar con belleza la estrecha relación entre la música y la ciudad vienesa es el gran mérito de este excelente trabajo dirigido por Robert Neumüller, impecable visualmente, rodado en distintos escenarios de la hermosa y monumental Viena, y guiado por distintos vals de inicio a fin, incluido El bello Danubio azul, que después se interpretó en el concierto, como es habitual, fuera del programa oficial, igual que la imponente Marcha Radetzky, acompañada con las palmas de los asistentes al recital, y este año la polca rápida Con mucho gusto, de Eduard Strauss. 

Hay algo metafórico, de lección vital, en las orquestas filarmónicas. Algo de ejemplo vivo de lo que se consigue con el trabajo en equipo, cuando se dejan a un lado las individualidades. Una representación excelente de lo que da de sí la suma de muchos talentos individuales, de cómo la armonía perfecta entre los distintos instrumentos, que por separado son hermosos, produce un sonido prodigioso, insuperable e inalcanzable unos sin la compañía de otros. Cada año deslumbran las caras de concentración, sí, pero también de enorme satisfacción, de incontenible alegría, tanto del director como de los componentes de la orquesta vienesa. Esa felicidad sublime de saberse parte de algo brillante, de estar creando juntos algo fabuloso, que tanto envidiamos quienes carecemos del más mínimo talento artístico y musical. 

Entre los grandes momentos del concierto de este año destaca la actuación en directo, en el mismo Musikverein, de seis estudiantes de la Academia de ballet de la Ópera de Viena, que recorrieron los pasillos entre las butacas de la sala durante la interpretación de la polca rápida A bailar. También brilló la intervención del coro de la Sociedad de Amigos de la Música de Viena en el Coro de la luna, que forma parte de la ópera Las alegres comadres de Windsor.  La realización televisiva fue excelente, con actuaciones del ballet y otras imágenes, como las de distintos relojes de cuco durante la interpretación de la polca rápida Tic-tac. Acabó Viena entera, y tantas personas en todo el mundo, dando palmas al rito de la Marcha Radetzky, fin de fiesta habitual de este concierto de Año Nuevo que es el modo más bello, armonioso y apaciguador de comenzar 2017

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