La corrección política y el arte

Entre la maraña de malas noticias y debates estériles de política de bajos vuelos (seguimos a vueltas con la cabalgata de Reyes de Madrid y su estilismo, algo que por otro lado no extraña demasiado en un país donde más de 3 millones de personas ven Gran Hermano Vip), ayer leí una información en El País que me llamó mucho la atención. "La corrección política entra en el museo", se titula la noticia, firmada por Isabel Ferrer. En ella se da cuenta de la iniciativa del Rijkmuseum de Ámsterdam de modificar el nombre de decenas de cuadros para evitar términos ofensivos como "negro, cafre, indio, enano, esquimal, moro o mahometano". 

Los responsables de la pinacoteca defienden la medida apelando a la necesidad de encontrar términos más precisos para describir a los personajes de los cuadros, que en algunos casos proceden de la época colonial. Se trata, afirman, de devolver la identidad a esas personas retratadas en los cuadros que se llamaron simplemente "negro" o "indio". Por ejemplo, una obra titulada hasta ahora Jovencita negra ha pasado a llamarse Mujer joven con un abanico. Y el debate, claro, está servido. ¿Es una medida loable o supone mezclar conceptos no necesariamente ligados entre sí? ¿Se debe revisar el arte para amoldarlo a la mentalidad de nuestro tiempo o es mejor preservar la imagen de su época, que en el fondo es lo que transmiten? ¿Es positivo que se adapten las creaciones artísticas a los principios de igualdad que rigen en nuestra sociedad o es una concesión a la corrección política difícil de entender? 

De entrada, me cuesta adoptar una postura cerrada. Y parece que al sector, también. En la información mencionada se incluyen las opiniones sobre la iniciativa de distintos centros artísticos. Los responsables del British Museum no se plantean hacer algo parecido, mientras que los de la National Gallery declaran que revisan permanentemente los nombres de sus obras. No dudo, por supuesto, de las buenas intenciones que hay detrás de la medida. Pero la considero errónea. Primero, porque si en aquella época los autores titularon sus obras de ese modo, ¿qué derecho tenemos para cambiarla? ¿Modificaremos también los títulos de las novelas que consideremos inapropiadas? ¿?Y las tramas de los libros que sean subversivos o políticamente incorrectos, que espanten a quien los lea con ojos del siglo XXI? Resulta que estos cuadros, como tantos otros, tienen títulos con connotaciones racistas porque sus autores, probablemente, lo eran. Porque su sociedad lo era. Y, llamando así a sus obras, en el fondo no hace más que reflejar aquel tiempo. Blanquearlo, intentar adoptarlo a nuestra época, parece un error, un exceso paternalista. 

En general, creo que la creación artística está en un campo diferente. Si el fondo de la medida del Rijkmuseum se llevara al extremo, como digo, podríamos esconder aquellos cuadros que reflejen situaciones incómodas u ofensivas. Retiraríamos tal vez aquellas obras que incomoden al visitante, o que resulten ofensivas. Además, una de las funciones del arte siempre ha sido, precisamente, incomodar. Es una cuestión también, sí, de libertad de expresión. Me recuerda al debate que, de forma recurrente, se crea sobre ciertas acepciones peyorativas que recoge el diccionario de la RAE para algunos términos. Por enésima vez tiene que salir un académico a recordar que la RAE sólo recoge el uso que los hablantes le dan a las palabras. No impone normas, sino que plasma el idioma que hablamos. Y si en la calle se le da al término que sea esa acepción ofensiva, sólo puede recogerla, porque su labor no es reprender a los hablantes ni educarlos. Como tampoco es, o no creo al menos que sea, función de los responsables de un museo modificar los títulos de las obras que expone para casar cuadros del siglo XIX con la mentalidad del XXI. 

El arte también sirve para examinar cómo era una sociedad. Da testimonio de ella. Ocurre con el cine, por ejemplo. Durante muchos años, a los personajes negros o a los homosexuales el cine de Hollywood les reservaba papeles secundarios y, generalmente, con mal final. Se transmitía una imagen peligrosa, un estereotipo que fomentaba los prejuicios. Porque la cultura tiene una responsabilidad. Y, sin embargo, ¿tendría algún sentido cambiar los títulos de esas películas? ¿Y las tramas? ¿Tal vez algún diálogo que resultara ofensivo? ¿Acaso no sirven también esas cintas como reflejo de una época intolerante (más que la actual)? Puede que la comparación escame a más de uno, pero cuando veo, haciendo zapping, algunas películas de las que emite Cine de barrio, cintas españolas antiguas, asombra la caspa y el conservadurismo que transmite cada película. Pero lo último que se me ocurriría sería pedir que se dejaran de emitir esas cintas o que se amoldaran a nuestro tiempo. Más razonable parece pensar que esas películas son reflejo de un tiempo pasado que existió, tal y como se muestra. Y, de paso, nos ayuda a ver lo mucho que ha avanzado este país en tan poco tiempo. 

Por tanto, considero un avance que hoy nos parezca ofensivo que se titularan tantas obras de arte con términos despectivos. Vivimos en una sociedad más concienciada con la igualdad y con el respeto a las minorías. Y eso es bueno. Pero deja de serlo, creo, cuando esto pasa por tomarnos la libertad de modificar representaciones culturales a nuestro gusto. Para que no incomoden a nadie. Lo cierto es que la época a la que pertenecen esos cuadros era racista. La verdad es que era una época colonial en la que se cometieron auténticas aberraciones. Y no está mal, más bien al contrario, que queden testimonio de aquello. Porque ocurrió. Y no creo que respetar los títulos originales de esta obra sea un modo de comulgar con el racismo o la xenofobia. Es sólo un modo de preservar el testimonio de aquel tiempo. 

Meter la corrección política en el museo. a veces, no consiste sólo en cambiar los títulos de obras, sino en prohibir su exhibición. Ahí entramos en otro terreno, pero con el mismo fondo. Los principios de nuestro tiempo, el respeto, el propósito de no ofender a nadie. Y eso es arriesgado. ¿Acaso el arte sólo puede ser cómodo, agradable de ver? ¿No puede, o acaso no debe también incomodar? ¿Debemos eliminar los rastros que nos disgusten del pasado plasmado en obras de arte? ¿Qué pasaría si hoy algún artista contemporáneo titulara, como prueba a la libertad de expresión, Jovencita negra a un cuadro? Hace unos años se vivió una gran polémica porque en Djando desencadenado, cinta de Quentin Tarantino, se emplea constantemente el término "nigger", algo así como "negrata", porque es un vocablo despectivo. ¿No existe el racismo, entonces? ¿No hay gente que hablaba así en la época en la que está ambientada la cinta? ¿O, sabiendo que existe, no se debe reflejar en las representaciones culturales porque de estas se espera que formen a los ciudadanos? Es peligroso. ¿Deben los directores hacer hablar a sus personajes con términos que no ofendan a nadie? ¿Hemos de elaborar, como el museo holandés, una lista negra de adjetivos a exterminar del cine, la literatura y el arte? Creo que no.

El problema de la iniciativa del museo, que ya digo, sin duda es loable y tiene buenas intenciones, es que, si se lleva al extremo, supondría un límite a la libertad de expresión. Porque el cine, la literatura o el arte no están sólo para mostrar aquello que agrade ver o leer. Más bien, al contrario. Lo feo, lo injusto, lo desagradable, lo doloroso, lo irrespetuoso, lo irreverente, lo dañino, lo ofensivo, también debe (o al menos, puede) aparecer en la cultura. Porque existe. Porque forma parte de la vida. Y porque no es cierto que se les deba exigir ningún tipo de compromiso a los creadores artísticos, ninguna sensibilidad especial. Si vemos una película sobre narcotráfico veremos a gente drogándose. Si se muestra a un grupo racista, escucharemos comentarios racistas. Si la cinta narra agresiones, aparecerán escenas violentas. Y de un director de cine, un escritor o un pintor no debemos exigir, en absoluto, que sus obras sirvan para formar a nadie, para plasmar unos principios nobles. No. O no necesariamente. No por decreto. No por la imposición de la corrección política a todo. 

Comentarios