No other land


Una de las primeras decisiones que tomó Israel cuando lanzó la brutal operación militar contra Gaza después de los espantosos atentados de Hamas en octubre de 2023 fue prohibir la entrada de periodistas a la franja. Decían que era por su seguridad, pero, naturalmente, la razón real detrás de esa prohibición era que el ejército israelí no quería testigos de sus sistemáticas violaciones de los Derechos Humanos y del derecho internacional. Lo que no se ve, no existe. Tristemente, a veces las atrocidades de Israel ni siquiera parecen existir para la comunidad internacional aunque sí se vean, como cuando son los propios soldados israelíes los que alardean en redes sociales de su inhumano trato a los palestinos. Por eso es tan importante documentarla, mostrarlas al mundo para que, al menos, nadie pueda decir que no las conocía. Eso, documentar con grabaciones de vídeo las salvajadas del ejército israelí en Cisjordania, es lo que lleva años haciendo Basel Adra, y son sus propias grabaciones las que sirven como hilo conductor del impactante documental No other land, que puede verse en Filmin y en Movistar. 

El documental, absolutamente demoledor, se terminó de rodar precisamente en octubre de 2023, por lo que nos recuerda que las atrocidades del ejército israelí vienen de muy atrás (“lleva décadas siendo así”, escuchamos en un momento de la película). Y, desde luego, no se limitan a la franja de Gaza, aunque la falta de humanidad y el desprecio por los Derechos Humanos y por la vida han alcanzado allí cotas extremas. Las atrocidades e ilegalidades del país dirigido por el fanático e investigado por corrupción Benjamin Natanyahu no empezaron con la execrable operación militar israelí tras los igualmente execrables ataques terroristas de Hamas en octubre de 2023. Israel ejerce un control absoluto sobre su vida diaria de los palestinos, que no pueden hacer nada sin pedir permiso al ejército. Además, el país ha fomentado la construcción de asentamientos ilegales en territorios palestinos ocupados tras demoler las casas de familias que llevan décadas viviendo allí. Los crímenes de guerra y las violaciones de los Derechos Humanos llevan décadas siendo la norma en los territorios palestinos ocupados por Israel, ante la indiferencia y, en ocasiones, abierto apoyo de la comunidad internacional. 

El documental se centra en Masafer Yatta, una comunidad de 20 aldeas en las montañas de Cisjordania, donde vive Basel, protagonista y uno de los directores de la película. Hijo de activistas en defensa de la causa palestina, que es sencillamente la causa de tener un lugar en el que vivir, de no ser expulsados de sus casas, lleva años grabando en vídeo los excesos y las ilegalidades del ejército israelí. El documental comienza en el verano de 2019, cuando el ejército israelí  empezó a destruir las casas de esas aldeas para seguir con la ilegal ocupación israelí de esos territorios, contraria por completo al derecho internacional. Después de más de veinte años de disputa judicial, para sorpresa de nadie, la Justicia israelí dio la razón al ejército y le permitió derribar casas y escuelas para poner en su lugar territorios de entrenamientos militares y asentamientos de colonos israelíes. Pero la población de esas aldeas resistió, aunque eso implicara vivir en cuevas, en condiciones infrahumanas, e intentar reconstruir sus casas a escondidas por la noche

La comunidad de Masafer Yatta tiene una larga tradición de visitas de activistas israelíes e internacionales, lo que, por supuesto, enfada todavía más a Israel. Una de esas personas de fuera que la visitan es Yuval Abraham, periodista israelí que es otro de los protagonistas y directores del documental. Él representa a la minoría de israelíes que, sin dejar de querer a su país, es consciente de las atrocidades que comete su ejército, de las continuas violaciones de los Derechos Humanos. Por eso acude a la zona a documentar los violentos desalojos. 

El papel de Yuval es muy complejo e interesante, porque le indigna que su país actúe de ese modo en su nombre, no se siente representado por esas prácticas violentas y criminales. Su posición, valiente y digna, es muy delicada, ya que es repudiado por la mayoría de los israelíes, porque le reprochan que se acerque a los palestinos, pero también a la vez es mirado con recelo por no pocos palestinos, porque es israelí, aunque apoye a la aldea y esté manifiestamente en contra de la ilegal política de ocupación de su país. 

El otro gran protagonista del documental es Basel, un joven admirable que estudió Derecho, pero que no tiene ninguna opción de ejercer su profesión, y que defiende activamente el derecho de su pueblo a existir ante la violencia y el fanatismo israelí. A lo largo de la película muestra una esperanza y una fe en la movilización colectiva admirable. En un momento llega a decir que confía en que las protestas de los vecinos fuercen a Estados Unidos a obligar a Israel a detener la ocupación, algo que no pasó, a diferencia de lo que sí ocurrió años atrás cuando una visita de Tony Blair, entonces primer ministro británico, propició que Israel aparcara los planes de desalojar a los habitantes de Masafer Yatta. 

El documental es impactante y muy necesario. Es inevitable pensar que, si los soldados israelíes actúan así sabiendo que están siendo grabados, qué no harán cuando no haya testigos. Porque hay imágenes terribles como disparos a ciudadanos que están protestando, unos soldados desalojando con violencia una escuela infantil poco antes de derribarla, un pozo que llenan de cemento para inhabilitarlo e impedir el acceso al agua (un derecho universal) de los palestinos que viven allí… También hay escenas admirables  de resistencia, como la de un niño que planta cara a un soldado o una anciana que amenaza a unos soldados armados con golpearlos con un pobre palo si se acercan a las niñas del pueblo. Y, en mitad del horror y del control absoluto de sus vidas por parte de Israel, la vida, los gestos de ternura y cariño entre familiares y vecinos, o una madre que le dice a su hijo, que está a punto de ser detenido por los militares en una redada nocturna, que se ponga un abrigo más fuerte porque hace frío. O los niños de la aldea que se apresuran a ver si hay palomas o gallinas con vida en el gallinero que los soldados acaban de destruir con saña. 

Cuenta Basel en la película que su primer recuerdo, con cinco años, es el primer arresto de su padre, y que con siete vivió su primera manifestación. Lleva toda la vida luchando por el elemental derecho a vivir en su tierra y no ser expulsados con violencia, en medio de un hostigamiento impresentable que viola los más elementales Derechos Humanos. Es importante que esta realidad se muestre, entre otras cosas, porque el interés y la empatía que despiertan parecen limitados. Hay una escena ilustrativa en el documental en la que un vecino le pregunta a Yuval si de verdad hay gente a la que le interesa leer reportajes sobre lo que está ocurriendo allí. “La verdad es que no mucha”, responde. Y así estamos. Pero qué admirable es que personas como él, sabiendo perfectamente que su toma de postura le hará ser criticado y atacado en su país, den un paso adelante y entre el patriotismo y la defensa de la ética y de los Derechos Humanos se quede con esta segunda opción sin dudarlo. No other land nuestra una realidad intolerable ante la que la comunidad internacional suele mirar hacia otro lado. 

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