El riesgo de la avalancha de series y de la dispersión de plataformas y canales es perder el tiempo con obras menores, que haberlas haylas (y en cantidades industriales), mientras te pierdes obras maestras. Sería una pena, por ejemplo, que la extraordinaria El día de mañana, serie de seis capítulos dirigida por Mariano Barroso y basada en la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, no tuviera una gran audiencia, por esta cantidad ingente de series y por el hecho de estar producida por un canal de pago, Movistar. Creo que es la mejor serie que he visto este año y una de las mejores que recuerdo en mucho tiempo. Es una historia compleja, con unos personajes llenos de aristas y una trama hipnótica. Nada le falta ni le sobra a esta serie, que roza la perfección. Se nota que se basa en una novela, por lo bien construidos que están los personajes y por la profundidad de historia narrada.
La serie recorre Barcelona desde los años 60 hasta el final del franquismo, con una ambientación de aquella época, de nuevo, excelente. Las historias de los personajes terminan entrecruzándose con la propia historia de España, en ebullición esos años en los que la vida del dictador parece tocar a su fin y la resistencia política al franquismo se organiza. Son muchos los aciertos de esta serie. El guión es uno de los más notables. Los diálogos siempre aportan y la estructura de la historia permite atrapar al espectador en el primer capítulo y mantener la tensión y la intriga hasta el final. Desde el primer episodio vemos a distintos personajes de la serie recordando sus vivencias al lado de Justo Gil, el gran protagonista de la historia. Parecen estar contándoselo a alguien, que graba la conversación, pero no se sabe qué terminó ocurriendo con Justo ni quién está grabando esos recuerdos hasta un memorable sexto capítulo.
También contribuye a la excelencia de la serie su elenco, del que afirmar que está en estado de gracia sería quedarse cortos. Cautiva la evolución del personaje de Justo, un buscavidas que nada teme más que ser un don nadie, un canalla, un buen hijo, un romántico, un manipulador, un cínico, un ambicioso sin escrúpulos, un pobre hombre, un tipo retorcido pero también sensible. Es alguien incapaz de gestionar la insatisfacción, un rebelde contra la realidad, un hombre con mente de niño sin la inocencia de la infancia, y también lleno de un egoísmo infantil. Un caramelo de personaje que devora Oriol Pla. Cuando hablamos de papeles complejos que son un regalo para los actores conviene siempre matizar que también son una prueba a su talento, porque exige mucho a los intérpretes. Oriol Pla supera este examen con matrícula.
A su lado está la siempre impecable Aura Garrido, quien da vida a Carmé, el auténtico amor de Justo. También su personaje crece mucho en los años que transcurren en esta historia. Ambos actores logran llenar de verdad la extraordinaria complejidad de la relación entre Justo y Carmé, de idas y venidas, de traiciones y engaños, de anhelos y deseos. Una relación más poderosa que el tiempo y que la vida cotidiana. También brillan Jesús Carroza, que en cada papel que hace se confirma como el inmenso actor que es, y Karra Elejalde, quien sale sólo en tres capítulos, pero al que le sobran dos y medio para regalar aquí una nueva muestra de su talento fuera de serie.
La historia comienza con Justo Gil llegando a la Barcelona de los años 60 junto a su madre, muy enferma, prácticamente un vegetal. La obsesión del joven es curar a su madre, cueste lo que cueste. No tiene ni un duro, pero está decidido a ganar dinero para contratar a los mejores médicos que puedan salvarla. Ese amor incondicional, reñid incluso con la propia lógica y el sentido común, estrellado contra la realidad cuando se ve que la enfermedad de su madre no tiene remedio, es uno de los muchos aspectos que matizan la personalidad gris de Justo. Es un manipulador capaz de engañar a todo el mundo y lleno de una enorme ambición, sí. Pero también es un buen hijo, alguien que prometió que cuidaría de su madre y cumple su promesa hasta las últimas consecuencias. El otro aspecto que matiza a Justo, aunque no le salva de todo lo que hace, es el amor que siente por Carmé, incluso en la distancia, hasta cuando sabe que nada tiene que hacer, y aunque le hace provocado un daño devastador.
Justo llega, como se dice coloquialmente, con una mano delante y otra detrás. O casi. Es más bien pobre, no ha salido de su pueblo, pero tiene grandes ambiciones. Se aloja en casa de un primo lejano y empieza a ascender y a ascender en la escala social. Dispuesto a todo, el perfecto prototipo de hombre hecho a sí mismo con prácticas de dudosa ética, el embaucador, el encantador de serpientes, sólo que de carne y hueso, muy lejos de cualquier estereotipo, con motivaciones y anhelos que no hacen más tolerable su actitud, pero sí más humana. El desarrollo de Justo sigue, en paralelo, al de la España del final del franquismo. Justo no tiene más principios que salir hacia adelante, es un superviviente. Engaños, traiciones, amistades interesadas, relaciones de ocasión, el recuerdo de su padre persiguiéndole en todo lo que hace y un amor más grande que la propia vida. Todo eso tiene El día de mañana, la mejor serie del año, que deja al espectador con ganas de acercarse a la novela de Martínez de Pisón en la que está basada. De él me encantó La buena reputación, que también se ambienta en el pasado y ofrece a la vez una poderosa historia personal, con una trama muy humana de una familia, con la Historia de España.
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