Los retrógrados españoles han dejado de usar la expresión “progre” para referirse de forma despectiva a todo lo que les desagrada. Y es una pena, porque describía muy a las claras su visión del mundo el hecho de que consideraran algo terrible el progreso. Decidieron que eran cosas propias de progres cuestiones tan elementales y transversales a cualquier ideología como la defensa de los Derechos Humanos, la lucha contra el machismo y el racismo o el necesario combate contra el cambio climático, cuya existencia niegan. Ellos solitos se apartaron de estos consensos básicos. También, para los muy cafeteros, es progre vacunarse contra el Covid 19 o creer en la ciencia, pudiendo creer en chips inoculados en la vacuna o en toda suerte de teorías conspirativas como esa que dice que nos rocían a diario.
Ahora los retrógrados españoles, tan poco originales ellos y tan dispuestos siempre a copiar a sus primos estadounidenses, han empezado a usar el término “woke”, despierto en inglés, para insultar a los que no piensan como ellos. Han decidido ver en este movimiento social que llama a abrir los ojos ante injusticias y discriminaciones un gigante poderoso y malvado, un lobby terrible que acaba con los valores occidentales, que hace que ya no se pueda decir nada, ni piropear a las mujeres, ni opinar sobre su cuerpo, ni ridiculizar a los gays ni definir con términos ofensivos a las personas con discapacidad. En fin, esa cosa tan insoportable a sus ojos de intentar tratar con respeto a otras personas. Como diría Trump con su elocuencia y su extenso vocabulario, lo woke es a sus ojos algo malo, malo, muy malo, no es bueno.
Hay una teoría delirante y alucinógena que manejan mucho estos días los retrógrados y quienes los miran con simpatía según la cual lo woke ha ido demasiado lejos y por eso ahora el mundo gira hacia la extrema derecha. Es decir, al modo del efecto mariposa, el uso de unos pronombres aquí para defender a las personas trans, la aprobación del matrimonio homosexual allá o la conciencia social contra el machismo y los abusos del patriarcado han conducido irremediablemente a las inhumanas redadas contra inmigrantes en Estados Unidos, al regreso de un salvaje neocolonialismo que impone la ley del más fuerte y a la distopía en la que los líderes extremistas nos están instalando. Toma ya. Triple salto mortal. Por si había alguna duda, la culpa de que se cumplan las amenazas contra las que combaten eso que ellos llaman woke es, claro, de los woke. ¿Veis cómo no teníais razón al alertar del machismo, el racismo y la homofobia? ¿Qué más pruebas necesitáis que este enorme rebrote del machismo, el racismo y la homofobia para daros cuenta de que estabais equivocados?, parecen querer decirnos, con una lógica un tanto retorcida y más bien difícil de captar, que seguro que en su cabeza suena espectacular.
Según esa teoría, el machismo, el racismo, la homofobia o el negacionismo climático no eran para tanto en realidad y son quienes lo sufrían los que, con sus excesos y yendo demasiado lejos, han despertado a la bestia, que para ellos, claro, no es una bestia, sino sólo la vuelta al sentido común. Naturalmente que ha habido y hay errores, excesos e hipocresía en las filas de lo woke. Por supuesto. Nadie es perfecto. Sucede que, muy interesadamente, se ha decidido señalar sólo a esos excesos en vez de quedarse con las muchas y muy básicas aportaciones de este movimiento. Algo tan sencillo como estar despiertos ante desigualdades e injusticias que durante siglos se han considerado naturales.
A los retrógrados les molesta mucho la pretendida superioridad moral que exhiben los defensores de lo woke. Básicamente, creen que todos son como ellos, es decir, que se dejan llevar por instintos como el egoísmo y el odio al diferente, sólo que los woke se venden mejor y son muy hipócritas. Así que, en vez de intentar mejorar entre todos la sociedad, lo que persiguen es que todos abracemos sin complejos y celebremos nuestros defectos, nuestros más bajos instintos. “Venga, anda, si tú eres igual de racista que yo, no disimules”, parecen querer decir. Quieren que todos reconozcamos que somos crueles y egoístas, en vez de intentar reflexionar y cambiar.
A los retrógrados les aterra sentir que deben autoanalizarse y que puede que algunas actitudes que creían normales no lo sean tanto, que tal vez pueden mejorar, que quizá hay algo de valor y de razón en ese movimiento que ridiculizan y desprecian con todo el odio del que son capaces, y son capaces de albergar mucho odio en su interior. Por eso celebran con tanta efusividad cuando se pilla en falta a alguien que predicaba con un discurso progre o woke. Necesitan que todo el mundo sea igual de cínico que ellos. Les incomoda profundamente que haya quien llame a mejorar como sociedad, porque su sociedad ideal es el salvaje oeste, el individualismo profundo, en el que impera la ley del más fuerte. Porque ellos creen estar en ese lado, claro, cuando no siempre es el caso, ni mucho menos, pero siempre se ven a sí mismos como unos campeones muy machotes y muy fuertes. Por eso se ridiculiza hasta la náusea lo woke y se convence a personas humildes de que su gran amenaza no es la precariedad laboral sino que se aprueben derechos para las personas trans, por eso se las convence, con un buen cargamento de discurso de odio y bulos, de que el hombre más rico del mundo defenderá los intereses de ellos, en muchos casos, de clases humildes, a costa de echar del país a personas aún más pobres y vulnerables que ellas, enfrentando a los últimos frente a los penúltimos.
Trump ha llegado a la Casa Blanca jaleado e impulsado por una descarnada élite tecnológica que permite e impulsa los discursos de odio a través de las redes sociales. Son personas que dicen ser adalides de la libertad de expresión, pero que luego, por ejemplo, impiden el acceso la Casa Blanca a medios de comunicación o agencias que se niegan a llamar Golfo de América al Golfo de México. Pero los de la piel fina, los ofendiditos, siempre son los otros, claro, los woke. Ellos, no. Ellos, que se irritan hasta el delirio cuando ven que alguien usa pronombres inclusivos con las personas trans y no binarias, cuando escuchan hablar de libros y series con personas LGTBI, que ponen en grito en el cielo porque ahora no se puede arrancar el tapón de plástico pegado a las botellas en la UE o que censuran obras de teatro con contenidos que desafían su mirada estrecha a la sociedad, ellos no son ofendiditos ni tienen la piel fina. Qué va. Ellos, no. Si no fuera tan grave sería incluso divertido.
Así que estamos en un momento en el que mandan los matones del instituto, los negacionistas del cambio climático que prefieren negar la evidencia, los que creen que es muy divertido frivolizar con el saludo nazi, los energúmenos que quieren expulsar a los gazatíes de su tierra, en lo que sería la mayor limpieza étnica en décadas. Por cierto, es curioso que los retrógrados estén tan alineados con el régimen de Putin. Resulta que eso que tanto les molesta de lo woke es exactamente lo que el dictador Putin odia de Occidente: el feminismo, el respeto a las minorías, los Derechos Humanos, la democracia.
Trump, con el aplauso entusiasta de los retrógrados de todo el mundo, está decidido a hacer saltar por los aires el orden mundial basado en normas que se impuso después de la II Guerra Mundial. Un orden repleto de defectos, cinismo e hipocresía, sin duda, pero infinitamente menos temible que el neocolonialismo y la ley del más fuerte que quiere imponer el primer presidente estadounidense convicto. Pero ahí están los trumpistas españoles, que haberlos, haylos, jaleando efusivamente a un tipo que quiere imponer aranceles que afectarían a la economía española muy seriamente y que está validando con su política de hechos consumados la invasión rusa de Ucrania.
El mundo, en fin, deja atrás lo woke, que al parecer era terrible e insoportable, para dar paso a una élite de tecnócratas que permiten e impulsan los bulos y las teorías de la conspiración, unos gobernantes que hacen de la violencia, la crueldad y el odio sus rasgos más representativos y un nuevo sentido común que desprecia a las minorías y al más elemental respeto de los Derechos Humanos. No se trata de elegir entre un extremismo y otro, sino más bien de desmontar esa equidistancia cobarde y acomodaticia según la cual son igual de radicales quienes propician una injusticia que quienes la sufren, los que atacan y los que son atacados. Y eso no significa que se tenga que apoyar todo lo que se hace o dice desde un movimiento, el woke o el que sea, que es tan imperfecto como cualquier otro movimiento social.
Trump, Milei, Orban y compañía están ahí porque los han votado millones de personas. Claro que hay que reflexionar sobre cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Por supuesto que tenemos que hacer autocrítica quienes creemos en la democracia y defendemos los Derechos Humanos. Pero tampoco estaría mal que hicieran un poco de autocrítica quienes han apoyado semejantes propuestas políticas cargadas de odio y mentiras. A ver si va a resultar que si celebran la expulsión masiva de personas inmigrantes, van a ser un poco racistas. A ver si, por casualidad, que conviertan en algo crítico para la pervivencia del mundo occidental que no se reconozcan los derechos de las personas trans los convierte en tránsfobos. Tal vez si las libertades y los derechos de las minorías les incomodan tanto es porque sean personas llenas de odio y resentimiento. En fin, si les sirve cualquier líder por radical, excéntrico, torpe y difusor de odio que sea siempre que vaya contra los malvados progres, contra ese horror woke consistente en defender los Derechos Humanos, igual va a resultar que sólo son unos retrógrados que están, oh vaya, en contra de los Derechos Humanos.
Así que, en este momento más que nunca, toca salir en defensa de lo woke, es decir, de las más elementales libertades, de la convivencia pacífica, de la democracia y de los Derechos Humanos. Cuando aún no se hablaba de lo woke, Pedro Zerolo dio en el clavo al responder con serenidad a quienes criticaban la aprobación del matrimonio homosexual en España bajo pretextos de lo más ridículos, como la excusa etimológica (que no lo llamen matrimonio, decían retrógrados y obispos en manifestaciones contra ese derecho). Zerolo, con mucha sabiduría y razón, les decía a quienes estaban enfrente que en su modelo de sociedad, el de Zerolo, el de lo que hoy llamarían woke, entra todo el mundo, porque extender derechos a más personas no anula los de quienes ya los disfrutan, mientras que en la sociedad de los retrógrados hay muchas personas que nos quedamos fuera porque no pensamos, amamos o votamos como ellos quieren. Es esa sociedad en blanco y negro que ahora quieren construir Trump, sus aliados millonarios y los pobres infelices contaminados de odio a lo woke que creen que el hombre más rico del mundo va a defender sus derechos. Ante el blanco y negro, por mucho que les duela a los retrógrados, siempre estará el arcoíris.
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