Confirmado, Amaia lo hace todo y todo lo hace bien. No es que no haya dado múltiples pruebas de ello estos últimos años, pero anoche lo confirmó a lo grande en el Palacio de los Deportes de Madrid, ahora Madrid Arena. La reina conquistó el palacio con un derroche descomunal de talento, sensibilidad, energía y versatilidad. El de anoche fue el concierto más grande de su carrera y fue un auténtico prodigio el modo en el que Amaia deslumbró durante dos horas.
Por supuesto, bordó con su voz única cada tema que interpretó. Pero es que también bailó, más que nunca. Y tocó tres instrumentos, el arpa, la guitarra y, naturalmente, el piano. Cantó temas de su último disco, sin duda el mejor, y también canciones convertidas ya en himnos de sus trabajos anteriores, pero también ofreció versiones, de Papá Levante a Lorca pasando por Los Planetas. Tuvo momentos íntimos, ella sola con su voz, no necesitaba más, y otros de fiesta desenfrenada. Estuvo acompañada de una banda, una orquesta y un coro. Cerca de una treintena de personas llegó a haber sobre el escenario en algún momento de la noche.
Si abro los ojos no es real se llama el último disco de Amaia. Anoche parecía ocurrir justo lo contrario. Necesitábamos abrir bien los ojos, con el asombro que causa semejante talento desbordante, para cerciorarnos de que lo que estábamos viendo y oyendo era real. Nuestros sentidos nos decían que sí, que esa cuidada producción que veían nuestros ojos era de verdad, que era real la música en directo que tan bien sonaba y auténtica la perfección sublime de la voz de Amaia. Con los ojos abiertos y cerrados, un poco empañados de lágrimas a veces, todo hacía indicar que sí, que aunque pareciera increíble, un portento fuera de lo normal, de otro universo, lo que vivimos anoche estaba ocurriendo de verdad. Desde luego, como dice uno de sus temas, quedará en nuestra mente.
Generalmente, los conciertos tienen puntos álgidos, momentos en los que el público se viene especialmente arriba, un puñadito de instantes memorables que justifican por sí solos el recital. Pero anoche no fueron un puñado, fue una catarata incesante de momentos inolvidables, de actuaciones icónicas. Una detrás de otra, desde el precioso comienzo al piano con Visión hasta el potente e irónico final con Bienvenidos al show, una canción perfecta ya desde su título para abrir un concierto y que anoche fue el tema de despedida.
En su último disco Amaia se abre más que nunca, con temas de especial carga emotiva y significado personal para ella. Uno de los grandes momentos de la noche, sin duda, fue su interpretación de Despedida, dedicada a su abuela, en la que celebra la vida de quien ya no está, la suerte de haberla conocido y amado. Estupendos también los dos temas dedicados a su madre: M.A.P.S., en el que le pide que no busque Amaia en Internet, que confíe en ella y entienda que ya no es una niña (“sabes que ya tengo una edad, no lo hago tan mal, estoy harta de justificarme”) y la preciosa Auxiliar, en la que se pone en la piel de su madre (“Cuando el mundo pese y el dolor moleste, aquí espero para cuidarte, mi amor. Y tú no me escribes ni tampoco llamas, se me clava directo al corazón”).
Hubo un auténtico delirio cuando Aitana apareció en el escenario para interpretar junto a Amaia La canción que no quiero cantarte. Hacía mucho tiempo que no coincidían en el escenario y fue un reencuentro tierno en el que Aitana le dio al enhorabuena a Amaia por llenar el Movistar Arena y por su éxito, a lo que la pamplonesa, siempre natural y directa, le respondió “pues anda que tú, guapa”. No paró de dar las gracias al público durante toda la noche, de decir que estaba siendo muy feliz y hasta de preguntar si lo estábamos pasando bien, como si los alaridos, los botes, el hecho de que coreáramos cada canción como si fuera la última o los aplausos sin fin no fueran señales suficientemente claras de lo mucho que estábamos disfrutando.
Además de sus canciones, Amaia acostumbra siempre a hacer versiones, a las que da su toque personal. Anoche versionó temas de lo más variopinto. Jamás pensé que Me pongo colorada, de Papá Levante, pudiera sonar así, alcanzar ese vuelo. Increíble. Fue preciosa también su interpretación de Santos que yo te pinte, de Los Planetas. Quizá el mejor momento de la noche, y no es fácil elegir, llegó con el primero de los bises, cuando Amaia sola en el escenario, acompañada de su voz y su piano, interpretó llena de emoción y sensibilidad el Zorongo gitano de Lorca. Enmudeció el Palacio al escuchar eso de “la Luna es un pozo chico, las flores no valen nada, que lo que valen son tus brazos, cuando de noche me abrazan”.
No es cuestión de enumerar aquí todo el playlist, pero no puedo dejar de mencionar otras interpretaciones deliciosas como sus otros bises, Yamaguchi, exquisito, y quizá la canción más poderosa y lograda de su nuevo disco, Tengo un pensamiento, que es la que el pueblo empezó a corear de forma espontánea al salir del Movistar Arena. También propiciaron momentos de comunión colectiva en este rito pagano canciones como El relámpago, Quedará en nuestra mente, Quiero que vengas o Dilo sin hablar.
Fue un concierto precioso, con una exquisita puesta en escena. Además del acompañamiento del coro, la orquesta y la banda, hubo videoclips en directo, imágenes como, por ejemplo, planos cenitales de Amaia tocando el piano o el arpa. Había en mitad del escenario un cubículo dividido en tres partes en las que subía y bajaba un telón. En una de ellas, la central, estaba su piano, donde puso un ramo de flores que le entregó el público. Fue una producción exquisita, el mejor marco posible para el lucimiento absoluto de Amaia, a la que acompañamos con un vídeo en directo siguiéndola salir del escenario y entrando al camerino, donde se echó al sofá. Icónica de inicio a fin.
“Hay mucho nivel aquí”, dijo Amaia en un momento del concierto, en alusión a los músicos que la acompañaban. Y qué lo diga. Mucho nivel en todos esos profesionales del coro, la banda y la orquesta, por supuesto, y en todos los profesionales que trabajaron fuera de los focos para que el concierto sonara y se viera tan bien, sin duda. Y muchísimo nivel, fuera de lo normal, más allá de cualquier lógica terrenal, en Amaia, la reina que ayer conquistó el Palacio, la que lo hace todo y todo lo hace bien encima de un escenario.
Ocurre además con Amaia que sentimos que la vimos crecer como artista cuando nos deslumbró en OT hace ya ocho años. Desde entonces no ha dejado de crecer, construyendo una carrera a su ritmo y fiel a su estilo, con personalidad, sin prisa, con exquisito gusto. En 2020, poco antes de que todo cerrara por culpa de la pandemia, me maravilló un concierto suyo en el Price, en Madrid, y ayer, gracias a la misma amiga que también me regaló aquella noche inolvidable, tuve la inmensa suerte de asistir al más grande y más impresionante concierto de Amaia en su carrera. Amaia, como siempre, pero mejor que nunca. Parece que Amaia hubiera estado siempre ahí y, sin embargo, tiene apenas 26 años y toda una vida y una carrera por delante. Con buen criterio, sin prisas ni dejarse deslumbrar por la fama, con las ideas muy claras, la pamplonesa deja claro que puede hacer lo que le dé la gana. Talento tiene de sobra para ello. Qué noche la de aquel día.
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